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Reivindicación necesaria

Ramón Jáuregui analiza en 'Memoria de Euskadi' la evolución de la sociedad vasca desde la Transición, con el terrorismo y la cuestión territorial como telones de fondo

Luis R. Aizpeolea

Ramón Jáuregui confiesa que durante muchos años pensó que ETA nunca acabaría y que cuando vislumbró su final no imaginó que fuera tan limpio, tan claro y tan rotundo; una derrota en toda regla de la banda terrorista. Por eso se muestra perplejo cuando algunos medios conservadores señalan que ETA ha ganado políticamente. Lo subraya en su libro Memoria de Euskadi (el relato de la paz), en el que analiza la evolución vasca desde la Transición, con el terrorismo y la cuestión territorial como telones de fondo. Su visión es la de un protagonista de la historia —secretario general de UGT vasca, delegado del Gobierno en Euskadi, vicepresidente del Gobierno vasco, y ministro de la Presidencia—, pero la emoción que empapa el libro —“habré visitado 200 o 300 capillas ardientes”— con capacidad para reflexionar, sin rehuir la autocrítica, sobre la durísima experiencia vivida otorga al relato una autenticidad de la que carecen textos recientes, condicionados por una finalidad revisionista y propagandística.

Jáuregui parte de cómo en la Transición ETA era una banda terrorista muy poderosa, asentada en Francia, sostenida económicamente por la extorsión, con notable apoyo social en Euskadi y con amplia comprensión internacional. En contraste, el Estado estaba solo, sin apoyos políticos en Euskadi, desprestigiado por una acción policial descontrolada, con una inteligencia insuficiente, lo que masificaba la represión y encendía la espoleta acción-represión etarra. Jáuregui sitúa en el Pacto de Ajuria Enea, de 1988, la unidad de todos los partidos vascos, nacionalistas y no nacionalistas, frente a ETA, el primer gran paso en la victoria de la democracia sobre el terrorismo.

Fue el inicio del aislamiento de ETA y del apoyo paralelo a la acción del Estado en Euskadi y se convirtió en su referente político. Subraya que un objetivo clave del Pacto era que ETA se disolviera y su brazo político asumiera las reglas democráticas. Se logró en 2011 —tras un largo proceso de avances y retrocesos, como el Pacto de Lizarra— cuando, a la par que ETA declaró el fin del terrorismo, la izquierda abertzale volvió a las instituciones —había sido ilegalizada en 2002 con la Ley de Partidos, pactada por PP y PSOE— tras rechazar en sus estatutos el terrorismo, incluido el de ETA. De ahí la perplejidad cuando, medios conservadores señalan que ETA ha ganado al regresar la izquierda abertzale a las instituciones. Esos medios ignoran dos cuestiones clave que Jáuregui destaca: ganarle la batalla de la opinión en Euskadi y combinar la acción policial con la política porque era una banda terrorista con apoyo social. Por eso defiende el diálogo del Gobierno Zapatero-Rubalcaba con ETA de 2006, tan denostado por el PP, porque al agotar todas sus posibilidades sin ceder a las pretensiones políticas de la banda ganó la batalla de la opinión interior e internacional al cargar en ETA la responsabilidad de la ruptura del diálogo, tras el atentado de la T-4. En ese momento, el Gobierno aceleró el final del terrorismo al darle a elegir a la izquierda abertzale entre lograr de una ETA debilitada el cese del terrorismo, o desaparecer en un proceso lento, que prolongaría la violencia años. El final de ETA no ha sido el del independentismo porque el independentismo es anterior a ETA. Al independentismo hay que ganarle en la política y el PNV es clave. Jáuregui estima que el PNV —ante cuyas vacilaciones se muestra preocupado— tendrá que optar por el soberanismo o el pragmatismo a sabiendas de que la convivencia en Euskadi pasa por más democracia y no más nacionalismo.

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Autor: Ramón Jáuregui.


Editorial: Catarata (2018).


Formato: versión Kindle y tapa blanda (224 páginas).


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