Ante la Puerta de Tannhauser
Al mismo tiempo que se multiplican la ediciones de textos feministas, también lo hacen los libros “radicales”, signifique la expresión lo que cada editor quiera poner en ella
1. Técnica
En 1455, Enneas Silvio Picolomini, futuro Pío II, escribió una carta a su amigo el cardenal Carvajal contándole la gran impresión que le había producido ver y tocar, en el mercado anual de libros de Fráncfort, unos pliegos impresos de la Biblia de Gutenberg, de los que ponderaba su belleza y su facilidad para ser leídos “sin necesidad de gafas”. Por alguna razón, aquella impresión primordial trae a mi memoria el instante elegíaco en el que el replicante Roy Batty se refiere a su visión única de los “rayos C resplandeciendo ante la Puerta de Tannhauser”. En efecto, Picolomini tuvo un acceso privilegiado a una de las primeras muestras de un invento que iba a revolucionar la comunicación y la cultura, imponiendo en todo el mundo un modo de relacionarse con el escrito que se prolongaría hasta la difusión de Internet. La imprenta de tipos móviles de metal, que permitía la reproducción casi infinita —y a demanda— de los libros, acabó para siempre con el ecosistema del libro tal como entonces se entendía. Los editores y los libreros terminarían sustituyendo a los antiguos bibliópolas, y los copistas se convirtieron en una cofradía en extinción reservada solo para la redacción formal de documentos de relieve cortesano o diplomático. Ahora, 550 años después de la muerte de Johannes Gutenberg, Taschen —¿quién si no?— acaba de publicar una impecable edición facsimilar completa de la Biblia de Gotinga, uno de los ejemplares más perfectos que se conservan de aquel libro al que Lutero —cuya doctrina se benefició extraordinariamente de la difusión de la imprenta—, calificó de “último regalo de Dios a los hombres antes del fin del mundo”. La edición reproduce la traducción Vulgata de San Jerónimo (siglo IV) en dos columnas paralelas de 42 líneas y en letra textura, una especial variedad de la minúscula gótica. No se trata, claro, de un libro para leer, sino de la reproducción técnicamente esmerada del primer monumento de nuestra cultura escrita, una especie de tótem analógico. Taschen la ha editado en dos soberbios volúmenes en tapa dura (1.282 páginas, 100 euros) acompañados de un libro de Stephane Füssel, titular de la cátedra Gutenberg de Gotinga, en el que se incluyen, además de una biografía del genial impresor, una historia del proceso de fabricación del libro, así como las características técnicas del ejemplar. Si, como creía Heidegger, la esencia de la técnica no tenía nada de técnica, sino que era pura metafísica, en el caso del invento de Gutenberg la afirmación precisaría una nota a pie de página tan extensa como la propia Biblia.
2. Crimen
El aniversario como estrategia editorial. A partir de 10 años desde su aparición, toda novela de éxito (ya sea de ventas o d’estime) puede celebrar su aniversario; se la rescata del fondo y se reedita adjuntándole algún “valor añadido”: un prólogo (y no necesariamente de mi admirado Rodrigo Fresán), unos extractos de su recepción crítica, alguna carta, alguna nota de censura. Y se vuelve a explotar el libro. Estos días, por ejemplo, el aniversario recae sobre El túnel (1948), la nouvelle de Ernesto Sábato de la que Seix Barral ha lanzado una edición especial por el 70º cumpleaños de su publicación, en la que incluye algunos de los “extras” más arriba mencionados. He vuelto a releer la novela, mitificada en mi primera lectura (fue el mismo año que leí Rayuela y que escuché por vez primera Like a Rolling Stone). La historia, con su trama algo gore de asesinato pasional, su estructura cerrada, su típica intensidad sabatiana, su existencialismo diluido en frases subrayables, su freudismo (los sueños), su erotismo doloroso, tenía todo para gustar a un adolescente tardío que ya había leído El extranjero (1942), de Camus y “comprendido” a su héroe Marsault. Y aún lo tiene: la novela se sostiene perfectamente, a pesar de la mucha tinta narrativa y “negra” que ha corrido desde entonces. Solo que esa novela de amour fou, celos y asesinato (no desvelo nada: el narrador se presenta desde la primera línea como asesino de la mujer que amaba) abre ahora otra perspectiva crítica: El túnel puede leerse hoy como la justificación (y confesión) de un artista maltratador, de un temperamento esquizoide que ama y hace daño, es decir, que hace daño porque es su manera de amar. Y, al mismo tiempo, como una novela muy de su tiempo sobre la creación y sus angustias. Si yo tuviera un hijo/hija de veinte años sedientos de intensidades se la regalaría. Y les pediría que, después, me dieran su opinión.
3. Posanarquismo
Signo de los tiempos: al mismo tiempo que se multiplican la ediciones de textos (novelas, ensayos, cómics, panfletos, conversaciones) feministas, también lo hacen los libros “radicales”, signifique la expresión lo que cada editor quiera poner en ella. Biblioteca nueva inaugura su serie “pensamiento radical”, dirigida por Federico López Silvestre, con El posanarquismo explicado a mi abuela, del prolífico Michel Onfray, el más mediático de los anarquistas por defecto surgidos en torno al milenio. El librito se inicia por una (auto) biografía justificativa acerca de las “tripas” (las “vísceras”, dice) como primer vagido de (su) genealogía anarquista. A partir de ahí, Onfray, cuya Contrahistoria de la filosofía Herralde dejó de publicar —probablemente por aburrimiento— a partir del volumen V (y ya lleva XII) explica a su abuela (es, decir, a nosotros) su idea del posanarquismo, en la que Nietzsche, Proudhon y Etienne de la Béotie tienen tanto que decir(nos). Dos vectores para entender ese nuevo anarquismo de salón y manos limpias: la reivindicación de lo Inmanente frente a las grandes narrativas finalistas, y la importancia de las microrevoluciones del día a día para cambiar el mundo y a nosotros. Lo nuevo sigue oliendo a viejo. Y es que Onfray parece haber olvidado (aunque los cita) a Marcuse, Debord y Vaneigem.
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