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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El cafre ibérico

En España, el equipo de grabación del programa '¡Multazo!' necesitaría el acompañamiento de la acorazada Brunete

Juan Jesús Aznárez

El desdoblamiento de personalidad de numerosos españoles al volante y su transfiguración en cafres impediría la filmación en España de la serie ¡Multazo!, emitida por el canal A&E, que recoge las reacciones de los conductores de Estados Unidos cuando son sancionados por aparcar en zonas prohibidas. Los empleados al cargo de parquímetros y grúas en Detroit, Filadelfia, Providence y otras ciudades aguantan las pullas con impavidez e ironía, evitando el cuerpo a cuerpo. En Madrid o Barcelona, el equipo de grabación necesitaría el acompañamiento de la acorazada Brunete.

La psiquiatría no ha explicado suficientemente el origen de los estallidos de iracundia colectiva, los brotes de locura padecidos por pacíficos ciudadanos cuando conducen turismos, taxis o furgonetas de reparto. La monstruosa dualidad evolutiva representada en El doctor Jekyll y el señor Hyde palidece ante la escena de automovilistas españoles, ellos y ellas, licenciados en física cuántica y analfabetos, haciendo peinetas con ademanes simiescos, insultando, golpeando el volante compulsivamente, depurando la condición de trogloditas.

Probablemente, los programadores de ¡Multazo! hayan censurado las escenas más violentas, pero el material emitido supera los cien capítulos y marca tendencia. Las explosiones de cólera del energúmeno ibérico si se le multa, incomoda con cambios de carril u observa pachorra en la velocidad de quien le precede son tremendas. Los bocinazos y mentadas de madre se suceden en ristras si alguien les acerca el morro del vehículo o tiene la desgracia de que se le cale en un atasco bajo su jurisdicción.

Le ocurrió a uno detenido en un semáforo. Se puso verde y siguió inmóvil. El coche que venía detrás le adelantó despacio. El conductor con problemas de arranque bajó la ventanilla y agradeció su paciencia. Desconocía que había aporreado la bocina como un poseído, pero el claxon no funcionó. El psicoanálisis tampoco ha ahondado sobre la tercera y portentosa mutación de la noble bestia: si se le da la razón, como a los locos, se apacigua y puede llegar al abrazo.

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