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Columna
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Un mal guion

Las cadenas aprovechan la situación de Cataluña para informar sin descanso llegando a la repitición y produciendo hartazgo

Ángel S. Harguindey
Carles Puigdemont.
Carles Puigdemont.ALBERT GEA (REUTERS)

En todas las grandes series, desde The Wire a House of Cards o desde Los Soprano a Borgen, por citar tan solo unas cuantas, sus guionistas demuestran su talento alternado situaciones límite con pausas relajantes, entremezclando la intensidad de una situación con momentos de placer o de humor: dan un respiro al espectador para evitar su agotamiento y, siempre, sin dejar de lado un in crescendo que fidelice o aumente la audiencia.

Las semanas que llevamos los espectadores contemplando el problema de Cataluña en todos los informativos, en todos los programas de tertulianos, en los programas del corazón y hasta en los deportivos demuestran que quienes han pergeñado su guion son unos incompetentes.

El problema es importante, sin duda. El más importante desde el 23-F con seguridad pero el tratamiento de los responsables de la cuestión, con sus trampas y manipulaciones en el hipotético guion, han conseguido exactamente lo contrario a lo anhelado: la saturación, un daño colateral en la ciudadanía que al parecer no es percibido por quienes han decidido protagonizar una huida hacia no se sabe dónde.

Añádanle a todo ello la utilización del problema para aumentar las audiencias de las cadenas generalistas. Informen una y otra vez de lo mismo en todos los programas del día con un pretendido afán de servicio público y sin dejar de mirar la cuota de pantalla; animen a sus analistas para que repitan machaconamente lo ya dicho, para que expliquen su punto de vista explicado ya decenas de veces y basado en datos, cifras y cronologías que se han dicho hasta la saciedad. ¿El resultado?: el hartazgo ante lo reiterativo. Ni una pausa placentera, ni el menor atisbo de humor, las mismas imágenes una y otra vez, los mismos líderes, los mismos portavoces en una progresión creciente que acentúa el ansia de que se acabe ya de una vez y, naturalmente, la ausencia absoluta de la política. En resumen: Tribunales, orden público y entelequia.

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