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arte

El nombre roto

Tecla Sala revisa los pasos creativos de Pepe Espaliú trazando líneas temporales discontinuas y cruces con otros artistas

Genet IV (1988), de Pepe Espaliú.
Genet IV (1988), de Pepe Espaliú.

Hay otra historia del arte que parte del cero absoluto como principio de producción y que se detiene en los pasos perdidos, en las dudas latentes y en los encuentros fugaces. Ocupa un lugar quebradizo, ese que, pareciendo el más superficial, es el más profundo. Ese también donde las historias se dejan presumir pero no identificar: una tarde imprecisa, pedazos de un suelo, restos de un paraíso. Espacios del olfato donde habita una intimidad acústica, llena de conexiones a contratiempo. En eso se ha convertido estos días el centro Tecla Sala de L’Hospitalet de Llobregat, en Barcelona. El propio espacio, centenario ya, tiene mucho que ver con esa idea de ensalzar la vida y atrapar una pequeña revolución.

La suya responde también a otra historia, la de Tecla Sala Miralpeix, una mujer al frente de una fábrica textil en un momento, años treinta, en que esos pequeños imperios estaban en manos de ellos. No tardó en instalar una escuela con biblioteca para las mujeres que trabajaban con ella, que todavía dignifica el lugar. Hoy rescata esa máxima de que un momento decisivo está siempre en transcurso. Lo hace con Pepe Espaliú explicado en Tres tiempos, más los que lleva dados su comisario, Jesús Alcaide, para ponerle tantos interrogantes como ha podido a la gran pregunta de fondo aquí: ¿cómo se escribe la historia?

Todo parte de Pepe Espaliú para llegar a Pepe Espaliú. Pues vaya cosa, dirán. Él lo tacharía, con razón, de extraña contradicción, y eso que dominaba a la perfección lo de dibujar ausencias para definir la más entera presencia. Dudo que este artista pueda explicarse de otro modo. El comisario lleva tiempo dándole vueltas a su trabajo para tratar de explicar esa otra cara de Espaliú que tanto tiene que ver con las contaminaciones más allá del sida, las emocionales e intelectuales al margen de la enfermedad con la que siempre se le conecta. Hacer que la memoria adopte un perfil más diáfano. Para eso juega con los saltos temporales, de ahí el título.

No esperen ver las obras más conocidas del artista, porque esta exposición rinde tributo a un libro, una carta o un amigo decisivo

Si generalmente se fija el inicio de su producción en 1987, fecha de su primera exposición en la galería La Máquina Española, la muestra se coloca en 1975 en Barcelona. Espaliú tenía entonces 20 años y celebraba su primera colectiva en la Escola Massana. Andaba fascinado con una escuela experimental creada por Gerard Sala, Aula Oberta, que apenas duró un año, pero que puso en conexión a una generación de artistas. El hecho de tener todos el estudio cerca, en el Raval, donde hizo muchas de sus primeras intervenciones, facilitó proyectos como 10 visiones de la pintura industrial o acciones como Las manos sucias, en las Ramblas, menores en cuanto a piezas, pero vitales en esos primeros pasos. Oscar Masotta también se cruzó en ese camino. Había llegado a Barcelona en 1974 y, en los Seminarios que hacía en su piso de Aribau, Espaliú solía decir que encontró la experiencia teórica más importante de su vida.

'Santos' (1988), de Pepe Espaliú.
'Santos' (1988), de Pepe Espaliú.

En Tecla Sala revive con varios tomos de Freud, Lacan y el propio Masotta, todos de los que siguen durmiendo en Córdoba en la biblioteca del artista, en el centro que lleva su nombre. También con la relectura de Dora García del psicoanalista argentino en Para inducir el espíritu de la imagen y varias publicaciones de su Segunda vez. Ahora que Masotta ha llegado al Macba y que Dora García está a punto de ocupar el Reina Sofía, los ecos crecen y se retroalimentan. Alberto Cardín, figura clave en la transición española para el colectivo LGTB, es otro de los personajes principales convocados en estas genealogías torcidas de la historia de Espaliú. Llega con voz del Equipo Palomar y su No es homosexual simplemente el homófilo sino el cegado por el falo perdido (2016), título del guion que, seguramente, Cardín dejó inédito para que el Palomar retomara esa voz desde la radicalidad del activismo poético que les define como una de las voces con más sentido en la Barcelona de hoy.

Un salto en la exposición nos lleva a 1988, en pleno boom del arte español fuera y de esa movida recogida en todas las revistas, y a una exposición en Carles Taché de Espaliú con Guillermo Paneque, donde se traducía el amor que tenía el primero por las estatuillas africanas que rodeaban su estudio.

El tercer tiempo pasa por 1993, la última fecha en la que Espaliú visita Barcelona, para una exposición en la galería Antonio de Barnola: muletas, jaulas, espinas, agujeros… Los últimos días. Pocos meses antes había recorrido Madrid con su conocido Carrying, el mismo día que publicaba en EL PAÍS su texto de despedida con Retrato del artista desahuciado.

No esperen ver las obras más conocidas de Espaliú aquí, quiero decir las convencionales, porque esta es una exposición que rinde tributo a otra cosa: el primer apellido en un catálogo, los libros de cabecera, una carta decisiva, un amigo cómplice… Y he ahí su proeza. Saca además el comisario una cita del artista de una de sus jaulas que dice que “cada hombre tiene dos nombres: uno entero y otro roto”. Por el segundo caminamos para llegar al primero y de esa manera extraviar toda idea de nombre, que es lo que a Pepe Espaliú le hubiera gustado.

‘Pepe Espaliú. Tres tiempos’. Centro de Arte Tecla Sala. L’Hospitalet de Llobregat. Barcelona. Hasta el 3 de junio.

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