‘Derry Girls’: ¿cómo diablos podíamos vivir así?
El éxito de 'Derry Girls' prueba que las fronteras culturales a menudo solo están en las cabezas de los jefes de marketing
Derry Girls es uno de los fenómenos británicos de la temporada y se está abriendo camino en el resto del mundo, España incluida, gracias a Netflix, que no daba una libra esterlina por ella, seguramente porque la consideraba un producto demasiado local. Y lo es, como todas las historias: los relatos transcurren en un tiempo y en un espacio, por lo que todos son locales, incluso los que transcurren en tiempos y espacios imaginarios. El éxito de Derry Girls prueba que las fronteras culturales a menudo solo están en las cabezas de los jefes de marketing.
La cosa en sí es una comedia muy simple que transcurre en un colegio de monjas de Derry o Londonderry, en Irlanda del Norte, en los años duros de la década de 1990. El humor es sucio y elemental, que no solo de ironía y flema vive el británico, un caca-culo-pedo-pis para adolescentes que funciona con los adultos porque explota también la nostalgia y las referencias pop. Música de los noventa y contexto histórico para quienes eran jóvenes en aquella época.
Se nota que hay algo profundamente autobiográfico en lo que cuentan sus creadores porque los protagonistas normalizan lo anormal. Las chicas viven en medio de una Irlanda del Norte militarizada y sometida a la violencia de las bombas, pero no le dan la menor importancia. Y esto, que en frío suena inverosímil, es lo que más fuerza de verdad da a la serie: para sobrevivir, quienes viven en medio de conflictos, normalizan la barbarie. No hay otra manera de levantarse cada mañana y enfrentar los días sin enloquecer.
He recordado una novela peruana de Martín Roldán Ruiz, Generación cochebomba, que recrea la Lima asediada por los atentados de Sendero Luminoso. Los jóvenes que la protagonizan salen de noche y siguen la fiesta tras las bombas, a las que no prestan atención. Derry Girls expresa eso magistralmente y tal vez explique también su éxito: los espectadores de hoy se preguntan, perplejos frente al espejo de la ficción: ¿cómo diablos podíamos vivir así?
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