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SILLÓN DE OREJAS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Insólitos humos de verano

Una pequeña lista de sugerencias para lecturas y relecturas de libros que, afortunadamente, siguen vivos

Manuel Rodríguez Rivero
'Mural', de Jackson Pollock (1943). 
'Mural', de Jackson Pollock (1943). 

Hacía tiempo que no me fumaba un canuto. De joven fumé lo mío (y lo de algunos otros) pero, parafraseando al poeta, de todo lo importante hace ya muchos años. Como ya no estoy acostumbrado, me dio nostálgica, y hasta me puse a escuchar Welcome to the Machine, un tema de los Pink Floyd que volvió a subirme a las inconsistentes nubes a las que se refiere Baudelaire en uno de sus mejores Pequeños poemas en prosa. Bajé de ellas abruptamente, gracias al timbre de la puerta, cuya insistente vibración confundí en primera instancia con otro hallazgo acústico del sintetizador de Rick Wright. Me incorporé del sillón con flojera y, cuando abrí y reparé en aquellos dos individuos de pie sobre el felpudo, pensé que se trataba de un par de mormones que venían a venderme al dios del profeta Joseph Smith, pero enseguida me di cuenta de que ninguno llevaba corbata ni el cabello cortado al cepillo, ambos tenían ojos de loco, y uno llevaba el brazo izquierdo más tatuado que Queequeg, el arponero caníbal que se enroló en el Pequod para perseguir a la némesis de Achab. Además, sostenían en sus manos sendos smartphones con la pantalla iluminada. Cuando me solicitaron, esbozando sonrisas bobas y miméticas, permiso para entrar en casa y capturar a un pokémon que, por lo visto, se había refugiado en ella, tuve la sensación de que con los psicotrópicos naturales solo podría lograr un pobre remedo de la realidad aumentada puesta al alcance de (casi) todos por John Henke, el creador del videojuego que impulsa a cientos de miles de personas a cazar criaturas que no tienen sangre y no les han hecho nada (mejor, en todo caso, que matar elefantes). Delante de aquellos dos pasmarotes, noté que el cabreo me subía directamente de los pies a la cabeza, como cuando el gato Jinks se irritaba por alguna putada de los ratones Pixie y Dixie. Ellos debieron de percibirlo, porque no insistieron con el timbre después de que les diera con la puerta en las narices. Luego me di una ducha fría, me preparé un emparedado de sardinas picantes con una capa de chutney de melocotón (ya saben: la marihuana engorda) y, para despejarme, me puse a releer la edición de El amante de Lady Chatterley, de D. H. Lawrence, que ha publicado Sexto Piso en traducción de Carmen M. Cáceres y Andrés Barba. Algún día tengo que escribir algo acerca de los incipit novelescos que más me han inquietado: por ejemplo, los de Anna Karenina, de Tolstói (“Todas las familias felices se parecen...”); Historia de dos ciudades, de Dickens (“Eran los mejores tiempos, eran los peores tiempos...”); Malone muere, de Bec­kett (“Pronto, a pesar de todo, estaré por fin completamente muerto..”); Mañana en la batalla piensa en mí, de Marías (“Nadie piensa nunca que pueda ir a encontrarse con una muerta entre los brazos...”); El extranjero, de Camus (“Hoy, mamá ha muerto. O tal vez ayer, no sé). Primeras frases como aldabonazos, que ponen al lector en guardia y prometen algo que, finalmente, dan. El principio de la novela maldita de Lawrence también está en esa lista: “Nuestra época es fundamentalmente trágica, por eso nos negamos a tomárnosla trágicamente”. En 1928, cuando se publicó en Florencia para escapar a la censura (hasta 1960 no pudo leerse en Reino Unido), sus lectores quedaron fascinados o escandalizados porque en ella se hablaba (y con qué lenguaje) de asuntos tabú: de sexo, de clase, de nuevas formas de relación hombre-mujer. Leída hoy de nuevo, algunos de aquellos planteamientos (especialmente los que conciernen a la búsqueda de reconciliación “alma-cuerpo”: la apocatástasis que buscarían los hippies en los sesenta) que se desprenden de esa historia de pasión y enfrentamientos de clase entre una gran dama y un rudo guardabosques nos resultan un poco ingenuos. Pero el libro (que Lawrence pensó en titular Ternura) ha aguantado el paso del tiempo e, incluso, reviste en algunos aspectos una gran actualidad. Bueno, a lo tonto, y sin pretenderlo, me ha salido en este comentario una pequeña lista de sugerencia para lecturas y relecturas de libros que, afortunadamente, siguen vivos y les aguardan en las librerías físicas y virtuales para que puedan llevárselos de vacaciones. No solo de novedades vivimos.

Pintores

Continúa en el Museo Picasso de Málaga la exposición en torno a Mural, uno de los más conspicuos iconos del expresionismo abstracto estadounidense. La gran pintura (“una estampida de animales”, según su autor) de Jackson Pollock podrá verse hasta el 11 de septiembre —cuando reanude su gira europea— rodeada de de importantes cuadros de otros artistas que experimentaron su influencia o le brindan homenaje: Gottlieb, Lee Krasner, Matta, Motherwell, Uslé, y otros. La Balsa de la Medusa, en colaboración con el Museo Picasso, ha publicado, con motivo de la exposición, La energía visible. Jackson Pollock, una completa antología (edición de José Lebrero Stals) de entrevistas, ensayos y artículos de críticos, historiadores, y especialistas centrados en la obra del pintor y los debates que ha suscitado. Por su parte, Goya en las literaturas (Marcial Pons), de Leonardo Romero Tovar, constituye un repaso crítico y temático a los textos literarios (poesía, narrativa, teatro, ópera) y a las películas que han explorado, comentado o recreado al pintor y su obra a lo largo del tiempo. Particularmente interesante me han resultado los capítulos sobre Goya en la narrativa (relatos y novelas), desde Gil y Carrasco o Galdós hasta Tabucchi. Un libro erudito y ameno que refleja el influjo literario e icónico de una figura central de la pintura moderna.

Olímpicos

Los juegos olímpicos ya no son lo que eran. Desde el día 5, cuando vuelva a encenderse en Brasil el simbólico pebetero, asistiremos no sólo a la noble epopeya de superación humana —más rápido, más alto, más fuerte— sino a uno de los más colosales y rentables espectáculos comerciales del mundo. Verso, una importante editorial británica escorada a la izquierda, ha publicado recientemente Power Games, de Jules Boykoff (que fue jugador de fútbol profesional antes de convertirse en una referencia mundial de la literatura olímpica), una breve, pero completa, historia política de los Juegos Olímpicos desde Pierre de Coubertin hasta Brasil 2016. Un libro importante que merecería traducción española.

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