‘Freaks and Geeks’, nadie dijo que el instituto no iba a ser como en el cine
Solo quería contar una historia realista de su vida adolescente, pero creó una serie de culto y descubrió toda una generación de actores
A veces los sueños no se cumplen. Nunca llegarás a ser el brillante batería que creíste ser. El amor verdadero no es correspondido. A veces la adolescencia no es tan frenética, dramática y complicada como pintan las películas. Ni se liga tanto en el instituto. Paul Feig (hoy reconvertido a director de Los cazafantasmas) era uno de los muchos que en la escuela solo trataba de superar un día más. Para cuando se quiso dar cuenta, todo acabó. Él había madurado casi sin intentarlo, pero no le había ocurrido nada de lo que contaba Hollywood. Para entonces ya se podía reír de todo aquello.
“Quería contar la crónica de ese mundo y que la gente que lo había vivido se riera, pero también que los niños vieran lo que es y aprendieran a tomarlo con humor”, recuerda. Con esta simple idea nació Freaks and Geeks. Y por el camino, Feig creó una serie de culto y descubrió una nueva generación de actores de comedia de Hollywood. 18 años después por fin ha llegado a España gracias a Netflix.
Reunión de 'Freaks and Geeks'.
En aquellos pasillos de instituto ochentero, llenos de porreros y música de Joan Jett, comenzaron las carreras de James Franco, Seth Rogen, Jason Segel o Lizzy Caplan, el equipo de actores del que el productor (y futuro mesías de la comedia) Judd Apatow no volvería a despegarse jamás. Entre taquillas y sueños de grandeza, Freaks and Geeks era la íntima historia de los hermanos Sam (John Francis Daley, Bones) y Lindsay Weir (Linda Cardellini, Bloodline) y sus pretensiones de futuro.
El primero es un adolescente de 14 años aficionado a Dragones y mazmorras en busca de nuevas emociones y de dejar atrás el colegio, mientras que la mayor, cansada de su mundo de buenas notas y niñas buenas, se une a los marginados del instituto. “Mis amigos y yo no éramos populares ni ligábamos, solo intentábamos que nuestra vida siguiera adelante”, contaba Feig, representado en Sam. El miedo al sexo, la falta de fe o las borracheras poco glamurosas eran temas que no se trataban habitualmente en los dramas de adolescentes, empeñados en dar una imagen romántica o dramática de las clases.
Feig tenía una obsesión: realismo, realismo y realismo. Los mimbres los puso el equipo de guionistas reunidos en retiro espiritual durante dos semanas. Todos tenían que responder un simple -y personal- cuestionario: "¿Qué es lo mejor que hiciste en el instituto? ¿Cuál fue la cosa más humillante? ¿Qué es lo primero sexual que hiciste? ¿Cuál fue tu peor experiencia con las drogas? ¿Quién fue tu primera novia?”. A partir de sus respuestas se construyeron las tramas: “A las personas les pasan cosas más raras que las de la televisión. Era muy personal para mí y quería que lo fuera para todos”, explicaba Feig.
Ese realismo que bebía del cine francés era algo que se notaba en cada esquina, desde la edad de los protagonistas, a los tonos cromáticos, pasando por los movimientos de cámara, colocadas como observadores lejanos y objetivos. Todo estaba cuidado como pocas comedias en televisión o cine. Tal era la obsesión que parte importante del presupuesto de producción fue para comprar los derechos de los grandes temazos de Janis Joplin, The Who, Lynyrd Skynyrd o Kiss, que nunca habían sonado en el prime time.
Ver Freaks and Geeks es una experiencia agridulce, es cierto. Y no solo por su contenido. El final es cerrado, pero la vida continúa. Una nueva decisión se aproxima. Todo es evolución y cambio. Cuando se acaba no puedes evitar sentir cierto vacío. Sam, Lindsay, Daniel, Neal, Nick o Bill son como unos amigos que te dejan demasiado pronto. Unos amigos a los que te costó acercarte en un primer momento. Unos amigos con los que te gustaría seguir viviendo para que la propia experiencia de vivir se te hiciera más fácil. Porque en realidad todos nos hemos sentido alguna vez como freaks o geeks.
La segunda vida de una 'serie de culto'
La otra lucha de superación personal se dio detrás de las cámaras. La serie, que contó con una temporada de 18 episodios, no triunfó en su emisión original en 1999 (antes de las campañas de Internet y los fenómenos televisivos). Se tuvo que conformar con el apelativo de "serie de culto" apto para los fenómenos televisivos que a nadie le parecieron importar en un primer momento, pero que se inflaron gracias al DVD, el cable y Netflix. Miles de espectadores se acercaron a esta extraña obra empujados por la fama que había obtenido su equipo en el cine. Ya no era esa extraña comedia adolescente con pinta de drama, sino una escrita y protagonizada por los nombres del momento.
En su interior seguía siendo, sin embargo, un bicho raro, hecho por y para todos los que se habían sentido como los "otros" del instituto sin edulcorar la experiencia pero tampoco dramatizando hasta lo lacrimógeno. Freaks and Geeks y sus personajes superaron las posibilidades y salieron más fuertes de la experiencia.
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