Escrutando el escrutinio
2018 no me ha parecido un año de excepcional cosecha libresca, pocos libros me han parecido deslumbrantes
1. Listas
Lo confieso: soy carne de sondeos, escrutinios, censos, registros, estadísticas, listas; me divierte seguirlas, analizarlas, compararlas. Salivo hasta la extenuación con la vorágine tumultuosa de las encuestas (incluidas las del CIS, tan torpes), y me encanta participar en las porras que se organizan para adivinar los resultados. Estos días prenavideños disfruto escrutando las listas de los “mejores libros del año” que publican las revistas literarias —de Lire o L’Indice a The Times Literary Supplement o Publishers Weekly— y los suplementos de los diarios. Y acepto gustoso cada año la invitación de los amigos babelianos a participar en la elección de los mejores libros del año, aunque no siempre me sienta identificado con el resultado. He pasado el fin de semana provisto de calculadora, papel y lápiz, analizando la lista publicada, de modo que les resumo algunas de mis conclusiones provisionales por si pueden resultar útiles a algún/a improbable lector/a.
Empiezo por la paridad: 20 mujeres y 20 hombres han elegido los que consideran 50 mejores libros. Fijémonos un poco más; entre los 10 primeros se sigue respetando (muy comme il faut) la casi obligada paridad: 5 son de autores varones y 5 de hembras. Que yo sepa, ninguno de los autores ni de los críticos se declara de género no binario, una posibilidad que, sin embargo, se debería de tener en cuenta para el futuro, tal como están las cosas. Sigamos: entre los primeros 10 títulos encontramos 9 narrativos (incluyendo autoficciones, crónicas, relatos y hasta la Comedia de Dante) frente a uno solo de “no ficción” (Mujeres y poder, de Mary Beard), una proporción que indica qué género (literario) priorizan los jurados. De esos “10 de oro”, 5 corresponden a grandes grupos (3 de Random House; 2 de Planeta) y 5 a editoriales “independientes”, lo que atestigua la buena salud de la bibliodiversidad. En narrativa hispánica, aprecio un ligero predominio del grupo generacional nacido entre los sesenta (Ignacio Martínez de Pisón, 1960; Clara Usón, 1961) y finales de los setenta (Sara Mesa, 1976; Samanta Schweblin, 1978), lo que confirma su posición dominante en el mercado literario.
Entre los 40 títulos siguientes, encontramos 17 de no ficción, 16 narrativos, 1 novela gráfica (¡menos mal!) y, muy importante, 6 títulos de poesía. Por editoriales, 16 pertenecen a 3 grandes grupos (Random House, 8; Planeta, 7; Anaya, 1) y 24 a “independientes”. Y ahora permítanme que me moje un poco (en realidad, que me duche): a juzgar por la lista, 2018 no me ha parecido un año de excepcional cosecha libresca, o al menos los críticos no han (hemos, quiero decir) sabido afinar. A lo mejor es que me hago viejo y cascarrabias (cuando no “señoro”, como me llamaron cuando me atreví a ponerle pegas al cartel —y solo al cartel— de Paula Bonet para la Feria del Libro de Madrid), pero pocos libros (de los que yo controlo, claro) me han parecido deslumbrantes. Cosas de la edad, probably.
2. Comunismos
Leo el muy premiado Lénine, l’inventeur du totalitarisme (Perrin), la voluminosa biografía que Stéphane Courtois ha dedicado al fundador del Estado soviético. Courtois alcanzó notoriedad mundial por el polémico El libro negro del comunismo (1997; un millón de ejemplares vendidos), un tochazo que redactó junto con Nicolas Werth y otros historiadores, en el que intentó demostrar que el comunismo es una doctrina esencialmente criminal y que ha causado más de 100 millones de muertos. La obra de Courtois, que como otros conspicuos anticomunistas fue militante maoísta en su juventud, es un acabado ejemplo del giro historiográfico que experimentaron los intelectuales franceses en los años noventa, muy influidos por El pasado de una ilusión (Fondo de Cultura), de François Furet. Lénine, l’inventeur del totalitarisme concede particular importancia a las influencias intelectuales (Chernichevski, Netchaev) en las que se apoyó el joven Uliánov, profundamente marcado por el ajusticiamiento de su hermano mayor, en su camino hasta convertirse en Lenin, un revolucionario sin escrúpulos obsesionado por implantar la dictadura del proletariado sobre todas las demás clases sociales.
Según Courtois, que lo presenta como un caricaturesco y depravado narcisista, Lenin no solo “inventó” el totalitarismo, sino que lo dotó de una férrea doctrina y de los elementos para ejercerla (la policía política, el terror); fue, por tanto, Lenin —a quien algunos habrían intentado blanquear atribuyendo a Stalin todos los males del comunismo— el responsable último del mayor genocidio del siglo XX. Courtois, junto con otros historiadores y politólogos como Figes, Pipes, Service o Wolton, también han dejado su huella en Memoria del comunismo (La Esfera de los Libros), de Federico Jiménez Losantos (FJL), una especie de “causa general” contra el comunismo, basada únicamente en fuentes secundarias (14 páginas de bibliografía), y muy deudora de la última evolución política de su autor (que también tuvo su breve etapa marxista-leninista), para quien el comunismo solo es uno (el de Dubcek y el de Pol Pot, por ejemplo), y socialistas y comunistas son, en el fondo, la misma cosa. Del libro de FJL, que ha recibido una cobertura tan excepcional en los medios afines (empezando por la apabullante del propio autor en la radio que dirige) como mezquina o inexistente en los demás, se han publicado ya 17 ediciones y vendido unos 70.000 ejemplares. Y a pesar de tantas copias, sigue, entre otras, con la errata en el pie de foto que confunde a Kalinin con Trotski.
3. Tres cumbres
Tres sugerencias apresuradas para el saco de Papá Noel. Primera y principal: la magnífica edición bilingüe del Apocalipsis (Abada; 29 euros) a cargo de Patxi Lanceros, con ilustraciones del taller de Lucas Cranach. Segunda: Comedia, de Dante (Acantilado; 49 euros), en edición de José María Micó. Tercera: Cantar de los Nibelungos, buenas ediciones en Arpa (24,90 euros) y Reino de Cordelia (31,95 euros). Que los disfruten.
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