David Grossman: “La venganza nos convierte en víctimas”
El escritor israelí conversa con el autor irlandés Colum McCann sobre violencia y literatura en el debate inaugural del V Festival de Escritores de Jerusalén
El escritor y activista israelí David Grossman (Jerusalén, 1954) aprendió una lección tras la muerte de su hijo Uri, alcanzado por un misil de Hezbolá al sur del Líbano en 2006 cuando tenía tan solo 20 años y una prometedora carrera militar por delante. “Sentí que debía vengarme de quienes habían propiciado que aquello ocurriera. Pero noté algo extraño, noté que en esa tesitura la habilidad para estar en contacto con mi hijo quedaba bloqueada. No era capaz de sentirlo. Y pensé que era un precio demasiado elevado que pagar. Nos convertimos en víctimas de la necesidad de vengarnos”, dijo ayer en Jerusalén.
Algo similar pensó el autor irlandés afincado en Nueva York Colum McCann (Dublín, 1965), en otros tiempos educador de delincuentes juveniles, cuando escribió una carta a la justicia pidiendo que no encarcelara al maltratador que le envió al hospital por intervenir cuando estaba pegando a su mujer en una calle de New Haven (Connecticut). “Una de las cosas que olvidamos es que la empatía y el perdón tienen más fuerza que la violencia”.
Grossman y McCann protagonizaron anoche un brillante debate inaugural del V Festival de Escritores de Jerusalén, uno de los principales eventos culturales y literarios de Israel, que reúne cada dos años a escritores locales y extranjeros y al que este periódico ha sido invitado. Bajo una carpa con vistas a la Ciudad Vieja y ante una audiencia multitudinaria y entregada, ambos autores se apoyaron en sus vivencias más íntimas y personales para brindar una reflexión sobre el enconado conflicto entre israelíes y palestinos y, sobre todo, para defender la necesidad de salir de una vez por todas del círculo vicioso que hace, en palabras de Grossman, que unos y otros, amparados en su irrefutable verdad, encuentren siempre justificaciones para actuar “de forma tan destructiva con el enemigo”.
El presidente israelí, Reuven Rivlin, fuertemente ovacionado por un público puesto en pie, había abonado previamente el terreno para que los escritores trascendieran el ámbito literario y se adentraran en la política alertando del riesgo que entraña vivir sin escuchar al otro. “Amigos, tener solo una historia puede ser peligroso. Nos ciega. Sella nuestros oídos, ata nuestros corazones”, advirtió el presidente. “Queridos escritores (…) cuéntenos una nueva historia sobre nosotros mismos en cada página. Mantengan nuestros ojos y corazones abiertos (…) Sus buenas historias pueden salvar nuestras vidas”.
La ausencia de esa visión caleidoscópica que reclamaba Rivlin es precisamente la que ha hecho que Grossman, una de las voces más críticas con las políticas del Gobierno de Benjamin Netanyahu con los palestinos sea víctima por partida doble, de “los suyos” y de activistas árabes, que estos días están presionando a una de las grandes cadenas de librerías de Arabia Saudí para que retire los libros del autor israelí de las estanterías de sus establecimientos. Los matices siguen sin admitirse, tras décadas de violencia, en vísperas del 50 aniversario de la ocupación y cuando la solución de los dos Estados se ve tan lejana.
“Contando una sola historia tiendes a convertirte en prisionero de esa historia”, señaló Grossman, autor de títulos como El viento amarillo, La vida entera, La sonrisa del cordero y el recién publicado en España La princesa del Sol (Sexto Piso) para el público infantil. “Cada uno de nosotros hemos legislado nuestras historias formales sobre nuestra infancia, sobre lo que nos hicieron nuestros padres, sobre nuestros amigos y con esa historia nos presentamos cuando conocemos a extraños. Pero a veces nos fosilizamos y eso ocurre aún más con las naciones”, continuó. “Los escritores sabemos que cuando se recuenta una historia, se descubre que hay otra soterrada. Esta es la arqueología humana. Y si realmente queremos estar en contacto con toda la realidad, con toda la complejidad y las contradicciones tenemos que permitir que se infiltren en nuestra historia formal cuantas más historias mejor”.
El problema, le replicó McCann, conocido por Transatlántico y Que el vasto mundo siga girando, “es que aquí tenéis una incapacidad terrible de escucharos”.
La charla entre Grossman y McCann inauguró oficialmente este festival, organizado por el centro cultural Mishkenot Sha’ananim y la Fundación Jerusalén, que ofrecerá, en hebreo y en inglés y sin traducción simultánea, talleres, conferencias literarias y óperas para niños hasta el próximo sábado. Es un encuentro con la literatura y el poder del arte y las palabras, que cuenta con la financiación del Gobierno de Israel, y que difundirá la obra y el pensamiento de autores locales como Etgar Keret, A. B. Yehoshua, Michal Govrin y Zeruya Shalev, pero también de escritores internacionales como el best-seller chino Mai Jia o las escritoras indias afincadas en EE UU Anita y Kiran Desai (madre e hija), que están pasando tres semanas en la residencia de artistas de Mishkenot.
España, representada
España también está representada en esta cita con la literatura, que espera contar con la participación de 5.000 personas. Ayer mismo, Jesús Carrasco (Olivenza, 1972) y Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973), intervenían en la charla Locura y Obsesión, repensando El Quijote, la obra maestra de Miguel Cervantes, en el 400 aniversario de la muerte del escritor. Su diálogo sirvió para reivindicar la condición de primera novela moderna del texto, en un acto moderado por Tal Nitzan, poeta y traductora del libro al hebreo, y presentado por el embajador español en Israel, Fernando Carderera Soler, y su homólogo colombiano, Fernando Alzate Donoso.
“La gran invención de Cervantes, una de las razones por las que creemos que las novelas nacieron con esta, pese a que sabemos que los griegos, los romanos, escribieron…”, dijo el colombiano, “es porque descubrió el poder de la ironía. Logró crear un mundo donde dos ideas opuestas son verdad a la vez. Cervantes inventó ese territorio donde no juzgamos, donde no condenamos ni absolvemos, donde lo que hacemos es tratar de entender”.
"La forma en que Cervantes crea este espacio de contracción", continuó Carrasco, "es a través de la locura de don Quijote. A un hombre loco se le permite que diga todo, como a un niño o a un borracho, es la forma en la que probablemente bandeó a la censura y pudo criticar, la justicia, el poder".
El ingenioso hidalgo cabalga esta semana por Jerusalén.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.