“Algunos pagan con más alegría una ración de bravas que un buen libro”
Entrar a Venir a cuento es algo similar a entrar en la habitación de un niño grande llamado Enrique García Ballesteros
Entrar a Venir a cuento es algo similar a entrar en la habitación de un niño grande llamado Enrique García Ballesteros, un librero por vocación pero también por diversión. Por puro goce. Una habitación con su propia banda sonora: música de los años 50, 60 y 70 que de inmediato hacen que el cliente entre en el ambiente cálido que Enrique propone. Hace cuatro años que este profesional del libro –ha trabajado durante más de veinte años como editor, corrector, escritor e incluso en el Servicio de Orientación al Lector en la Fundación Germán Sánchez Ruipérez-, leyó más de un millar de libros infantiles y juveniles. En ese justo momento creyó que una librería dedicada a esta temática era una idea urgente. El nombre llegó por votación popular: “Decidimos que íbamos a elegir entre los diez nombres finalistas. Los pasamos a los amigos y a los amigos de los amigos y finalmente salió este nombre que suele hacer gracia al público”, comenta Enrique. El espacio elegido para ubicar su proyecto no era otro que el anterior emplazamiento del antiguo y castizo cine de San Cayetano.
Lavapiés es el escenario no sólo de esta librería, sino de otras muchas que han conseguido convertir al barrio en un paraíso literario: “Hace mucho tiempo estas calles estaban dominadas por cines y bares. Los cines ya no están pero los bares siguen. Me gusta mucho esa idea de los chinos de concentrar las cosas en un único lugar. Si todas las librerías estuvieran en un mismo lugar, creo que sería bueno para todos. Y Lavapiés es una zona en auge”. A diferencia de Malasaña o el Barrio de las Letras que ya han experimentado la tan temida gentrificación, Lavapiés todavía mantiene ese sabor de barrio tradicional que contagia de igual modo a sus librerías.
Venir a cuento se divide en tres grandes espacios: el primero dedicado a los libros y álbumes infantiles de pequeñas editoriales independientes; el segundo se centra en los libros ilustrados para adultos con temas como el feminismo o la discriminación por motivos de géneros; y el tercero es el cómic, cuyo objetivo no es otro que rescatar las mejores novelas gráficas más importantes e incluso algunas novedades de índole político-social. Todos ellos tienen un único denominador común: la diversión. “Yo trato de apostar por libros que no tengan un mensaje educativo muy explícito. Creo que cualquier libro educa a un niño. Algunos, por supuesto, educan mal. Yo prefiero los libros que estén volcados en la diversión y los mensajes educativos estén implícitos”, afirma el librero.
El librero huye del excesivo número de actividades y presentaciones que sí proponen otras librerías vecinas. Todo su esfuerzo ‘extraliterario’ lo dedica, junto a su socia Noelia Adánez, a crear su propia editorial: Recalcitrantes. Desafiando al sector con este nombre cargado de sentido negativo y que apuesta por la testarudez como máxima virtud, los dos editores apuestan por títulos poco complacientes. “Nuestros libros han sido escritos por mujeres que una vez fueron editadas pero que han desaparecido y ya son inencontrables. Y estamos convencidos de que el único motivo por el que son invisibles es por su condición femenina”, asegura el editor. Entre ellas, destaca Concha Alós, una escritora que escribió best seller durante más de una década y que ahora está desaparecida. Otra de ella es Mireya Robles, una autora clave en la literatura latinoamericana que jamás había sido editada en España.
Enrique cree que hay dos grandes razones por las que debemos creer en los libros. La primera es que “leer los libros es la única forma que conocemos de expresar bien las emociones complejas”. La otra, que “el libro tiene valor como objeto y ofrece -lo que se conoce en el ambiente de los videojuegos- una experiencia total”. Finalmente el editor y librero se lamenta de algo que a menudo sucede: “hay algunos que pagan con más alegría una ración de bravas que un buen libro y, además, les parece caro”. Imposible discutir tal afirmación con tantos bares llenos de gente y tantas librerías vacías.
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