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puro teatro
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

En la montaña rusa

'Falsestuff o la muerte de las musas', lo nuevo de Albet y Borràs, tiene gracia, pero necesita ajustes

Marcos Ordóñez
Una escena de 'Falsestuff o la muerte de las musas'.
Una escena de 'Falsestuff o la muerte de las musas'.may circus / tnc

Nao Albet y Marcel Borràs son actores, músicos, bailarines, coreógrafos, directores, dramaturgos y, esencialmente, jugadores, trileros de lujo. Les encanta mover los cubiletes a toda velocidad y vacilar al público (¿dónde está la bola?) mientras arman relatos arborescentes, a la manera de Lepage o de los grandes prestidigitadores argentinos: Spregelburd, Llinás, Pensotti, Jakob y Mendilaharzu, etcétera. El mayor enemigo de Albet y Borràs es el exceso. Y el gran problema de los relatos arborescentes es que a la que te descuidas se te van de las manos. ¿No han tenido tiempo suficiente para armar su nuevo espectáculo, Falsestuff o la muerte de las musas, que acaba de presentarse en el TNC barcelonés? Podría ser. La función se pone en más de tres horas, entreacto incluido. No cuesta pensar en aquella carta que se le alargó tanto a Pascal porque no tuvo tiempo de hacerla más corta. A Falsestuff no le falta ambición, imaginación ni empeño, como a todos los montajes de la pareja. Es, de entrada, lo que se llama una “propuesta internacional”. Internacionalísima: sus actores hablan en inglés, francés, lituano, indio, japonés, alemán, italiano, y es posible que me deje algún otro idioma.

La historia gira en torno a un personaje wellesiano, un falsificador llamado André Féikiévich, tan esquivo como un cruce entre Elmyr de Hory y Mister Arkadin. No les diré lo que falsifica Féikiévich, pero sí que su archienemigo, su némesis, es el violento promotor Boris Kaczynski. Puedo decirles que la relación entre ambos es un poco chestertoniana. También puedo contarles que cada nueva entrega del relato adopta una forma inesperada. A veces les sale de perlas y a veces se cae a cachos.

A esta obra no le falta ambición, imaginación ni empeño, pero a ratos les sale de perlas y a ratos se cae a cachos

¿Seguimos jugando a las influencias definitorias? El primer episodio, en el que Sau-Ching Wong interpreta (hablando y bailando) a Féikiévich niño y conocemos a su mentora, madame Polin (Diane Sakalauskaité), me hizo pensar, por tono y por ritmo, en El jilguero, el novelazo de Donna Tartt. Acabado el flashback, volvemos (segundo episodio) al presente: un grupo de personajes sigue contándonos la historia, pero esta vez a través de una partida de rol. Idea brillante, pero confieso que me armé un taco de consideración. Pregunta: ¿pasaría algo si se suprimiera? Solo pregunto.

Me vuelve una y otra vez el temible Boris Kaczynski, porque es un hallazgo tarantiniano habérselo encomendado a Jango Edwards. Perdonen la nostalgia: ¡Más de 40 años hace que le vi por primera vez en Friends Roadshow! ¡Y qué bien ha envejecido! Kaczynski es el mejor personaje porque Edwards exhala ira, furia y edad: un cóctel de Krusty el Payaso, Lionel Stander y Bob el Malo (Stacy Keach en El juez de la horca). Y ahora que me viene un wéstern a la cabeza es la hora de hablar del tercer episodio (y cumbre de la noche): de hablar sin hablar, ya me entienden, porque no quiero chafar la sorpresa. Imagínense el encuentro de dos espíritus: el Dylan de John Wesley Harding y los Talking Heads de Burning Down the House. ¿Tiene que ver con la historia central? Pues no locamente, pero la cosa es tan graciosa, tan bien hecha y le echan tanto morro que me quito el sombrero.

Acaba la primera parte y me parte el corazón decir que a partir de ahí Falsestuff tiene más altibajos que una montaña rusa. Episodio cuarto: un coloquio. Una broma sobre la pedantería hermenéutica (con Pedro Azara como moderador invitado) y sobre los autores que necesitan explicarse. Tiene su gracia, su sorpresita incorporada, y sirve para contar por la jeta (y para jugar a dar veracidad al relato) parte de lo que todavía no sabemos: la misteriosa carta del 24 de febrero. Problema: la forma del coloquio se alarga. Y se alarga todavía más el episodio quinto (la fiesta italiana: quieren hacer alta comedia, y además en verso, pero falta ritmo y la historia ya es puro barullo). Episodio sexto: monólogo francés, muy a la manera de Bolaño, que busca vincular política cultural y la perdiz que llevan mareando durante dos horas. Episodio séptimo, número mágico: epílogo, intento de atar todos los cabos (que son muchos), kiss kiss bang bang, grandes aplausos, algunos desperezos y a casa.

¿A Albet y Borràs les sienta mal el TNC? Es una hipótesis un poco marciana pero posible, porque en Atraco, paliza y muerte en Agbanäspach (2013) también hubo una cierta tendencia al jaleo disperso. Se comprende que no salga una joya como Mammón cada temporada. Ni se encuentra un personaje con tanto corazón como Dylan Bravo. Aquí, en mi opinión, hace falta ajustar y podar, o todo lo contrario: Falsestuff ganaría con una hora menos (menos personajes, menos lateralidad y más ir al trapo) o subiendo la apuesta a seis horas, en formato serie televisiva o en dos funciones, y, lógicamente, con tiempo para reescribir y desarrollar, porque está claro que talento no falta.

‘Falsestuff o la muerte de las musas’. Escrita y dirigida por Nao Albet y Marcel Borràs. Intérpretes: Nao Albet, Marcel Borràs, Jango Edwards y otros. Teatre Nacional de Catalunya (Barcelona). Hasta el 15 de julio.

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