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PURO TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Crueldad y lluvia en Leenane

Julio Manrique dirige con metrónomo ‘La reina de la bellesa de Leenane’, la obra más conocida del británico Martin McDonagh

Marcos Ordóñez
Escena de 'La reina de la bellesa de Leenane', dirigida por Julio Manrique.
Escena de 'La reina de la bellesa de Leenane', dirigida por Julio Manrique.DAVID RUANO

En 1995, cuando escribió The Beauty Queen of Leenane, Martin McDonagh tenía 25 años. Había escrito, sin suerte, cuentos, guiones y una novela. El teatro no le gustaba, pero era el único género que le quedaba por probar. Al leer el texto en el Royal Court pensaron que McDonagh era un maduro autor irlandés. Sus padres eran de allí. Él era un southlondoner: a Irlanda solo iba de vacaciones.

La obra se estrenó en 1996 en Galway, luego en el Royal Court, y se llevó tres premios. Dos años después saltó a Broadway y cosechó cuatro Tonys. No está mal para un debutante. Vicky Peña la vio en Londres, compró los derechos, la tradujo al catalán y con su madre, Montserrat Carulla, encarnaron a las protagonistas, secundadas por Àlex Casanovas y Jacob Torres. A las órdenes de Mario Gas, La reina de la bellesa de Leenane se estrenó en la Villarroel barcelonesa el 22 de octubre de 1998 y fue otro éxito fulminante: hizo temporada, luego gira, pasó en castellano a la Abadía, y en total la aplaudieron 12.000 espectadores. A lo largo del tiempo se hicieron más versiones y puestas. En 2006, Xúlio Lago la dirigió en gallego, en Santiago de Compostela; y Álvaro Lavín la estrenó en Sevilla, en 2009. Han pasado 21 años, y la óptima traducción de Vicky Peña ha vuelto a Barcelona, en montaje de Julio Manrique.

Al ver de nuevo la función volví a pensar en los melodramas feroces de Robert Aldrich, con ¿Qué fue de Baby Jane? a la cabeza: un duelo entre mujeres solitarias, atrapadas en una casa aislada. Tampoco está lejos de los enfrentamientos psicológicos, salpimentados de sadismo y humor negro, de las mejores novelas de Patricia Highsmith, con El diario de Edith a la cabeza. Y quizás pudiera tener ecos perversos de El zoo de cristal.

Maureen Folan (Marta Marco), virgen y cuarentona, condenada a atender a su vieja madre, Mag (Marissa Josa), astuta y manipuladora, ve llegar su posible último tren, Pato Dooley (Ernest Villegas), que podría sacarle de Leenane lo más lejos (y antes) posible. Cierra el cuarteto Ray Dooley (Enric Auquer), el hermano pequeño de Pato, cuyo cometido acaba siendo más importante de lo que parece.

Manrique ha levantado una producción tan impecable como la de Mario Gas en su día, y que merece, por igual, una larga gira. Rodeada por un barrizal en lo alto de una montaña, el escenógrafo Sebastià Brosa nos hace ver la casa de madre e hija batida por el viento y la lluvia. Luces invernales de Jaume Ventura; músicas de paraísos imposibles moduladas por Damien Bazin, desde The Spinning Wheel, de Delia Murphy, hasta Brown Eyed Girl, de Van Morrison. Leenane es un lugar donde se ha detenido el tiempo. La historia podría suceder en cualquier lugar, en cualquier época: basta con que haya lluvia, soledad, pasiones reprimidas.

Para mí sí ha pasado el tiempo. Hace veinte años, La reina de la bellesa de Leenane me resultó brutal pero soportable; hoy me parece de una violencia atroz. Entendámonos: tan atroz como las venganzas isabelinas. ¿Sigue teniendo fuerza? Por supuesto: mucha. No es una mirada comprensiva, en la línea de Brian Friel.

La obra es el combate entre dos monstruos de maldad y egoísmo, pero McDonagh consigue algo muy difícil: hacernos comprender que ambas son a la vez verdugos y víctimas. Esto no las salva, desde luego, aunque es conmovedor ver de qué modo Marta Marco, cada vez más grande, muestra el camino hacia la locura de Maureen. Y cómo Marissa Josa, soberbia veterana, varias veces invitada al teatro de Broggi (desde Natale in casa Cupiello hasta Boscos), construye una mezcla de bruja y niña, y acaba cayendo en su propia trampa, aunque no adivinarán la forma. Más escenas a retener: la preciosa carta de amor y soledad de Pato Dooley, momento álgido de Ernest Villegas, con el finísimo subrayado de la música de Wilco; y el control admirable de Maureen y Ray en el último encuentro.

¿Es la obra maestra de McDonagh, como se ha dicho? Quizás sea la más concentrada, la más contundente (por aquello de que “quien da primero da dos veces”), y es estupendo el dibujo de los personajes, la tensión sostenida y creciente, los inesperados giros de la narración, pero, repito, para mi gusto hay sobredosis de crueldad. Prefiero sus comedias negras (con La calavera de Connemara y El tinent d’Inishmore a la cabeza), donde el humor loco tamiza la violencia, o la clave surreal (The Pillowman) y la poesía de su primera película, Escondidos en Brujas. Pese a su dureza, recomiendo La reina de la bellesa de Leenane: por el talento y la entrega de sus cuatro intérpretes, y por la métrica impecable de Manrique.

La reina de la bellesa de Leenane. Texto: Martin McDonagh. Director: Julio Manrique. Biblioteca de Catalunya. Barcelona. Hasta el 14 de abril.

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