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Marina Garcés: “El turismo es la industria legal más depredadora”

La filósofa antaño okupa que más ha conectado con la corriente que movió el 15-M se reivindica como agitadora de la turismo fobia

Jesús Ruiz Mantilla

Una placita en el Barrio Gótico de Barcelona. A Marina Garcés, la filósofa antaño okupa que más ha conectado con la corriente que movió el 15-M de Madrid a Barcelona, no se le mueve un rizo cuando los grupos de guiris la rodean. Y eso que se reivindica como agitadora de la turismo fobia. Pero también de la amistad. “Aquí me desoriento”, dice.

Pregunta. ¿El verano es el momento propicio para los amigos?

Respuesta. Es el tiempo de las relaciones no instrumentales.

P. Ah, pero, ¿existen?

La filósofa Marina Garcés, en el barrio Gótico de Barcelona.
La filósofa Marina Garcés, en el barrio Gótico de Barcelona.Joan Sánchez

R. Sin ser puristas, creo que sí. Aquellas en las que el dar se convierte en el argumento principal. Dar tiempo, por ejemplo, es hoy una rebeldía posible.

P. ¿No esperamos siempre algo a cambio? No solo material, emocionalmente…

R. No todo se puede instrumentalizar. Podemos apreciar las relaciones en sí mismas. Simplemente porque sí.

P. Porque sí ya es por algo.

R. Bueno.

P. Usted que fundó el movimiento Dinero gratis… ¿Qué es el la pasta?

R. Una abstracción atravesada por relaciones de dominación. Por eso daña la vida.

P. Y usted y sus compañeros de entonces, okupas incluidos, ¿tenían precio?

R. Intentábamos afirmar que no todo se puede comprar, una nueva forma de sociabilidad. Se puede romper esa tiranía del valor. Tasar la vida es lo que implantan determinados poderes, si le quitamos validez a tal concepto, nos liberamos. Es un combate.

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P. En su libro Ciudad princesa, ¿le ha podido la nostalgia?

R. Espero que no, aunque mirar hacia atrás, lo desprende. El presente es lo que importa, aunque escribas sobre la memoria. Si cierta nostalgia sirve para encontrar lo que queda por vivir, vale.

P. ¿Han perdido muchas batallas o todas las batallas?

R. Muchas. No siempre se pierden todas, por definición. Reconocerlo es un acto de honestidad. No nos podemos instalar en creer que lo logramos, pero tampoco en el desencanto y menos en el cinismo.

P. ¿Cuáles han ganado?

R. Existe un cambio de conciencia muy grande respecto a la victoria del capitalismo, que había ganado por ser el menos malo de los sistemas. Hoy, para mucha gente, está en cuestión, incluso para los menos politizados.

P. Si es así, ¿cómo es posible que haya vencido Trump y Europa se entregue en manos del populismo neofascista o del nacionalismo?

R. Es la expresión del miedo, que domina la lógica política actual. Eso abre abismos, produce terror. El repliegue nacionalista y el autoritarismo viene de ahí, como las tecno utopías y esas promesas de salvación en forma de robótica y algoritmos.

P. ¿Nos movemos entre los robots y el tarot?

R. Estamos en la paranoia que alimenta el dogma apocalíptico.

P. ¿Entra ahí el turismo?

B. Es la industria legal más depredadora que existe, pero no lo digo yo. Lo dicen estudios. En su desarrollo masivo, extractivo y monopolista. No me vale que sostiene al pequeño comercio. Beneficia a las grandes industrias de transporte, urbanística o de alimentos. Es ahí donde se cruzan todas las devastaciones: de la ambiental al extractivismo presente.

P. Tradúzcanos.

R. Yo analizo el turismo como industria extractiva, como antes la minería o lo agroalimentario. Para mí, Barcelona es un campo de soja, explotable como un recurso natural cualquiera.

P. Con ese discurso, ¿cómo hace para que al viajar no la consideren turista?

R. Intento hacerlo lo menos posible. Viajo para hacer cosas. No sólo trabajo. Ver gente, amigos.

P. En alguna ocasión ha dicho que ante algún fenómeno se ha quedado sin palabras. ¿Es esa la mayor derrota para un pensador?

R. Yo defiendo las crisis de palabras. Me asustan quienes nunca se quedan sin ellas porque quiere decir que siempre saben lo que piensan. No dudan. Mis libros están atravesados de esas crisis. Saberlas aguantar es bueno. Si no te quedas en el dogmatismo o la retórica.

P. ¿Cómo hemos podido caer tan bajo para que nos llamen marca, incluso a usted?

R. Volvemos al precio, al valor que sube y baja. Parece que todos jugamos a eso, en lo laboral y hasta en lo simbólico. El capitalismo…

P. Perdón, el anticapitalismo, ¿no impone sus marcas?

R. Más en el uso del símbolo, pero no todo símbolo es una marca, a no ser que se mercantilice.

P. Confiese un vicio que descomponga su figura de musa revolucionaria monacal.

R. No sé, la testarudez.

P. Eso no es un vicio, es un defecto, O una virtud, quién sabe. ¿Algo por lo que pierda la cabeza?

R. La pierdo constantemente. Por eso me dedico a la filosofía, que no es nada santa. Al revés. Es pecaminosa por definición.

Entre la agitación y la refelexión

Marina Garcés (Barcelona, 1973) se ha convertido en una de las voces de referencia de la nueva izquierda a fuerza de polémicas y ensayos calientes, entre el activismo y la reflexión. Perteneció a grupos okupa y germinó revulsivos como Dinero Gratis o Espai en blanc. Profesora de Filosofía comparada en la Universidad de Zaragoza, ha publicado Filosofía inacabada, Fuera de clase, Ciudad princesa (Galaxia Gutenberg) o En las prisiones de lo posible (Bellaterra).

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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