Barrio
El final de 'Apaches' permite algunas consideraciones de carácter general sobre la ficción televisiva en España


El pasado lunes concluyó la emisión en Antena 3 de Apaches, una estimable serie producida por el muy curtido Emilio A. Pina que, pese a todo, permite algunas consideraciones de carácter general sobre la ficción televisiva en España. Y la primera que surge es el, al parecer, rechazo a cualquier formato seriado que no alcance los 12 capítulos caiga quien caiga que, mayoritariamente, suele ser el espectador.
No se entiende muy bien por qué no se ruedan series de cuatro o seis episodios, algo habitual por ejemplo en la BBC, y en Apaches se alarga la historia innecesariamente. Que al padre del protagonista le den dos infartos, espaciados, eso sí, ya es un exceso. Que la banda de ladrones perpetre doce atracos no obliga a los guionistas a detallar cada uno de ellos y, naturalmente, la necesidad de cubrir 12 capítulos exige el desarrollo de historias colaterales que no siempre están a la altura de la trama esencial.
Y sin embargo Apaches tiene varias virtudes. La primera es la de situar toda la acción en un barrio popular madrileño, Tetuán, infrecuente en la producciones audiovisuales. Bares, pisos, calles, descampados... todo respira autenticidad en unos interiores y exteriores en los que se mueven un grupo de jóvenes de los que un marxista ortodoxo calificaría de lumpenproletariado por más que en los tiempos actuales los que predominan son los que podrían llamarse lumpenburgueses o ladrones de guante blanco. Su segunda virtud es la elección de actores, con unos espléndidos Eloy Azorín, Verónica Echegui, Paco Tous, Ingrid García Jonsson o Críspulo Cabezas, entre otros, y un menos espléndido Alberto Ammann pese a su condición de protagonista y haber sido Goya al mejor actor revelación por su papel en la notable Celda 211.
Queda por aclarar por parte de la cadena por qué se tardó casi tres años en estrenar la serie aunque en eso, en la falta de transparencia, el cuarto poder se asemeja al primero.
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