El dilema imposible de Leticia Dolera
Los problemas nos recuerdan que los ideales y los códigos morales son camisas demasiado estrechas que solo les sientan bien a los adolescentes y que revientan al menor contacto con la realidad adulta
El affaire Dolera-Clotet rebasó desde el principio los límites de la apostilla periodística para ser materia de tesis de sociología, pero, tras las explicaciones de tres folios que Leticia Dolera publicó esta semana en Twitter, la historia adquirió unas resonancias filosóficas que en esta columnita apenas se pueden insinuar. Dejando al margen que, cuando alguien necesita dejar pasar un tiempo y escribir tres páginas meditando cada palabra para justificar una acción, lo único que transmite es que no está nada convencida de esa justificación, y quitando también que atribuir el desencuentro a un "error de comunicación" es recurrir al manido "no me habré explicado bien" de las discusiones, que siempre es una forma de complacencia con el interlocutor (quien lo usa está convencido de haberse explicado a las mil maravillas, pero duda de la inteligencia del otro y condesciende a contárselo más despacito y con palabras más fáciles), aquí hay chicha ontológica. No solo porque la maternidad está en el núcleo de la discusión feminista, sino por las cuestiones morales en juego.
Resumiendo mucho: quien se enfrenta a un dilema que resquebraja sus ideales está condenado a equivocarse siempre. Nunca hay una decisión correcta. Si Dolera decide seguir contando con Aina Clotet pese a su embarazo, está asumiendo un daño imprevisible a un proyecto que implica a mucha gente. Si decide —como hizo— prescindir de ella, tiene que enfrentarse a una contradicción enormísima con todo su discurso. La naturaleza del dilema es esa: hagas lo que hagas, pierdes. Es la disyuntiva clásica del tren que va a atropellar a cinco personas en una vía o a una por la otra: ¿a quién salvar? Por eso es tierno el comunicado de Dolera, porque es un intento de salir del fango sin mancha.
Lo único bueno que tienen los dilemas es que nos reconcilian con nuestra naturaleza humana. Nos recuerdan que los ideales y los códigos morales son camisas demasiado estrechas que solo les sientan bien a los adolescentes y que revientan al menor contacto con la realidad adulta.
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