El toro ‘Orgullito’, indultado en Sevilla, certifica la muerte de la suerte de varas
El animal bonito, noble y dulce, exigido hoy por las figuras, llega a la plaza picado de fábrica
Si usted, lector, es uno de los 715 picadores que figuran inscritos en el registro oficial del Ministerio de Cultura, y, además, vive de la profesión, preocúpese. Si peina canas, no se duerma, busque la manera de participar en el mayor número posible de festejos y asesórese para una pronta jubilación; si es joven, olvide cantos de sirena, no se deje engañar y busque con urgencia otra ocupación.
Jubilación o huida, no hay otra, porque la profesión de picador de toros está llamada a desaparecer. Y ocurrirá mucho antes de lo que todos imaginan.
Hace años que la suerte de varas está en desuso, el público está abiertamente en contra, los toreros la desprecian y los ganaderos trabajan concienzudamente para que el toro ya salga picado de la dehesa. Ha perdido su sentido en beneficio de la muleta, como lo ha perdido la bravura, la fiereza y la casta del toro en favor de la nobleza y la duración del animal en el tercio final de la lidia. El espectáculo del piquero no se valora y no sirve, por lo visto, para medir la bravura del toro, sino para convertir al animal en una piltrafa de carne fofa y tullida.
En una palabra, que si usted es picador, tome nota. No olvide, además, un detalle sin aparente importancia, pero trascendental: si no se castiga al toro en el caballo, se ahorra derramamiento de sangre, que tanto importa a los que no comulgan con la fiesta y a todos los políticos. Tiempo al tiempo…
No hay más que repasar las imágenes de la lidia del toro Orgullito, el pasado lunes día 16, que desembocó en su indulto, unánimemente exigido por una rebosante y entusiasmada plaza de la Maestranza.
La profesión de picador está llamada a desaparecer, lo que sucederá antes de lo que todos imaginan
No hizo el toro una pelea en el caballo como para ser candidato al indulto, aunque para siempre quedará algún atisbo de duda sobre si era o no bravo, pues ni su lidiador, El Juli, lo colocó adecuadamente, ni el picador se esmeró en su trabajo. El animal estuvo allí, sin más, pero a años luz de lo que siempre se ha entendido como un toro que empuja con fiereza a la montura y se crece en el castigo. A años luz, sin duda…
Pero nadie (la autoridad, la primera) reparó en el detalle. Y lo que es más grave, nadie (la autoridad, tampoco) tuvo en cuenta la legislación vigente. El Reglamento Taurino de Andalucía es explícito al respecto y en su artículo 60, apartado 1, dice textualmente que el presidente puede conceder un indulto cuando “una res, por sus características zootécnicas, (demuestre) un excelente comportamiento en todas las fases de la lidia sin excepción y, especialmente, en la suerte de varas…”
Podría decirse, entonces, que el indulto de Orgullito es ilegal, aspecto que carece de importancia porque, en primer lugar, ya se sabe que las normas están para no ser cumplidas, y, por otro, porque todo vale en aras del gran espectáculo protagonizado en la Maestranza por ‘Orgullito’ y El Juli.
De acuerdo. El indulto ha servido para que se hable mucho y bien de la fiesta, y los informativos de televisión, las radios y los medios escritos y digitales dediquen una atención inusual a la tauromaquia. Es verdad.
Pero un indulto no es, ni mucho menos, la salvación que el espectáculo taurino necesita para su supervivencia porque, mientras se salva la vida de un toro, la tauromaquia se desangra por la degeneración galopante de su protagonista principal, (el toro) sin que nadie haga nada por remediarlo. Un indulto generoso significa banalizar una fiesta basada en la bravura, la fortaleza y la casta del toro.
Un toro vivo no salvará de una muerte segura el espectáculo; un toro vivo no redimirá de tantas tardes insufribles, de tantas corridas infumables, de tantos animales enfermizos y tullidos, de tantos carretones con cuatro patas carentes de emoción.
Si se aplicara la norma, Orgullito no hubiera pasado a la historia como el paradigma del toro bravo, que no lo es, sino como un referente esencial de toro moderno, incansable y extraordinario en el tercio de muleta y mediocre en los otros dos.
“El toro bravo y fiero ya no sale al ruedo; y si saliera, lo machacarían en el caballo”
Si la autoridad aplicara la norma, no habrían salido al ruedo de la Maestranza tantos toros impresentables, anovillados y supuestamente adulterados como se están viendo en esta Feria de Abril. Si se aplicara la norma, habrían vuelto a los corrales otros inválidos, ruinosos e imposibilitados para la lidia. Si se aplicara, ese público jaranero y festivo que pide trofeos e indultos con tanta generosidad sabría a estas alturas que la tauromaquia es algo muy serio, cuyo futuro depende en gran manera de la emoción que genera la exigencia con el toro y el torero.
Todo lo demás son veleidades pasajeras y con escaso fundamento; divertidas y sentimentales, si se quiere, pero pasajeras. Prueba de ello es que al día siguiente del indulto a Orgullito salió otro toro, de nombre Encendido, de sus mismas características y pasó totalmente desapercibido. Pero, bueno…
Ni un solo pañuelo se atrevió a pedir el indulto, pocos solicitaron la vuelta al ruedo del animal, y el presidente miró para otro lado y permitió que se fuera al desolladero como si tal cosa.
¿Mala conciencia? Quizá, porque Encendido estuvo a la altura de todas las cualidades que mostró Orgullito; incluso, podría afirmarse que fue más codicioso en banderillas y desbordó a su lidiador en el tramo final de la faena de muleta. No se olvide que el torero era Manzanares, consentido de Sevilla, que levanta pasiones con su presencia y monopoliza las miradas en detrimento de sus toros.
No hay prueba más concluyente de la exageración cometida con Orgullito que el silencio que acompañó a Encendido.
Pero, ¿se habrían resentido los cimientos de la Maestranza si se indultan dos toros en dos días? Sin duda, pero ¿qué más da si en la fiesta todo vale? Todo llegará, no obstante, más pronto que tarde. En poco tiempo veremos que por la puerta de chiqueros no saldrán toros, sino carretones de madera con los que toreros, que hoy ya habrán nacido, se lucirán mientras una plaza abarrotada de feriantes bullangueros y turistas extasiados se sentirá arrebatada y conmovida. Se habrá producido, entonces, la banalización total de la tauromaquia, la consecuencia lógica de la situación actual.
La conclusión la ofrece Agustín Colomar, presidente de la Unión Taurina de Abonados de Valencia: “El toro bravo, fiero y encastado, ese que colma las aspiraciones de un aficionado, y que le gustaría indultar, ya no sale a las plazas; y si saliera, lo machacarían en el caballo”.
Es el signo de los tiempos; el que permite que la mayoría se conforme con bajar el nivel de exigencia, en la creencia de que así perdurará la tauromaquia. Craso error. Mejor dicho, el tiempo dará o quitará razones…
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