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El arte de la elipsis

José Maldonado indaga en la complejidad de las relaciones personales en su exposición en la galería Helga de Alvear tras 20 años de silencio en Madrid

Vista de la instalación 'Atlas Elipticalis', de José Maldonado. 
Vista de la instalación 'Atlas Elipticalis', de José Maldonado. joaquín lorés

Hay elipsis narrativas en la historia del arte reciente sin las cuales no se comprende el sentido total del relato. La omisión, digamos, chirría, se convierte en olvido y no se sobreentiende por el contexto. José Maldonado (Madrid, 1962), por ejemplo. Pertenece a una generación de artistas surgida en los ochenta que centraban su trabajo en la idea de representación. Ahí estaban Juan Muñoz, Jordi Colomer, Pep Agut y tantos otros. Maldonado siempre partía de la conciencia de la dificultad de la lectura, de la puesta en escena del espacio, de la imposibilidad de la significación plena. En la galería Juana Mordó, en 1993, presentó El gran teatro del mundo, donde tomaba como punto de partida del auto sacramental barroco de Calderón de la Barca. Al poner en escena un teatro sin público, de donde los actores mismos habían sido exiliados, el mundo se convertía en un drama al que el espectador llegaba a destiempo. Fue una de las exposiciones que todavía hoy se recuerdan de aquel momento próspero del arte español. Helga de Alvear, que trabajaba entonces en Juana Mordó, se lo llevó a su galería, donde estuvo hasta que su trabajo entró en colapso con el poco mercado. Ahora vuelve casi 20 años después.

La suya puede parecer una trayectoria caótica, pero yo diría que es libre en el mejor de los sentidos. Nunca se ha doblegado ante un discurso per se y eso le convierte en uno de los artistas que mejor han sabido escapar del control y las jerarquías. Antes de su trabajo más conceptual, había tenido una etapa grafitera. El texto y la escritura ya estaban allí, junto a los muchos formatos con los que siempre ha trabajado: música, sonido, vídeo, fotografía, imagen digital, arqueología de medios, instalaciones…

Toda esa construcción elíptica aparece de nuevo en esta exposición. Es como un ejercicio de semiótica. A Maldonado siempre le han gustado los títulos complejos y ahora no iba a ser menos. Está inspirado en los trabajos del astrónomo checo Antonin Becvár, conocido por su atlas estelar que tanto inspiró a John Cage para su Atlas Eclipticalis (1961-62), a quien homenajea ahora el artista. Si Cage empleaba los mapas estelares de Becvár para aplicar basándose en ellos operaciones azarosas y de transformación, Maldonado tira aún más de ese hilo para indagar en lo complejas que son las relaciones personales en ese azar cósmico, leídas en clave emocional: los reencuentros, las despedidas, las ausencias, los aprendizajes, los fracasos y las tensiones.

Lo que vemos aquí es un proyecto denso, confuso y formalmente difícil, sí. Dice que las paredes pintadas de colores remiten a post-it(s) y a varios mensajes cifrados. Maldonado comprende la dificultad como un elemento tan inevitable como el sudor y te coloca en un buen brete: ves que puedes leer lo que quieras en ellos, pero que hay una buena lectura por encima de todas las demás, y que esa lectura está definida por el modo cifrado de la propia idea de escritura. Parece un acertijo, pero en realidad es una buena metáfora de lo difícil que es hablar de uno mismo. Por eso busca otras voces, para discernir entre dos palabras: elipsis y elipse. Las escuchamos desde unas cintas magnetofónicas de audio: “Con uno basta para conocer a otro”, dice Mieke Bal. “A veces, la puntuación se eleva, como un apóstrofo”, añade Kenneth Goldsmith. “Pero tú y yo somos dos, dos ojos, dos centros”, repica Agustín Fernández Mallo. “Flechas y mechas”, llega de la voz de Tálata Rodríguez. Si tuviera que decir qué aspecto tiene el pensamiento, creo que se parecería mucho a esto.

José Maldonado. Atlas Elipticalis. Galería Helga de Alvear. Madrid. Hasta el 14 de julio.

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