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Columna
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La parrilla

En aquellos tiempos en los que todavía existía ese pantone del vacío catódico llamado carta de ajuste, los televidentes buscaban con avidez la guía que les permitiría saber qué echaban esa noche

Imagen promocional de 'Lo que necesitas es amor'.
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Hace mucho, mucho tiempo, en un periódico que falleció antes de que se decretara la muerte del papel, una becaria mocosa se pegaba con la parrilla de televisión. El reto consistía en componer la página como un puzle ajustando la colección de programas en cada columna para que todas ocuparan lo mismo. “Es lo más leído”, decía la jefa quién sabe si por dar aliento o por desesperación periodística. Y lo era. En aquellos tiempos en los que todavía existía ese pantone del vacío catódico llamado carta de ajuste, los televidentes buscaban con avidez la guía que les permitiría saber qué echaban esa noche. Porque en los remotos noventa los programas se echaban y el espectador inerte los recogía.

Le habían contado a la becaria que el truco para cuadrar el tetris de columnas era añadir bajo el título del programa una pequeña indicación. “Lo que necesitas es amor. La caravana del amor viaja hasta Plasencia para llevarle una declaración a Mari Pili”. Pero el método infalible era incluir el argumento del telefilme de sobremesa. “Nunca lo mandan, pero te lo inventas”, dijo la jefa. “Verano en Nantucket” pasaba a ser la historia de una joven neoyorquina que hastiada de la ciudad se trasladaba a la playa. Y “Huye, Jane, huye”, la desesperada aventura de una mujer por dejar atrás sus fantasmas. Eran tiempos de tópicos argumentales. De guiones precocinados.

Apostaría hoy la becaria, que ya no es becaria, a que podría hacer lo mismo con las tertulias políticas. “Programa de debate donde el presentador repite encendido: si habláis todos a la vez en casa no se entiende”; “Espacio donde Paco Marhuenda se queja de que él no ha interrumpido”; “Tertulia de actualidad en la que nunca se llegará a una conclusión”. Será que estos también son tiempos de lugares comunes. Con la salvedad de que el argumento previsible ya no es el de la joven agobiada que huye a la playa, sino el del político que pone en circulación un mantra vacío.

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