Denise Despeyroux: “Corremos el riesgo de convertirnos en explotadores de nosotros mismos”
La dramaturga presenta en el teatro Español de Madrid su última obra, 'Un tercer lugar'
Denise Despeyroux nació en Montevideo en 1974, pero en los últimos años se ha convertido en una de las dramaturgas con más proyección en España, país donde vive desde pequeña. Ahora tiene en cartel Un tercer lugar en el teatro Español de Madrid.
¿Qué o quién le hizo querer dedicarse al teatro?
Fue un deseo intenso muy temprano, aparentemente autoinducido. Pero sí puedo señalar un episodio que me influyó de manera decisiva a los años 12 años: una gira nacional con la obra musical infantil Los músicos de Bremen, con dirección de Ever Martin Blanchet. Mi padre, que era tenor, interpretaba el personaje del perro, y yo cantaba en el coro infantil.
¿Qué libro tiene en su mesilla de noche?
Mi mesilla de noche ha sido siempre plural. Ahora mismo están Apegos feroces, de Vivian Gornick; Lejos de mí, de Clément Rosset, y El acoso de las fantasías, de Slavoj Zizek, que es un autor al que vuelvo a menudo. Tampoco puede faltar algún clásico de sabiduría, desde hace tiempo el Tao Te Ching, de Lao Tse.
¿Cuál es la última obra teatral que le ha gustado?
Me han faltado muchas por ver de las últimas, metida como estoy en la dirección de Un tercer lugar. Me quedo con la propuesta de Pablo Messiez para Bodas de sangre; me parece arriesgada, lúdica y a la vez sencilla y lejos de solemnidad y efectismo.
¿Se ha salido alguna vez de una función a medias?
La verdad es que menos veces de las que he querido, pero siempre con suma discreción y solo cuando mi asiento y la situación de la puerta de salida lo han facilitado; si no, por supuesto, me aguanto. Pero casi me parece peor estar en un teatro haciendo esfuerzos por no dormirte o por no bufar o saltar en tu asiento que salir discretamente. Un recurso que tengo es llevar un mala budista, que manejo discretamente debajo de la chaqueta para recitar mantras en situaciones verdaderamente extremas. Me gusta mucho el teatro, por eso también lo sufro mucho cuando no me gusta.
¿Qué obra ajena le habría gustado escribir?
Cuando era niña y algún libro me gustaba exageradamente a veces jugaba a leerlo imaginando que lo había escrito yo, incluso memorizaba largos fragmentos. Creo que podría hacer este ejercicio de fantasía con unas cuantas obras de Rafael Spregelburd, por ejemplo Lúcido o Bizarra, que son de mis favoritas. Me parece de una inteligencia brillante y, a la vez, su sensibilidad me conmueve.
En la obra que tiene ahora en cartel los personajes tratan de amarse de muy diferentes maneras. ¿Sigue siendo el amor en el fondo el gran tema de la literatura de todos los tiempos?
Supongo que el amor y la muerte son los dos grandes enigmas de la existencia y por eso fuente inagotable para la literatura. También sospecho que casi cualquier tema que tratemos está atravesado por la presencia del amor o por su carencia; el amor en sentido amplio, digo, no solo como amor erótico, sino como esa intensa y misteriosa fuerza que nos vincula con los demás, con las cosas y en último término con nosotros mismos.
Hay mucho humor en sus obras. ¿Cuáles son sus fuentes en la comedia? Más que un referente concreto en la literatura o en el teatro, la fuente del humor en mis obras tendría que ver con una manera de mirar, de percibir. Te diría que hay una estrategia irónica de autoprotección frente al dolor, por eso el dolor acaba saliendo siempre también. El malentendido, el desamor, los líos en que nos metemos por tomarnos demasiado en serio a nosotros mismos y a los demás… todo eso… necesito percibirlo con cierta ironía, con cierta capacidad para reírme de mí misma y de todo, porque si no resulta demasiado doloroso, y también demasiado estúpido. Es una práctica, un aprendizaje, pero a la vez se trata de que esa estrategia irónica no se convierta en una coraza, sino en un bálsamo que permita desarrollar una mirada más compasiva.
¿Qué canción escogería como autorretrato?
Como autorretrato no se me ocurre, pero me conmueven mucho algunos compositores y piezas del barroco, por ejemplo. Podría escoger el aria final de El triunfo del tiempo y el desengaño, una oratoria de Händel. En esa aria canta la belleza, derrotada por el tiempo pero llena de dignidad. No es que sea autorretrato, pero es preciosa.
Si no se dedicara al teatro, ¿qué le gustaría ser?
Quizá novelista o cineasta, no me puedo imaginar una vida en la que no inventar historias. También tengo una fuerte pasión teórica, desde luego podría encantarme ser una buena ensayista (lo de buena lo digo como un deseo, como un “ojalá”).
¿Cuál es su película favorita?
Qué difícil, eso es algo que cambia con el estado vital, como los libros favoritos. No hay por qué tener una única película ni libro favorito, me resulta imposible. Solo por aceptar el juego mencionaré La palabra, de Dreyer, impresionante película sobre la fe. La fe es sin duda otro de los grandes misterios y temas de la literatura.
¿Qué está socialmente sobrevalorado?
Por ejemplo, la productividad: corremos el riesgo de convertirnos en explotadores de nosotros mismos, vivimos en la histeria moderna de la hiperactividad… ese es el modelo para nuestro trabajo y para nuestras relaciones también, lo cual es doblemente triste. Nos pasa incluso a los que nos decantamos por disciplinas artísticas. La paradoja es que resulta imposible hacer algo verdaderamente singular y delicado sin un espacio para la contemplación.
¿Qué encargo no aceptaría jamás?
He aceptado tantos encargos que no aceptaría... he escrito muchos libros con seudónimo a personajes inventados y también a personas mediáticas existentes cuya firma vende, pero lo que desde luego no aceptaría es reescribir una obra de teatro para que la firmase otro autor o autora, cosa que también me han ofrecido.
¿A qué dramaturgo le daría el premio Nobel de Literatura?
Pues me daría una alegría enorme que se lo dieran a José Sanchis Sinisterra, porque me parece un maestro; creo que hay muchísimas cosas que no podríamos estar haciendo ahora si no fuera por él y le debemos un mayor reconocimiento.
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