Edvard Munch: retratando lo invisible
El autor de 'El grito' fue también un aficionado a la fotografía, en la cual encontró tanto un método de autoexploración como un campo abierto a la experimentación estética
“Tengo una vieja cámara con la que me he retratado a mí mismo innumerables veces”, escribía Edvard Munch (1863-1944). “Algún día cuando sea mayor y no tenga otra cosa mejor que hacer que escribir mi autobiografía, todos mis autorretratos saldrán a la luz de nuevo”. Transcurría entonces 1930 y el artista noruego continuaba su lucha por exorcizar los demonios internos; aquellos que desde su triste infancia marcaron su existencia, y a los que dio rienda suelta en su obra haciendo de él uno de los pintores más influyentes de su generación. No es de extrañar que alguien tan desdichado como obsesionado con su tormento hiciese del autorretrato no solo un recurso formal de su obra pictórica sino también un método de autoexploración de la psique.
Con solo cinco años perdió a su madre, aquejada de tuberculosis, quedando al cargo de su padre, un fanático religioso. Nueve años más tarde murió su hermana mayor, también enferma de los pulmones. Siendo un joven adulto y convertido en un alcohólico, tuvo una grave crisis nerviosa que requirió su ingreso en un sanatorio. “La enfermedad, la locura y la muerte fueron los ángeles negros que guardaron mi cuna y me acompañaron durante toda mi vida”, escribía el pintor, quien intentó curar su neurosis a través de su arte. Pero el exceso de pasión y de angustia que desprendía su obra resultaba tan amenazador que en un principio fue recibido como un insulto al arte. “Parte del impacto de Munch, una gran parte, viene de su absoluta falta de decoro”, escribía el crítico Robert Hughes. Su necesidad de exteriorizar el torbellino de emociones que le oprimían tuvo como resultado “El grito”, hoy un símbolo de la parte más sombría de la condición humana, cuya venta alcanzaría los noventa y siete millones de dólares.
La exposición The Experimental Self: Edvard Munch's Photography, organizada por la Scandinavia House de Nueva York, muestra 50 fotografías tomadas por el atribulado pintor entre 1902 y 1930, así como una película de seis minutos, también grabada por él mismo. La mayoría de las imágenes son autorretratos y ponen en evidencia el gusto por la experimentación del artista y su compromiso con la modernidad. Como aficionado explotaba sus fallos técnicos en busca de efectos expresivos, jugando así con el movimiento, con los efectos de una larga exposición o con ángulos forzados, logrando, en ocasiones, un efecto fantasmagórico que trasciende a lo real. A través de una herramienta tan objetiva como la cámara, el autor quería manifestar sus conflictos. “La naturaleza no es solo aquello que es visible a los ojos… incluye las imágenes internas del alma”, decía el artista. Su afán de introspección le llevó a retratarse en ocasiones como un espectro, haciendo invisible aquello que es objetivamente visible. Así, Munch se muestra como uno de los primeros artistas de la historia en hacerse selfies, que lejos de la complaciente idealización que impregna al selfie contemporáneo explota el potencial expresivo de la fotografía para indagar en su identidad y en la frágil naturaleza de la psique humana.
El conjunto de fotografías está englobado en dos periodos: desde 1902 hasta 1920 y de 1927 hasta mediados de los años treinta. Cuando en 1888 George Eastmant sacó al mercado bajo la marca Kodak la primera cámara que incorporaba carrete, la fotografía se hizo accesible a las masas. Así, artistas como Gauguin, Rodin, Degas o los nabis Pierre Bonnard y Édouard Vuillard, entre otros, hicieron uso de ella atraídos por las posibilidades creativas implícitas en el nuevo medio. Munch comenzó a tomar fotografías en 1902, en Berlín, el mismo año en el que puso fin a su turbulenta relación con Tulla Larsen. Aquella ruptura trajo consigo una confrontación en la que accidentalmente se disparó una pistola y mutiló uno de los dedos del artista. Este evento desencadenó una etapa de vaivenes emocionales que acabó con su ingreso en la clínica psiquiátrica del Dr. Jacobson. De esa época es su Autorretrato ‘à la Marat’, un guiño a la obra de Jacques Louis David, a la que también versionó en sus óleos.
El segundo lote de imágenes corresponde a una etapa más tranquila en la vida del artista. Se extiende entre 1927 y mediados de 1930, periodo en el que tuvieron lugar algunas exitosas exposiciones del artista en Oslo y en Berlín, pero también en el cual padeció una hemorragia visual que temporalmente alteró su visión. En este periodo se observa un nuevo dominio formal en sus autorretratos que coincide con las preocupaciones de la fotografía alemana de vanguardia, entonces en pleno apogeo. Dejaría tras sí 261 hojas de contactos y 30 negativos. Las imágenes no solo revelan la influencia de su fotografía en su obra, sino el impacto de la mirada de un pintor en el medio fotográfico. A pesar de su interés en el medio, nunca las mostró públicamente, creía que nunca podrían alcanzar la intensidad y la fuerza psicológica de sus pinturas.
The Experimental Self:Edvard Munch´s Photography. Scandinavia House. Nueva York. Hasta el 5 de marzo del 2018
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