Un canto valiente
Reeditado el disco clandestino 'Love Is a Drag' de temas de amor homosexual que marcó un hito en los sesenta
Fluida y masculina, la voz interpreta un anhelante Lover man con elegante parsimonia. Y salta la duda. No es raro, al escuchar a ignotos vocalistas del jazz clásico, que se diluya su género. Grandes divas destacaron por un registro vocal ambiguo, pero en esta versión de Lover man, tema fetiche de Billie Holiday, quien canta es con toda certeza un hombre y su aterciopelada tonada se dirige incuestionablemente a otro hombre.
Es el inicio de Love is a drag, elepé de 1962 orientado a un submundo clandestino entonces todavía perseguido por psiquiatras moralistas y leyes represivas. El amor que no osa decir su nombre inspiró esta rareza —aquí títulos como My man, The boy next door o He’s my guy son enamoradizos cantos al objeto de deseo homosexual— que supera el subproducto para minorías entre tinieblas, pues discurre con impecable calidad musical.
Fue Love is a drag una empresa valiente. No incurrió en la habitual alteración de género en baladas anteriormente interpretadas por mujeres. Al usar las letras originales, dicen las notas de contraportada, el anónimo vocalista rompía ‘’la barrera que detuvo a tantos grandes cantantes que, por falta de coraje, no se atrevieron a hacerlo. Son interpretaciones sinceras cantadas por un intérprete que siente la música y sabe extraer el máximo de una canción’’.
Medio siglo después sabemos, gracias al historiador LGBT J.D. Doyle, que la voz pertenecía a Gene Howard, un heterosexual que había cantado en la orquesta de Stan Kenton. Cuando una pequeña discográfica de Los Angeles quiso ampliar mercado, Howard recordó la noche en que asistió a un espectáculo de varones que entonaban sus amores homosexuales con seriedad y dramatismo. Imaginó que habría público para un producto que, obviando la impostación, se apartase de las icónicas Marlene Dietrich o Judy Garland.
Howard estaba casado, de ahí que el álbum no le acredite y aparezca el enigmático subtítulo ‘’vocalizaciones apasionadas de un cantante inusual’’. El título mismo juega con el triple sentido de drag, cuya pronunciación puede traducirse por ‘’el amor es una droga’’, ‘’un travestismo’’ o ‘’un engorro’’. La discográfica inventó una subsidiaria, Lace Records, para no verse asociada con el colectivo, y el álbum se vendió razonablemente bien, recibiendo la previsible bendición de Liberace, pero asimismo de Frank Sinatra.
Las interpretaciones de He’s funny that way o Can’t help loving that man —y los piropos a Bill o Jim enunciados con sublimada pasión— honraban una realidad a menudo constreñida por el amaneramiento plumífero y la broma chusca, en grabaciones que redundaban en una imagen negativa y maniquea del universo gay. Algunos de estos pintorescos temas los recoge el crítico musical Jon Savage en la colección Queer Noises. From the closet to the charts 1961-1978.
Son canciones cuyos títulos rozan la humillación y la idiotez. En Estados Unidos, el histrión Rodney Dangerfield cantó la chistosa Florence of Arabia y el poeta Rod McKuen, pionero activista LGBT, entonó una tórrida Eros. En Inglaterra, donde los gays vivían bajo la presión judicial, el conjunto instrumental The Tornados plasmó las querencias de su productor Joe Meek en Do you come here often?, y los punks Dead Fingers Talk grabaron la burlona Nobody loves a fairy when they’re forty.
Las pesquisas de Savage incluyen temas más populares: See my friends de los ambiguos Kinks o Astral cowboy del arquitecto del sunshine pop Curt Boettcher. También a la primera estrella rock abiertamente gay, Jobriath, surgida a raíz del éxito de David Bowie quien, recordémoslo, confesó ser bisexual. Y no olvida el sonido eurodisco de Sylvester o las confesiones chaperas de Ramones.
Es el panorama que documenta con rigor histórico Martin Aston en el libro Breaking down the walls of heartache. En su exhaustivo índice no solo aparecen Freddie Mercury y Dusty Springfield, Indigo Girls y Morrissey, sino todo un quién es quién del gremio. El minucioso estudio detalla los distintos géneros y épocas, detecta letras codificadas y pronombres alterados, testimonia los submundos de la música disco o el queercore, el tremendo impacto del SIDA.
La comunidad homosexual, silenciada durante los rectos años 50, ni siquiera se benefició de las conquistas sexuales del jipismo. Debería esperar a la revuelta del Stonewall Inn, local neoyorquino que en 1969 contempla una violenta refriega con la policía, para salir a la luz, organizarse y reclamar derechos largamente vulnerados. Fue el detonante de la conquista de ‘’libertades ganadas a pulso que siguen siendo demasiado frágiles’’, como escribe Savage.
Love is a drag habita un tiempo más inocente. Escapa a las trampas de la intolerancia fabulando una atmósfera en la que todo prejuicio se evapora y los sentimientos vuelan sin la claustrofobia del secretismo y sus daños colaterales. Se reedita con ocasión del Record Store Day en exquisito vinilo dorado. Y ya no es necesario ‘’entender’’ para disfrutarlo como —además de arqueología LGBT— deleite musical.
Love Is a Drag. Gene Howard. Sundazed
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