El algoritmo de la gabardina
Otros algoritmos no los tengo tan personificados, pero el de Netflix me parece un señor rijoso y siniestro que guiña un ojo y me dice: "Acércate, tonto, que tengo una cosita que te va a gustar"
Otros algoritmos no los tengo tan personificados, pero el de Netflix me parece un señor rijoso y siniestro, con bigote y gabardina con lamparones, que guiña un ojo y me dice: "Acércate, tonto, que tengo una cosita que te va a gustar". No sé por qué me acerco, cuando debería llamar a la policía. No he escarmentado. Los algoritmos de Facebook, de Amazon y del resto de plataformas de la tele se parecen más a dependientes inofensivos de unos grandes almacenes que solo quieren sacarse una comisión honrada. El de Netflix, en cambio, conoce mis secretos oscuros y me lleva de excursiones nocturnas por los barrios bajos.
¿Por qué, si no, me ofrece siempre cosas de asesinos? Crímenes espantosísimos en pueblos igualmente espantosos. Policías y fiscales corruptos que detienen y condenan a desgraciados inocentes e investigadores sabuesiles que pasan cincuenta años intentando demostrar su inocencia, sin el menor éxito. La última que he visto —porque las veo de principio a fin, como un bulímico de la docurrealidad— se titula El proyecto Williamson, y llevo unos días cruzándome de acera cuando me encuentro con unos policías, por si acaso les resulto sospechoso de cualquier crimen que no hayan resuelto aún. Netflix me bombardea con esos relatos deprimentes y perturbadores cuya moraleja es que, en un sistema corrupto, nadie está libre de ser la cabeza de turco de otro. El próximo, dice el señor rijoso de la gabardina, puedes ser tú.
Supongo que no estoy solo en esta ciénaga de placer culpable y morbo. Si se producen tantas series documentales de este cariz, desde la ya casi histórica Making a Murderer, es porque somos muchos los que perdemos la fe en la ley y en la justicia viéndolas. Habrá que comprobar cuántos de ellos serán votantes de Vox, porque, tras presenciar tanta crueldad y tanta corrupción, dan ganas de echarse al monte a una cabaña y ahuyentar a los recaudadores de impuestos con un rifle de caza siempre cargado. A ver en qué nos está convirtiendo el algoritmo de la gabardina.
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