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Lo importante es amar

'Ensayo', de Pascal Rambert, en el Pavón Kamikaze (Madrid): un lujo, una sacudida. Por la fuerza del texto y de sus cuatro intérpretes

Marcos Ordóñez
Israel Elejalde, Jesús Noguero, María Morales y Fernanda Orazi, en una escena de 'Ensayo', de Pascal Rambert.
Israel Elejalde, Jesús Noguero, María Morales y Fernanda Orazi, en una escena de 'Ensayo', de Pascal Rambert.vanessa rábade

Como en aquel peliculón de Zulawski, los protagonistas de Ensayo, de Pascal Rambert, en el Pavón, necesitan volver a arder juntos. Los cuatro personajes llevan los nombres de los actores. El personaje de Isra dice, hacia el final: “Lo importante es amar. No hay nada más. Sé lo que pensáis: que decir cosas así es idiota o sensiblero. Pensad lo que queráis, me da igual. Es más cómodo pensar que lo peor es siempre lo seguro, y que el cinismo dirige el mundo. Esa indolencia espiritual se considera el pensamiento mayoritario, pero no es el mío”. Amén a eso. Hay que ser muy valiente para decir algo así.

Ensayo es una obra muy valiente y muy difícil de resumir. Es, a mi entender, mucho más rica en temas y tonos que La clausura del amor, que era espléndida pero asfixiante y deses­perada. Sigue la estructura monologuística pero dividida en cuatro y con motor turbo. Podría estar cerca de las demoledoras tablas rasas de Philippe Garrel (Liberté la nuit, Les amants reguliers), pero aquí hay más pasión, más humor (el humor, a estas alturas, es una forma de pasión) y, al final, esperanza combativa. La función se llama Ensayo y lo es en el más amplio sentido: tentativa, búsqueda, balance y propuesta. Balance de cuatro artistas crecidos en la década de los ochenta; propuesta (o ramo de preguntas o mensaje de náufragos) ofrecida a los jóvenes de ahora mismo. Puede que esa forma torrencial, entre la confidencia y el estilo elevado, desconcierte un poco. Pasó con Koltés y con muchos otros. Pero hay que entrar en ese río. Puede que sea un poco largo, que haya exceso de meandros, pero el viaje está lleno de belleza y de fuerza, y te lleva lejos, y en excelentes navíos, con palabras inflamadas, y los corazones en la mano.

Un grupo de teatro. Una “estructura”, como dicen ellos, muy a la francesa. Dos actrices (María Morales, Fernanda Orazi), un dramaturgo (Jesús Noguero), un director (Isra Elejalde). Llevan 20 años juntos y están a punto de separarse. Hace saltar el detonante la sulfúrica Fernanda por un ataque de cuernos. Si se tira de esos cuernos sale la bestia entera: cansancio, desentendimiento, mil tristezas, el pasado tan dichoso y tan lejano.

Puede que la obra sea un poco larga, con exceso de meandros, pero está llena de belleza, con palabras inflamadas y los corazones en la mano

Orazi tiene que abrir fuego y salir a torear el primer morlaco de la tarde, y lo hace con la furia de una joven Margo Channing (“¡Abróchense los cinturones!”) y con el impulso punkiporteño de una hija de Violencia Rivas, la fiera de Peter Capusotto. Es la primera en acercarse al público, y sientes miedo al pescozón o al lapo venenoso, pero te lleva donde quiere. Más tarde pintará con otros colores: hay que verla reír y llorar al mismo tiempo (sí, se puede), y cantando De amor ya no se muere con Isra (o intentándolo) a modo de feliz intermedio, y luego los dos juntos como en un ascensor barrenando horizontal hacia el futuro.

Si Fernanda es la rabia, María es el goce. Habla de placer con valiente impudor, porque es una mujer que se atreve a proclamar su deseo, una mujer generosa que tiene mucha hambre, y dice “polla” con la elegancia de una duquesa de Guermantes. Una mujer sentada en la escalera que nos habla como si cantara una nana. Descalza, pero como si llevara unos zapatos de lujo. Un poco Delphine Seyrig de Malasaña: en su boca, la historia de los jóvenes aristócratas rusos (el texto que están ensayando) hace pensar en una precuela de India Song, de Marguerite Duras.

No entendí el tono que Rambert marca, como director, al arranque del personaje de Jesús Noguero, porque parece reírse de él, rozar el cliché del escritor ultraneurótico y chillón. Luego creí entenderlo como un violento brochazo de timidez, que al poco rato queda atrás, y cuando se dirige a Isra hace emerger una preciosa historia de vínculo que Noguero borda, moduladísima. Y hay que escucharle, palabra a palabra, casi susurradas al oído del público pero con un vigor enorme, su pasaje generacional (“Yo creí que podíamos cambiar el mundo. ¿Seguimos creyéndolo o ya no creemos en nada? Contestad, jóvenes”).

Isra Elejaldeofrece un doble recital. Cuando permanece en silencio contemplando a sus compañeros tiene la sabia mirada de Peter Dinklage, y cuando habla (“voy a hablar sobre los escombros”), en la parte más política del espectáculo (aunque todas lo son), parece un personaje de Marat-Sade, de Peter Weiss, un Roux fatigado que vuelve al combate, cruzado con uno de los paseantes, los ojos iluminados y un silbido en la boca, de Peter Handke. Tres Peter en un mismo actor: carambola de cadencias, de afluentes entreverados. Dos empeños artísticos: “Restituir las sensaciones exactas” y “Dejarnos levantar por las palabras”. Y dos lemas a recordar, quizás contradictorios, da igual: “La verdad no se encuentra en la vida sino en la ficción” y “La historia no está muerta: va a despertarnos”. Preceptos de vida y arte que se condensan, da capo, en “Lo importante es amar”.

‘Ensayo’, escrita y dirigida por Pascal Rambert. Pavón Teatro Kamikaze (Madrid). Intérpretes: Israel Elejalde, María Morales, Jesús Noguero, Fernanda Orazi. Hasta el 8 de octubre.

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