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Columna
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Évole

Me gusta mucho su trabajo o su arte. 'Salvados', como hace tanto tiempo 'La clave', es un lujo. Su entrevista al Papa me pareció un espectáculo de primera clase

Carlos Boyero

Viste como un podemita aseado y debe de ser algo irrenunciable, ya que no se coloca un traje y una corbata ni aunque le conceda insólita audiencia su Santidad. Es transparente que posee mucha calle y conocimiento de sus reglas, esa sabiduría para la vida o para la supervivencia que no puede transmitir ninguna universidad, cátedra, academia. También osadía, malicia, astucia, morro, agilidad mental, capacidad de comunicación, imán para lograr que sus interlocutores no solo abran su trascendente boca sino para que revelen cosas de su personalidad que no sabíamos. Detrás de su sonrisa y de su tono educado, de su imagen de encajador de peso pluma, puede acabar con las defensas y dejar KO a los pesos pesados más estratégicos.

Se llama Jordi Évole y me gusta mucho su trabajo o su arte, la calidad que imprime a algo tan falto de ella (ganan más con la basura, la ordinariez, la estupidez arrogante) llamado televisión. Salvados, como hace tanto tiempo La clave, es un lujo. Su entrevista al Papa me pareció un espectáculo de primera clase. Se enfrentaba a un tipo tan inquietante como imprevisible, alguien que ha logrado no solo encabronar a los papistas ancestrales y a los de los viernes sociales sino también despertar el interés y el morbo de los agnósticos. Estar en desacuerdo con él en variadas cuestiones (ay... la terapia para sodomitas) no impide que reconozcas a un actor magnético, insólito, lleno de recursos, muy inteligente, conmovedor cuando se lo propone, verosímil.

El chico audaz de Cornellá disfruta de notable y justificado éxito. Se lo harán pagar. Que se proteja de las dentelladas a su yugular que anhelan darle desde tantos medios ortodoxos y heterodoxos. Incordia demasiado. Normal. Lo hace muy bien.

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