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FOTOGRAFÍA

René Magritte: poesía visible a través de una cámara

El artista surrealista practicó la fotografía a lo largo de su vida. Sus imágenes sirvieron de base para su pintura y revelan una misma forma de entender la realidad

La sombra y su sombra, 1932. Georgette y René Magritte, Brussels
La sombra y su sombra, 1932. Georgette y René Magritte, BrusselsRené Magritte/ Colección privada/ Cortesía Brachot Gallery

“Todo aquello que vemos esconde alguna otra cosa más, siempre queremos ver lo que está oculto a través de lo que vemos”. La frase es de René Magritte (1898-1967), maestro de la paradoja, quien a través de un juego constante entre la imagen y la realidad nos enseña que nuestro mundo puede ser solo una construcción mental. En su búsqueda de aquellas experiencias que pudieran ensanchar la comprensión del universo, el artista incorporó la fotografía a sus aficiones. Una serie de fotografías y películas realizadas por él mismo, descubiertas más de diez años después de su muerte, evidencian una clara relación con sus pinturas, y una misma forma de adentrarse en el misterio.

Son 130 las fotografías que componen René Magritte. The revealing image. Photos and film y se exhiben en la galería ArtisTree. Acompañadas de sus películas, revelan una faceta poco conocida de su autor. Entre ellas se encuentran retratos íntimos y familiares, otros que sirvieron de modelos para sus trabajos publicitarios, así como otras imágenes más experimentales en las cuales el pintor servía como creador, director o modelo. Todo ello ha servido para enriquecer su biografía, así como para constatar que utilizaba la fotografía no solo como diversión, sino como una base para su pintura donde ensamblar ideas y objetos. “Magritte fue un soñador”, destaca Xavier Canonne, comisario de la muestra y autor de un libro que con el mismo título y publicado por Ludion Publishers profundiza en la obra fotográfica y fílmica del autor belga. Sus fotografías corroboran que la realidad era el punto de partida para un proceso creativo donde “la poesía se hace visible” y los sueños están hechos de la misma materia que la realidad.

René Magritte y El parecido ( de la serie Lo eternamente obvio), c.a 1962
René Magritte y El parecido ( de la serie Lo eternamente obvio), c.a 1962Shunk Kender /Colección privada/Cortesía Brachot Gallery

Para Canonne, el autor del óleo La traición de las imágenes —famoso por su inscripción Ceci n'est pas une pipe, (Esto no es una pipa)—, “era más un filósofo que un pintor. Nos mostró que una imagen de un objeto no es un objeto. Magritte se interesa por la lingüística y la filosofía”. Desde que diera sus primeros pasos en la pintura, al ingresar en la Académie des Beaux-Arts de Bruselas, el artista siempre estuvo más interesado en la forma en la que expresaba sus ideas que en demostrar su destreza como pintor. Sufrió el escarnio de la crítica y tuvo que aceptar trabajos publicitarios para poder subsistir. No fue hasta cumplidos los sesenta cuando conoció la fama. Muchos han visto en el suicidio de su madre (se tiró al río cuando él tenía 13 años) la clave de una obra que no se parece a ninguna otra y que trastocó la historia de la pintura. Pero a ello hay que sumar el talante inquieto de un pintor abierto al desarrollo intelectual y al rico contexto artístico de los años veinte.

Se cree que fue a finales de los años veinte cuando Magritte comenzó a practicar la fotografía. Probablemente compró su primera cámara, una Kodak, en París, donde se trasladó a vivir con su mujer, Georgette, en 1927. Poco después de la llegada del pintor se instalaron los primeros tres fotomatones en la capital francesa, máquinas donde el juego y la creación de los componentes del grupo surrealista encontraron un lugar común de expresión. Así, fueron el fotomatón junto con la influencia de poeta Paul Nougé, gran aficionado a la fotografía, los que estimularon sus primeros pasos dentro del medio. “Ocurre que un retrato intenta parecerse a su modelo. Pero Magritte solía decir que uno debe desear que el modelo trate de representar el retrato”, recordaba Nougé. Pero al contrario que el poeta quien mostraba con frecuencia sus imágenes al público, el pintor belga nunca lo hizo. “La pintura permaneció como el único objeto de su búsqueda”, apunta Canonne.

La Clairvoyance, 1936.
La Clairvoyance, 1936.René Magritte / Collection Charly Herscovici, Europe

Un perfecto ejemplo de cómo Magritte utilizaba la fotografía para experimentar sobre la composición y el tema de sus obras pictóricas es una imagen en la que aparece sentado frente a un caballete adoptando la misma posición en la que posa para su autorretrato, La Clairvoyance (1936), en el que está trabajando. “Se trata de un autorretrato al estilo una mise- abyme (representación en la que una imagen contiene una copia pequeña de sí misma) que va más allá de la documentación”, explica el comisario.

Es significativo que la única obra realizada por otro artista que conservaba Magritte en propiedad, fuese una fotografía de Man Ray. Nunca experimentó con fotogramas ni con fotomontajes ni solarizaciones, o manipulando el material en sí mismo, y revelaba sus imágenes en un laboratorio comercial. “Concebía la fotografía con la misma neutralidad que se evidencia en su pintura”, señala Canonne. Sin embargo, aun haciendo uso de un medio tan ‘veraz’ como la fotografía, el autor estaba resuelto a negar la capacidad del medio para reproducir la realidad, prefiriendo siempre imaginar o explorar lo que denominaba “el misterio del universo”. “Un rostro nunca puede expresar la verdadera naturaleza de alguien sino ofrecer solamente una apariencia, un ‘falso espejo’”, escribía Magritte. “Tampoco ofrece una forma de conocer a la persona que uno retrata o que es retratado. Queda limitado a la superficie y es incapaz de penetrar el misterio”.

René Magritte y El barbaro (Le barbare), Bruselas
René Magritte y El barbaro (Le barbare), BruselasRené Magritte/ Colección privada/ Cortesía de Brachot Gallery, Brussels

En El gigante, al que el comisario se refiere como “el antirretrato de un hombre con el alma del grupo surrealista belga”, Paul Nougé se esconde tras un tablero de ajedrez, obligando al espectador a concentrarse en los detalles de su ropa y en la pipa que sujeta en una mano. En el salón de su casa en la Rue des Mimosas de Bruselas, vestido con un traje oscuro, Magritte sustituye su rostro por el de una mujer —uno de los paneles que componen su obra Eternamente Obvio (1954)—, mientras posa para Shunk Kender.

En La sombra y su sombra, mientras Georgette mira atentamente a la cámara, la mitad del rostro de su marido se esconde tras ella. Los ojos de ambos rostros se alinean sugiriendo una perfecta unión. La obra “es ciertamente una pintura fotográfica”, escribe Canonne, “una obra autónoma que Magritte podía haber llevado al óleo para abordar el tema de lo 'oculto-invisible', como lo hace en su pintura El sueño. En René Magritte y El bárbaro, el artista posa enfrente de su obra (destruida en Londres durante un bombardeo en la Segunda Guerra Mundial ) imitando la pose de Fantomas, su ídolo de la juventud, "el hombre de las muchas caras, tantas que la original parece haberse perdido en la mirada de aquellos que le miran. Como el gato Cheshire de Alicia en el país de las maravillas, Magritte eligió ocultarse tras su imagen, dejándonos con el enigma de sus pinturas", escribe Canonne.

René Magritte. The revealing image. Editions Ludion. 168 páginas.  39,90 euros.

René Magritte: The revealing image- Photos and film. ArtisTree Gallery. Hong Kong Hasta el 19 de febrero.

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