Brassaï: el ojo de París
Una retrospectiva revisa la obra de este polifacético artista quien redefinió la imagen de la capital francesa con su fotografía, a pesar de su ambivalencia frente al medio
La noche de Montparnasse vibraba en todo su esplendor, cuando en el invierno de 1924 Brassaï llegó a París. Al finalizar el día, la ciudad sacaba de su guarida a toda una población que alumbrada por farolas de gas dibujaba un mundo secreto y sospechoso donde los iniciados en el placer, el vicio, el crimen y el amor campaban a sus anchas. La ciudad de la luz parecía destilar su esencia en la fruta prohibida de la noche. “La noche sugiere, no enseña. La noche nos encuentra y nos sorprende por su extrañeza; ella libera en nosotros las fuerzas que, durante el día, son dominadas por la razón...”, escribía el fotógrafo.
La noche embaucó al artista húngaro en la práctica de la fotografía. Fue también la protagonista de su primer libro. Poco a poco el fotógrafo fue apoderándose de su fulgor; redefiniría la imagen de una ciudad mítica a través del enigma de sus noches, al tiempo que estableció su impronta de autor en la historia de la fotografía y en consecuencia su fama. Una retrospectiva nos adentra en la obra de este polifacético autor, no solo a través de sus imágenes nocturnas, sino de sus desnudos, sus grafitis, sus imágenes de la calle y sus retratos. Comisariada por Peter Galassi, exconservador jefe de Fotografía del MoMA, Brassaï nos presenta más de 200 imágenes en la sede de la Fundación Mapfre en Barcelona (la exposición llegará a Madrid a finales del mes de mayo).
Gyula Halásaz (Brasso, Hungria, 1899-1984, París) llegó a París dispuesto a cumplir su sueño: hacer carrera como pintor en la capital del Sena. Nunca más regresaría a su tierra natal, la ciudad de Brasso (la cual pasó a formar parte de Rumanía), de donde adoptó su nombre artístico, Brassaï. Establecido entre la variopinta comunidad de bohemios y artistas expatriados, escribía artículos para la prensa húngara, completándolos con sus propios dibujos y caricaturas, a la vez que la nutría con fotografías realizadas por otros para ilustrar textos. A pesar de que siempre había ignorado e incluso despreciado la fotografía como arte, en 1929 compró su primera cámara. Quería expresar su pasión por la ciudad de noche.
La mirada de Brassaï se apartaba de cualquier corriente dominante en la fotografía. Sus campos de adoquines brillando en la lluvia de la noche “podrían clasificarse como fragmentos con un diseño y una textura propios de la nueva objetividad, pero su lugar está más bien en un universo propio de Brassaï de misteriosos materiales enraizados en las venerables mitologías parisinas”, escribe Galassi, en el catálogo que acompaña a la muestra. Así, cuando los surrealistas quisieron ver en sus obras en reflejo de un París irreal y fantasmagórico, envuelto en oscuridad y niebla, Brassaï se desmarcaba: “El surrealismo de mis imágenes no era sino lo real vuelto fantástico por la visión”. Confiaba plenamente en la capacidad de la fotografía para transformar lo que describía, a veces incluso intentando ver lo animado dentro de lo inanimado.
Solía utilizar una cámara Voigtländer Bergheil fijada en un trípode y con placas de vidrio de 6,5 cm x 9 cm. Más tarde adquiriría una Rolleiflex, lo que le permitió aligerar su carga. “La espontaneidad era algo ajeno a su sensibilidad”, destaca el comisario, así entre sus motivos se encuentran gente durmiendo o vista desde atrás. “Siempre he perseguido inmovilizar el movimiento, congelarlo de forma física, darle a la gente y a las cosas esa inmovilidad que solo son capaces los cataclismos y las muertes”, decía el artista. Otras veces posaban para él, como en las imágenes tomadas en el prostíbulo Chez Suzy,creando un mise en scène que sugería una narrativa. Jamás buscó escamotear la presencia del fotógrafo en una escena. “Lo natural es que el modelo posé honestamente”, decía.
Dos semanas después de que el artista presentará al editor Charles Pignot un pequeño lote de sus fotos nocturnas firmaría su contrato para su primer libro, Paris de Nuit (París de noche) con una introducción de Paul Morand. Tan solo tres años después de sus inicios su nombre era ya familiar en el mundo de la fotografía. Comenzaría aquí su larga colaboración con distintas revistas. Entre ellas la recién estrenada París Magazine, así como en la revista de arte Minotaure, para quien fotografió la obra de Picasso, siendo este el comienzo de una duradera amistad entre ambos artistas. “Cuando más alejado me encuentro de la pintura y mis otras ocupaciones, más pintor me siento y más veo en la pintura, y aun más en la escultura, mi verdadera vocación”, escribía quejoso el fotógrafo. “La fotografía es más bien un estimulante. Un éxito completo en la fotografía deja en el ser algo insatisfecho. Es elección y no expresión… me ha permitido salir de mis sombras, mostrar lo que veo. Algo es algo. Pero aun así es necesario que algún día pueda expresar lo que soy”.
“Tiene una mina de oro y explota una mina de sal”, decía Picasso de su amigo, elogiando sus dibujos, quehacer que retomó durante la ocupación de los alemanes en París, incapaz de fotografiar con libertad. Acabada la guerra Brassaï practicó la escultura y crearía decorados fotográficos para varias obras de teatro. En 1956 realizaría su única película que obtuvo un premio en el Festival de Cannes. También llegaría a publicar sus escritos, así como Conversations avec Picasso (Conversaciones con Picasso) , donde rinde homenaje no solo al pintor sino también a su admirado Goethe. Con frecuencia dejaba claro su desprecio por la especialización y animaba a “salvaguardar la frescura de la mirada del amateur y combinarla en cada caso con el conocimiento y la conciencia del profesional”.
No es de extrañar la ambivalencia de Brassaï en cuanto a la fotografía en un momento en el que el mundo de la cultura estaba profundamente dividido en relación con el medio. En el floreciente sector de las revistas ilustradas la sensibilidad única del fotógrafo apenas importaba a sus directores, que simplemente necesitaban un flujo de imágenes predecibles. “Analizar la fotografía de Brassaï“, escribe Galassi, “es enfrentarse a la incongruencia de dos culturas divergentes: por un lado, el nacimiento de una vibrante tradición artística de fotografía pura, y por otro, el ascenso de la fotografía como motor del lucrativo negocio de la comunicación de masas”. De la misma forma, la intención de París la nuit no fue tanto celebrar una mirada única sino un concepto asentando en la industria turística que dejaba de lado la visión más personal del artista de una ciudad despoblada y misteriosa. Pero sí tuvo como aliado un atrevido diseño que ensalzaba el poder visual de las imágenes. El conjunto de fotografías que mejor definía la mirada artística de Brassaï permaneció inédito hasta ser publicado en Le Paris secret des années 30 (El París secreto de los años 30) en 1976.
Admirado por un circulo de artistas entre los que se encontraba Henry Miller - quien le apodó como el ‘ojo de Paris’-, Jacques Prévert y Henri Michaux, la posguerra tampoco favoreció el reconocimiento artístico que merecía el fotógrafo. Paradójicamente, la primera retrospectiva que se celebró del artista en París fue en 1963. “La novedosa y pujante cultura de la fotografía en libros y revistas convirtió a Brassai en fotógrafo, pero no le hizo ningún bien como artista”, señala Galassi.
Brassaï buscó siempre retratar la vida, bien fuese en los pobladores de las calles y los bares, en las fachadas de los edificios o en los adoquines del suelo. Aquella vida contemporánea que consideraba que había sido abandonada por la pintura con la desaparición de Toulouse- Lautrec, (con quien compartió la mitología de los bajos fondos), dejándola en manos de la fotografía y el cine. Amaba la vida cotidiana. “Tendrían que pasar treinta o cuarenta años antes de que Garry Winogrand hiciera fotografías que combinaran tan vívidamente apasionantes vislumbres del mundo con el reconocimiento ingenioso y subversivo de la inevitable contingencia de la descripción fotográfica”, apunta Galassi.
BrassaÏ. Sala Fundación MAPFRE Casa Garriga Nogués. Barcelona. Hasta el 15 de mayo
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