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Columna
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El decreto

Hace tiempo que la política ha devenido en un ritual de gestos, en un espectáculo en el que priman las imágenes sobre el discurso

Ángel S. Harguindey
El presidente de RTVE José Antonio Sánchez.
El presidente de RTVE José Antonio Sánchez. ULY MARTIN

En la estupenda película de Kubrick Dr. Strangelove, or How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb, que los avispados distribuidores españoles decidieron traducir por ¿Teléfono rojo?, volamos hacia Moscú, el asesor del Presidente de EE UU y antiguo científico nazi, el doctor Strangelove (Peter Sellers), no puede evitar que periódica e inconscientemente su brazo derecho haga el saludo nazifascista. Algo similar les ocurre a los informativos y a algunos de los tertulianos del Canal 24 Horas: cuando menos se lo esperan les surge el ramalazo servil del conservadurismo casposo, una muestra de pleitesía a los más de seis años de servidumbre al PP.

Conviene recordar que en abril de 2012, al poco de llegar al poder, el Gobierno de Rajoy cambió por decreto ley, y desde la confortable mayoría absoluta, las reglas de juego para elegir al presidente de RTVE. El PP podría elegir sin consenso al presidente del ente pues en lugar de necesitar el acuerdo de los dos tercios del Congreso bastaría la mayoría absoluta, es decir, la que ya tenían. Fue el comienzo de una utilización descaradamente partidista de la televisión pública a la vez que una caída en picado de la credibilidad y las audiencias de sus informativos. Seis años después, y tras el decreto aprobado por el Gobierno socialista que ponía fin a ocho meses de bloqueo a la aplicación de una nueva ley que racionalizara la elección de presidente y consejeros de RTVE, hemos visto a un portavoz popular clamar en contra de reconvertir la televisión pública en una nueva TV3. Es la desfachatez considerada una de las feas artes de la política.

Hace tiempo que la política ha devenido en un ritual de gestos, en un espectáculo en el que priman las imágenes sobre el discurso. Eso explica, por ejemplo, el que la independencia catalana fuera, según sus protagonistas, una decisión simbólica, sin contenido. Los políticos lo han asumido y prueba de ello es el afán de controlar las televisiones públicas, esos agujeros negros presupuestarios. ¡Es la propaganda, estúpidos!

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