Historia de dos orillas
La segunda parte del relato familiar de Borja Ortiz de Gondra engancha al principio pero no despega


La familia, fuente de conflictos extenuantes. El dilema vasco, visto al microscopio, como una célula familiar metastásica. A través de una dinastía que lleva su segundo apellido, Borja Ortiz de Gondra habla de la dificultad de conciliar el anhelo de pertenencia con las ganas de volar, del dolor que producen las heridas mal cicatrizadas y del peso de la herencia.
En el fulgurante primer tercio de Los otros Gondra (relato vasco), el autor vizcaíno retoma el hilo de lo expuesto en la pieza que abrió este díptico, apelando con éxito al prestigio singular que lo testimonial tiene hoy en día. Su presencia en escena al comienzo de la función, pero también en muchos momentos de su transcurso, sirve para refrendar la idea de que cuanto allí se narra tiene carácter autobiográfico genuino, aunque él mismo lo ponga en cuestión por instantes. Idéntico papel cumple la prima Ainhoa, que, encarnada por una actriz, irrumpe molesta por lo mal que su pariente le hizo quedar en la primera entrega.
El afán del dramaturgo por acompañar de cerca el desarrollo de un relato que engancha desde el principio impide que acabe de despegar. A mitad del espectáculo, a Los otros Gondra empieza a pegársele el barro del terruño a los pies. Los continuos saltos temporales y la frecuencia con la que los protagonistas desgranan observaciones sobre el proceso de escritura y sobre la repercusión que el estreno de Los Gondra tuvo en sus vidas traban también el avance de la historia que tan prendados nos tenía. El trabajo de Sonsoles Benedicto, Lander Otaola, Cecilia Solaguren, Fenda Drame y el autor metido a actor de sí mismo, que no acaba de entregarle el testigo a Jesús Noguero, intérprete elocuente de su alter ego, mantienen el listón del interés a cierta altura.
Los otros Gondra. Autor: Borja Ortiz de Gondra. Director: Josep Maria Mestres. Teatro Español. Madrid. Hasta el 17 de febrero.
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