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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Elecciones?

Solo he conocido dos momentos de encanto mayoritario del personal en la historia reciente de este país

Carlos Boyero

Alguien con sentido de la lógica afirmaba que para sentirse desencantado antes tenía que haber estado encantado. Pero ahora se ha puesto de moda esa enfática estupidez de que la gente de este desdichado país siente un desencanto incurable hacia la política, lo cual no impedirá que millones de ilusionadas, o posibilistas, o pragmáticas almas no voten en blanco en esas futuras y cansinas elecciones, o que siete millones y medio de personas, entre las que tiene que haber de todo en calidad humana o ausencia de ella, vayan a seguir otorgando su confianza, o su buena voluntad, o su cinismo a una inmundicia tan abrumadora como transparente, a la estafa y el robo como norma, a la mentira sistemática sin sufrir el menor sonrojo, a contradecir a ese Lampedusa citado hasta el hastío asegurando que nada debe cambiar para que todo siga igual.

Solo he conocido dos momentos de encanto mayoritario del personal en la historia reciente de este país, si me olvido de que con Franco casi todo dios estaba resignado o encantado. La primera vez en el 82, con aquel hombre tan seductor y progresista apellidado González que prometía ríos de leche y miel, justicia, en fin, todas esas cosas tan literarias. Y la gente se entusiasmó, era legítimo creer en el cambio del estado de las cosas después de tantos años de represión, de embrutecimiento vocacional u obligado, de miedo, de censura. Sin embargo, mi inconsciencia no pudo afiliarse a proyecto tan tentador, no me lo creía. Pero si sentí una emoción muy de agradecer con los indignados del 15-M, gente joven que estaba hasta los huevos de lo establecido, fuera derecha, que siempre lo ha tenido claro, o la farisaica izquierda; chavales que constataban que no tenían presente ni futuro. Y también aquello se institucionalizó. Y nos quedan dos meses de fulanos clónicos repitiendo lo mismo hasta la náusea, en busca de eso que siempre acaba siendo abyecto llamado poder.

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