Pauline Oliveros: “Vivimos un tiempo ruidoso en el que es difícil escuchar”
Encuentro en Montreal con dos artistas cuyas respectivas innovaciones en la electrónica y en el empleo de nuevas técnicas vocales hicieron avanzar la música del siglo XX
A los 16 años, Pauline Oliveros (Houston, 1932) se enamoró del sonido. “En mi cabeza escuchaba frases musicales, insectos, pájaros, paisajes, la voz de mi madre arrullada por el motor del coche o cuando mi padre sintonizaba su radio de cristal”. Años más tarde, la acordeonista y compositora redujo aquella pasión al lema que ha regido su vida. “Escucha todo el tiempo y sé consciente cuando no lo estés haciendo”.
Oliveros, cuyo árbol genealógico contiene “trazas menorquinas” en una peripecia que incluye una historia de piratas masones y un naufragio frente a la costa de Florida, vivía en San Francisco cuando verbalizó su mantra. Se había mudado desde Texas para estudiar composición alentada por su madre, comprensiva profesora de piano. Ella fue quien le compró a los nueve años su primer acordeón. “Los veteranos de la Segunda Guerra Mundial pusieron de moda el instrumento al volver del frente y yo caí deslumbrada. Aún me resulta un cacharro fascinante”, explicó Oliveros la semana pasada en Montreal, al día siguiente de un recital de acordeón y computadora organizado por Red Bull Music Academy en el planetario de la ciudad canadiense.
Una vez en San Francisco, la joven se procuró su primer magnetófono de alambre, conoció a otras leyendas de la música contemporánea y asistió en los sesenta a los primeros balbuceos de la electrónica en el legendario San Francisco Tape Music Center, instituto que llegó a dirigir y fue fundado por Morton Subotnick y Ramon Sender (hijo del exiliado autor español del mismo nombre) con un puñado de osciladores, primitivos aparatos e inventos como el Buchla, uno de los primeros sintetizadores, construido en el centro.
Ante una foto de época en la que se la ve feliz junto a varios miembros de aquel experimento, esta exclama: “¡Si pudiera volver al pasado, iría sin dudarlo a ese momento!”. Oliveros, que acabó por mudarse a San Diego para dar clases, tardó en dejar de ser la única mujer de la foto. Ante la pregunta de si su trabajo de la época, recogido en el cofre Reverberations: Tape and Electronic Music (1961-1970), responde a una lectura feminista, la compositora se remite a un artículo publicado en 1970 por The New York Times y recogido en el libro de ensayos Software for People. En el texto, titulado No la llames mujer compositora, Oliveros, destacada teórica y docente y notable escritora, sentencia: “Aún es cierto que a menos que sea excelente, la mujer en la música siempre estará subyugada, mientras que los hombres con el mismo o menor talento hallarán su lugar con más facilidad”. “Al menos, ahora parece que hay cierto interés por rescatar el trabajo de algunas de nosotras”, añade en referencia a la mayor atención que reciben últimamente pioneras de la electrónica como Daphne Oram, Delia Derbyshire, Teresa Rampazzi o Eliane Radigue.
"Lo que hacíamos con una habitación llena de aparatos hoy lo hace un móvil. Me considero una nativa analógica"
La obra de Oliveros no se limita, con todo, a aquellos tiempos heroicos de osciladores y cintas magnéticas. Si bien ha seguido aprovechando los avances tecnológicos —aunque se declara “nativa analógica”—, su trabajo musical y filosófico evolucionó en los ochenta, cuando su estética ya era moneda común en el pop, con construcciones como el Expanded Instrument System, que propone un diálogo musical entre la máquina y el hombre, o la teoría del Deep Listening (escucha profunda), que surgió tras una actuación en el interior de una enorme cisterna de uso militar que permitía una reverberación de 45 segundos. De aquella experiencia, registrada en disco en 1989, nació el Deep Listening Institute, que aboga por la escucha atenta en un tiempo distraído. “Vivimos en una época ruidosa. El problema es la concentración. Ahora toda nuestra atención se centra en esas pantallas”, dice, y señala a su compañera, la también artista Ione, que mata la espera enfrascada en su móvil mientras se celebra la entrevista.
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