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puro teatro
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Largo viaje de la noche hacia la noche

'Que revienten los actores', de Gabriel Calderón, es un singular cruce entre tragicomedia política y ciencia-ficción, con la dictadura uruguaya como trasfondo

Marcos Ordóñez

Atención al uruguayo Gabriel Calderón, toda una figura en su país, y que en el nuestro, tras presentar Mi muñequita en Temporada Alta, se ha dado a conocer en el Teatro Nacional de Cataluña con Que rebentin els actors (Que revienten los actores, en castellano), tragicomedia política negrísima y en clave de ciencia-ficción, que hace pensar en un insólito cóctel de Thomas Bernhard y Javier Daulte, con gotas sulfúricas de Eduardo Pavlovsky. Función originalísima, difícil, exigente, pero que da mucho a cambio. Su título no es exactamente una alusión teatral. Viene de una frase de José Mujica, exguerrillero tupamaro y presidente de Uruguay entre 2010 y 2015: al preguntarle cuándo acabaría el enfrentamiento entre víctimas y verdugos de la dictadura, dijo “cuando revienten los actores”, es decir, los supervivientes de ambos bandos. El texto de Calderón fue encargado por el parisiense Théâtre des Quartiers d’Ivry, y desde entonces no ha parado de hacer giras por Sudamérica.

Su motor es Anna (sensacional Bruna Cusí), una muchacha que quiere conocer la historia de su familia: hija de un izquierdista torturado, nieta de un médico que trabajó para los militares. Anna vive en una angustia incontenible y quiere reunirles, ingenua, en un reencuentro navideño para preguntarles lo que nunca pudo. ¿De dónde surgió aquel silencio, aquellos gritos? ¿Por qué vivir le duele tanto? Ahí entra en juego Tadeu (Francesc Ferrer), físico cuántico, demiurgo tragicómico, que por amor pondrá en marcha el dispositivo y será quien reciba no pocas bofetadas. El experimento es un torbellino: solo disponen de una hora para que los muertos comparezcan. Los intérpretes exhalan energía en estado puro, sosteniendo en el aire oleadas de lenguaje a gran velocidad. Poco a poco nos vamos situando, con saltos del pasado al presente. Hemos de reconstruir en ese doble viaje la información que nos llega de los personajes. Calderón dosifica las claves: a veces las insinúa, deja que adivinemos lo que sucedió.

Hay una poderosa idea central: el tratamiento del lenguaje. ¿Cómo volverían nuestros muertos? ¿Hablando como hablaban entonces, empozados en los charcos de su época? ¿O transformados por el viaje? Mitad y mitad: traen un vendaval de caos, de enfrentamientos latentes. Sus voces y sus gestos hacen pensar en moscardones chocando atrapados en una caja. En el comedor late lo indecible. Lo indecible sobre la dictadura, que se expresa de muy diversas formas: lo grotesco, la parálisis, la catarata de insultos. Ahí asoma y retumba Bernhard: texto escupido, incendiado, buscando ceñir una historia que no logra contarse.

Los intérpretes de este espectáculo exhalan energía en estado puro, sosteniendo en el aire oleadas de lenguaje a gran velocidad

Es un doble reto que los visitantes parezcan repartidos a contratipo. Jordi Banacolocha, encarnación de la bonhomía, es aquí la esencia de la ferocidad: Antoni, el abuelo de Anna y padre de Graciela. ¿Por qué no parece conocer a los suyos? “A la mitad no os conozco”, dice, “y a la otra mitad no quiero ni veros. Todos estos años de odio y desprecio no se borran con una cena navideña. No hay reconciliación posible: la única reconciliación es la muerte”. Lina Lambert, que siempre parece habitar en la mejor habitación de Downton Abbey, es Graciela, que vuelve como una bestia rabiosa que escupe diez venablos por minuto, talmente una criatura plurirrevolucionada de Lucrecia Martel. Jordi (Albert Ausellé), el marido de Graciela y padre de Anna, es el único pletórico por tener una segunda oportunidad de ver a los suyos. Recuerda todo el horror del pasado, pero se le despedazan las palabras para narrar la tortura. Júlia (impecable Imma Colomer), madre de Jordi y abuela de Anna, vive en una nube de alcohol para olvidar lo que pasó con sus hijos. ¿Llegaremos a saber realmente lo que sucedió en esa familia? ¿El pacto entre Graciela y su padre, por ejemplo? La memoria desaparece a medida que se va gastando la hora prevista. Pero aún falta una aparición, y otro personaje a contratipo: Sergi Torrecilla, excelente actor de comedia, ha sido el narrador de la historia durante la primera parte, pero en el tercio final vuelve transmutado para encarnar (y no es cosa fácil) al que cerrará el círcu­lo familiar, con un personaje terrible y doliente que no revelaré, y que sostendrá un extraordinario diálogo con Jordi sobre las dobles violencias de la época. Y, desde luego, tampoco les contaré la inesperada sorpresa final.

Las frases de la excelente versión catalana de Xavier Pujolràs restallan como látigos, pero, única pega del montaje, dirigido por el propio Calderón, yo creo que hubiera resultado mejor mantener el trasfondo de la dictadura uruguaya: con nombres catalanes es impepinable pensar en el franquismo, pero no encajan en los setenta ni la forma militar ni la guerrilla y los desaparecidos, por citar solo algunos aspectos disonantes. Pese a ello, hay que ver Que rebentin els actors: por su texto, por su dirección, por las soberbias interpretaciones, es uno de los mejores espectáculos de la temporada. No se la pierdan.

‘Que rebentin els actors’, escrita y dirigida por Gabriel Calderón. TNC (Barcelona). Intérpretes: Albert Ausellé, Jordi Banacolocha, Imma Colomer, Bruna Cusí, Francesc Ferrer, Lina Lambert, Sergi Torrecilla. Hasta el 29 de abril.

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