La eternidad en tres minutos
El libro 'Tres minutos de magia. Una historia del power pop y la new wave' traza un amplio recorrido histórico por una saga de más de cuarenta años de álbumes y canciones imbatibles
La ocasión la pintaban calva, como quien dice, y disculpen el autobombo: ¿Cómo es posible que en un país en el que han germinado dos extraordinarios libros sobre el pub rock (Música y cerveza, de Javier Abad, publicado por Milenio en 2002) o sobre el Nuevo Rock Americano (Nuevo Rock Americano, años 80, de Carlos Rego, publicado por la misma editorial en 2011) no hubiera aún ningún manual que abordase el devenir del power pop? El primero fue antecedente de la new wave británica. El segundo ostentó no pocos puntos de fricción con la primera era dorada del power pop, a través del jangle pop californiano de los primeros ochenta y su rescate de las guitarras de papel de estraza de The Byrds. Pero ambos fueron más coyunturales, constreñidos a un tiempo y un lugar. Además, ¿nadie había reparado en la necesidad de un libro así en un país como el nuestro, que es como la nueva tierra de promisión para esas veteranas bandas norteamericanas que, prácticamente desahuciadas en su terruño (pienso en Gigolo Aunts, Nada Surf o The Posies como casos más palmarios), vuelven por aquí cada dos por tres para reencontrarse con una incondicional legión de devotos, en giras que apenas comportan riesgo para el promotor de turno? Por algo Paul Collins – y su legítimo sucesor, Kurt Baker – se han sentido siempre tan cómodos aquí, en esta suerte de California europea. Bastante menos próspera, desde luego.
Bien es cierto que acotar temporalmente un género tan imperecedero y atemporal no es tarea fácil. Emergiendo casi como un entrañable anacronismo entre el sarpullido glam, las espirales progresivas, la vehemencia del hard rock, la incipiente fiebre disco y el advenimiento del punk, el power pop ha perdurado con relativa buena salud hasta nuestros días pero siempre en un segundo plano, y lo cierto es que ni siquiera sus más acérrimos correligionarios se ponen de acuerdo en delimitar su radio de acción (¿género codificado? ¿subgénero?), a diferencia del lapso temporal en el que se enmarca la new wave (entre finales de los setenta y principios de los ochenta), que es algo plenamente consensuado.
Quizá algunas de las bandas que aparecen en Tres minutos de magia. Una historia del power pop y la new wave (Efe Eme, 2018) no puedan calificarse como power pop en sentido estricto, pero todas gozan de unos presupuestos comunes. Y ya había demasiada información acerca del power pop diseminada en fanzines, en webzines, en foros de internet y en grupos de facebook – ay, en los márgenes, casi siempre en los márgenes – como para resistir a la tentación de sistematizar todo ese caudal de datos y de opiniones, contrastarlo, cribarlo y plasmarlo en un libro. Más aún cuando hay algo esencial en toda esa saga de canciones que encapsulan, como por ensalmo, la magia inherente al mejor pop en cuestión de dos o tres minutos: su irrebatible poderío emocional.
También su funcionalidad, su condición de melodías todoterreno, de las que destilan todo su hechizo al amanecer, a la hora del crepúsculo o bien entrada la madrugada; en la intimidad del hogar o en el fragor etílico de cualquier garito con buen gusto. Hagan el favor de ponerse September gurls de Big Star, Shake Some Action de los Flamin' Groovies, Now de The Plimsouls, Starry Eyes de The Records, Looking for the Magic de Dwight Twilley, Spin Me Around de The Modulators, Solar Sister de The Posies, Hold Me Up de Velvet Crush o The Blunderbuss de Brad Jones y díganme ustedes si no les entran unas ganas irrefrenables de comerse el mundo. Explíquenme si son capaces de permanecer fríos e impasibles, independientemente del lugar y la circunstancia. Siempre funcionan. Nunca fallan. Y nadie se explica su mala estrella comercial.
Un segundo propósito era el de reevaluar la molla de la new wave, tan íntimamente relacionada con el primer power pop. Pero también glosar su herencia en las últimas décadas, poco investigada por mor del eterno revival en el que vivimos y de la sucesión de mareas alternativas que ponen lacre de novedad a algo que, en esencia, viene de lejos. Recordar a los Cars de Ric Ocasek, por ejemplo, pero sin olvidar el papel fundamental que este desempeñó como pigmalión de Weezer o Nada Surf, o como inspirador de Fountains of Wayne y The Rentals ya en los años noventa, la década en la que el pop radiante cobró nuevos relieves y recuperó fulgor mediático. Y, por supuesto, rescatar a Blondie, Pretenders, The B-52's, Devo, Squeeze, Split Enz, Elvis Costello, Nick Lowe, Ian Dury, Gruppo Sportivo y hasta a – por qué no: corramos un tupido velo sobre casi todo lo que luego facturó luego Sting – The Police. Y recuperar también las discografías de deliciosas anomalías como Ze Malibu Kids o Imperial Teen.
Como es lógico, tampoco podíamos dejar de lado el perfil propio que la nueva ola experimentó en España a principios de los años ochenta, antes de que nadie hablase de Movida. El trienio 1979-1982 como fértil criadero que alumbró los extraordinarios primeros trabajos de Nacha Pop, Mamá, Los Secretos, Los Auténticos, Los Modelos o Pistones. O el papel que la parroquia mod de las grandes ciudades (Telegrama, Los Elegantes, Los Flechazos) jugó luego a la hora de preservar los valores menos adulterados de la tradición pop legada de los sesenta, en una época en que prácticamente nadie se libraba de envaradas faenas de producción que solían abortar la frescura que muchas bandas esgrimían en directo. Y luego la era del indie de los noventa, en la que no todo el monte era – ni mucho menos – orégano, porque ahí están los discos de Pribata Idaho, Los Valendas, Insanity Wave, Happy Losers, Malconsejo, Los Hermanos Dalton, Vancouvers, Ross o Hank para certificarlo. Un trayecto que, con las intermitencias de rigor que son habitual marca España, llega hasta nuestros días dando muestras de buenas salud.
El recorrido era largo, pero creemos honestamente que el trabajo ha valido la pena. Y seguro que si alguno de ustedes se anima a acompañarnos por este viaje de 344 páginas, encontrará decenas, quizá cientos de motivos para no arrepentirse. Todos tienen nombre de canción. Y todas tienen la virtud de poner el corazón en un puño.
Carlos Pérez de Ziriza es autor del libro 'Tres minutos de magia. Una historia del power pop y la new wave'.
Babelia
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