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tribuna libre
Columna
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Cuidado

Dignificar la labor de quienes se ocupan de otras personas es fundamental para mitigar la crisis demográfica

Olivia Muñoz-Rojas
Un padre con su bebé en brazos.
Un padre con su bebé en brazos.GettyImages

Preparar sus alimentos a un niño, lavar su ropa, asear a una persona mayor, acompañarla a pasear… Son labores de cuidado esenciales que con demasiada frecuencia damos por sentadas. Sin embargo, alerta la Organización Internacional del Trabajo, estamos a las puertas de una crisis global en la provisión de cuidados, cuyos síntomas comienzan a percibirse ya. Conforme va desapareciendo en todo el mundo el modelo de familia extensa entre cuyos miembros solía repartirse el cuidado de niños y mayores y se va imponiendo el modelo de familia nuclear, en la que ambos progenitores tienen empleos remunerados fuera del hogar, o el modelo monoparental, surge una necesidad creciente de profesionales del cuidado en los que delegar la atención de hijos y familiares mayores. En una Europa cada vez más envejecida, la crisis del cuidado puede ser todavía más devastadora. Con la actual tendencia demográfica, en unas décadas no habrá jóvenes suficientes para asumir el cuidado del número creciente de personas mayores longevas, muchas sin descendencia y potencialmente más vulnerables. Reflejo de esta realidad es el interés que despierta, junto a la literatura sobre la infancia, la que aborda el envejecimiento y el lugar del cuidado de niños y mayores en nuestra sociedad: desde el exitoso libro sobre la crianza ¿Dónde está mi tribu? (Clave Intelectual, 2016), de Carolina del Olmo, hasta el más reciente Envejecer con sentido (Planeta, 2018), de Martha C. Nussbaum y Saul Levmore.

Pese a su incorporación al mundo laboral y, en teoría, menor disponibilidad para hacerse cargo de niños y mayores, hoy en día las mujeres realizan un 76,2% del total de horas de cuidado no remuneradas, tres veces más que los varones. Incentivar la economía del cuidado, reconociendo su peso económico y atrayendo y formando profesionales de ambos sexos que se sientan valorados, es fundamental para mitigar la crisis que anticipa la OIT. Ello pasa por cambiar radicalmente la percepción de un sector tradicionalmente femenino, caracterizado por la precariedad y el escaso reconocimiento social.

En la actualidad, en sus primeros años de vida, los niños siguen rodeados, sobre todo, de cuidadoras. Son las madres las que, generalmente, reducen su jornada laboral y aumentan su presencia en el hogar. En las guarderías y en la etapa preescolar son escasos los cuidadores y los maestros varones, por lo que los niños continúan asociando las tareas de cuidado con las mujeres y es menos frecuente que escojan profesiones ligadas a este.

El cuidado de otros es una experiencia enriquecedora, de él se aprende sobre uno mismo y sobre los demás

El cuidado de otros es una experiencia enriquecedora, de él se aprende sobre uno mismo y sobre los demás. Se trata también de una actividad excepcionalmente demandante, tanto física como emocionalmente. Desde que la socióloga Arlie Russell Hochschild publicara su obra The Managed Heart: Commecialization of Human Feeling en 1983 (reeditado varias veces), se ha vuelto central en la sociología el concepto de emotional labor o esfuerzo emocional para describir el modo en que los trabajadores en determinados sectores, en particular aquellos relacionados con el cuidado, deben gestionar (a menudo reprimir) sus propios sentimientos —desde la fatiga hasta la desesperación ante un niño o un anciano que no atiende a razones—. No es casualidad que, tradicionalmente, se haya promovido la abnegación como una virtud femenina. Pero la capacidad de cuidar de otros no debe entenderse como un talento natural, sino algo que se aprende y que puede realizarse mejor o peor. Cuidar y tratar bien no es lo mismo, tal y como se desprende del libro Cuidar. Una revolución en el cuidado de las personas, de la doctora Ana Urrutia (Ariel, 2018). Inmovilizar a una persona mayor para evitar que se caiga es cuidar de ella, pero no es tratarla con respeto y dignidad, plantea la autora.

Quizá la dignificación del cuidado de otros y su mayor atractivo para los varones va unida, irremediablemente, a la dignificación de aquellos que reciben los cuidados. Es posible que en aquellas sociedades en las que más se respeta la integridad de niños, mayores y enfermos se acabe valorando también en mayor medida el cuidado y logrando que su desempeño resulte atractivo tanto para hombres como mujeres. En los últimos años han llamado la atención de los medios internacionales los latte pappor (papás latte) suecos —padres que toman la baja por paternidad de hasta 240 días a la que tienen derecho en aquel país o deciden tomarse una excedencia durante los primeros años de vida de sus hijos—. La etiqueta evoca la imagen de papás sentados en algún café degustando un café latte y compartiendo conversación con otros padres mientras sus hijos se entretienen con los juguetes que pone a su disposición el local en cuestión. La actividad adulta gira aquí en torno al niño. Se busca compatibilizar un momento lúdico para este con una ocasión de distensión y convivencia para el padre o cuidador. Desde luego, la dimensión ardua, repetitiva y agotadora del cuidado es inevitable, pero sólo compartiéndolo, visibilizándolo —socializándolo, en suma— es posible reconocer su valor humano, también económico, y su estatus indispensable para la sociedad.

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