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SILLÓN DE OREJAS
Tribuna
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Esperando el fin del mundo

En ‘Tus pasos en la escalera’, el lector deberá descubrir el enigma a lo largo de un sostenido suspense en el que resplandece la mejor prosa de Muñoz Molina

Manuel Rodríguez Rivero
Richard Evelyn Byrd, en un viaje a la Antártida. 
Richard Evelyn Byrd, en un viaje a la Antártida. N. G. Thwaites (GETTY IMAGES)

1. Olvidos

Un hombre espera. A su mujer, que está regresando a casa, y el fin del mundo. La mujer es una científica que realiza experimentos con ratas para investigar los mecanismos de la memoria y el miedo. En cuanto al (¿próximo?) fin del mundo, el hombre ya ha vislumbrado alguna señal: el 11-S, él y su mujer estaban en Nueva York y caminaron por calles oscurecidas por ceniza que todavía olía a materia orgánica quemada. Hay otras señales ominosas: ex­tinción de las especies, cambio climático, invasión de insectos depredadores, migraciones humanas, sátrapas, Trump; incluso la luna roja del eclipse no augura nada bueno.

Para esperarlos —a la mujer, al apocalipsis—, el narrador de Tus pasos en la escalera (Seix Barral), la adictiva última novela de Antonio Muñoz Molina, hace acopio de todo lo necesario, como Nemo en su misteriosa isla o Robinson en la suya. Espera en Lisboa, en un apartamento —réplica del que habitaba con Cecilia, su mujer, en Nueva York— donde ha acumulado víveres, libros, música, y en el que ha dispuesto todo a gusto de la esperada. Y sin embargo, como el almirante Byrd, que se sepultó voluntariamente en una cueva de hielo de la Antártida para recabar datos científicos, un día tiene la impresión de que a él también se le ha olvidado algo esencial. El tiempo y el espacio se confunden, las dos ciudades de referencia se difuminan, el narrador se hace menos fiable, los escenarios familiares adquieren cualidades fantasmagóricas, los escasos personajes con los que se relaciona se manifiestan como conspiradores. El lector deberá descubrir el enigma a lo largo de un sostenido suspense en el que resplandece la mejor prosa de uno los más brillantes escritores hispánicos, una prosa a la vez eléctrica y contenida, llena de resonancias, eficaz, en la que se perciben ecos de Schnitzler, Orwell, Montaigne, e imágenes de tantas películas amadas.

2. Listas

A pesar de que los anglosajones no fueron los inventores de las listas (recuérdese el catálogo de las naves aqueas, que ocupa 350 versos de la Ilíada y que resulta tan extenso que hace exclamar al improbable bardo: “La multitud contar yo no podría ni tampoco nombrarla aunque tuviera diez lenguas y diez bocas”), fueron ellos los que han llevado el arte y la pasión de las listas a su perfección. Desde que inventaron la de los best sellers, cada semana aparecen o se publican listas de los mejores thrillers, las mejores novelas románticas, los ensayos imprescindibles, los inevitables libros de autoayuda o de cocina, o las guías necesarias para coger setas (quiero decir tomar, para que no se rían mis amigos argentinos a cuenta del vegetal estupro). Lo que podríamos llamar elencofilia o elencomanía —y su correlato, la elencofobia— es una de esas enfermedades que la tecnología ha hecho virales: hoy, si no formas parte de alguna lista, no existes, y todo el mundo hace listas de algo. El joven Jay Gatsby la hacía de sus buenos propósitos, y he visto a muchos lectores llevando confiadamente la suya, basada en las siempre problemáticas opiniones de los reseñistas, a las casetas de Sant Jordi o de la Feria del Libro.

La última lista de libros de la que he tenido noticia me ha resultado particularmente curiosa: se refiere, una vez más, a las 100 “mejores novelas del mundo”, y la ha elaborado la Online Computer Library Center (OCLC), una gigantesca cooperativa de gestión de catálogos bibliotecarios que se ha basado para elaborar su lista en las novelas que estaban más presentes en 18.000 instituciones asociadas. El resultado tiene un inevitable aroma anglosférico, pero hay un dato contundente: la “mejor” novela del mundo es El Quijote. Le siguen, qué cosas, Alicia en el país de las maravillas y, después, obras de Twain y Stevenson —es decir, las que demandan los lectores jóvenes—. La primera novela francesa en la megalista es Madame Bovary, en el puesto 23º; el Ulises ocupa el 47º, y el segundo libro escrito en español —adivinen— es Cien años de soledad, en el 54º. Ahora les toca jugar a ustedes: elaboren, por ejemplo, su lista de las 10 peores novelas de 2018. Las hay por arrobas.

3. Animalitos

Entre los escasos regalos que conservo de mi primera comunión —celebrada, me temo, cuando ninguno de ustedes había nacido— está, además de una edición expurgada de Las mil y una noches, traducida por Pedro Pedraza y Páez (autor también de plomizas novelas históricas), una Zoología ilustrada que exhibía en la cubierta un soberbio tigre de Bengala, el animal totémico de mi infancia. Los niños y niñas son los mejores amigos de los animales, quizá porque, como le pasó a Schopenhauer (el filósofo totémico de mi madurez) con un joven ejemplar de orangután, el “melancólico animal” al que visitaba casi a diario en Fráncfort, intuyen que los llamados irracionales pueden ser más fiables que las personas.

Los libros infantiles están tan repletos de animales como de villanos y villanas las novelas adultas. Entre los últimos que he podido leer —la ventaja es que puedo despacharme una docena en una tarde— destaco dos perfectos para los más pequeños: Cornelio, un cuento ya clásico de Leo Lionni (Kalandraka) que cuenta la historia de un cocodrilo diferente, y El lobo feroz solo quiere ser amado, de Annick Masson y Christine Naumann-Villemin (Pípala, Adriana Hidalgo), acerca de un lobo harto de ser el malo. Y para niñas y niños de más de cinco años recomiendo el precioso álbum El nacimiento del dragón, de Wang Fei, Marie Sellier y Catherine Louis (Kalandraka), que cuenta el origen de ese animal mitológico, a la vez que constituye una atractiva introducción a la belleza de los caracteres chinos.

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