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Ilusiones perdidas

'Sota la ciutat', de Llàtzer García, es un texto ambicioso, lúcido y amargo, sobre los sueños rotos, en el Espai Lliure de Barcelona.

Marcos Ordóñez
Imagen promocional de 'Sota la ciutat'.
Imagen promocional de 'Sota la ciutat'.Alba Lajarín

David (Oriol Casals) y Dàlia (Muguet Franc), una joven pareja de provincias, escapa de su pequeña ciudad para tratar de conseguir en la capital el cumplimiento de sus sueños adolescentes. Dàlia quiere ser actriz, David quiere volver a escribir. De momento (todo es “de momento”) viven en un piso miserable y trabajan en faenas mal pagadas. Conocen a Bàrbara Bonay (Laura López), una artista ascendente, muy bien relacionada, y a su hermana Míriam (Marta Aran), que trata de mantener a flote a Narcís Munt (Albert Pérez), un director de escena caído en desgracia. Hará dos años, Llàtzer García estrenó La pols (“Las cenizas” en su versión castellana, en el Teatro Fernán-Gómez), una pieza profunda y sin afectaciones, muy bien armada, con corazón y talento. Sota la ciutat, su nueva entrega (y de la compañía Arcàdia), que se presentó en Temporada Alta (Girona) y he visto en el barcelonés Espai Lliure, es igualmente valiente y más ambiciosa, porque abarca los conflictos de tres generaciones (personajes de veinte, de treinta, de cincuenta años), cosa poco frecuente en el nuevo teatro. La ciudad es la Barcelona de hoy pero podría ser cualquier capital, en cualquier tiempo: lo que cuenta no caduca. También es inusual su estructura clásica. Tres actos, aunque no estén señalizados. El primero de presentación de los personajes, el segundo durante una fiesta en la que se anudan y estallan todos los conflictos. En el tercero sucede lo que no contaré, rematado por el discurso de Bàrbara y la coda de la decisión final.

El director no condena a sus personajes: los construye y muestra en redondo. Todos tienen sus razones, sus anhelos

En La pols se advertía la impronta de Steinbeck y Al este del edén. A los diez minutos de Sota la ciutat pensé que por la mirada dura y lúcida hacia el entorno y por el dibujo sin concesiones de los protagonistas, parecía una obra angry. Fue pensar eso y escuchar que Narcís Munt, el director maduro, y Dàlia, la aspirante a actriz, quieren remontar Mirando hacia atrás con ira, de John Osborne, porque consideran que su rabia “sigue vigente”. Pensé también, por su atmósfera deslustrada y tensa, en una lejana película de Martínez Lázaro: Sus años dorados.

Llàtzer García no condena a sus personajes: los construye y muestra en redondo. Todos tienen sus razones, sus anhelos, sus engaños. Todos hemos conocido a gente como ellos. Y quien más quien menos puede recordarse y reconocerse en esas luces y esas sombras. Los motores de la acción dramática siempre suelen ser quienes más sufren o quienes más desean.

Narcís Munt, que ocupa con su fuerza y su egolatría el centro de cada escena en la que aparece (y le roba a Bàrbara el protagonismo de su inauguración) es apasionado y odia el teatro dócil, pero es su peor enemigo: como Jimmy Porter en la pieza de Osborne, es autodestructivo, sermoneador, pelmazo y paranoico, convencido de que el mundo está en su contra y todos (“mentirosos, hipócritas”) quieren destruirle. No le faltan motivos: fue un joven talento pero ahora nadie le da trabajo por “conflictivo”, horrible etiqueta, y porque pasó su hora, y sus alumnos han firmado una triste carta en su contra: quieren a un director en activo que pueda colocarles. Albert Pérez es un actor notable, excelente en L’encarregat (El portero), de Pinter, hará un par de años, y que aquí borda la fiebre desventurada del director maldito. Quizás le falte algo más de peligro, de imprevisibilidad, que sorprenda hasta al propio personaje.

Tuve la impresión de que Laura López juzgaba un poco a Bàrbara, acentuando sus peores facetas, aunque acaba predominando el equilibrio. Sabe muy bien a qué puertas llamar y de quien ha de rodearse para ascender, y cuando se comporta con Munt como lo hace no cuesta concluir que sus ansias vengativas tienen sobrado fundamento. Laura López se lucía en La pols con un espléndido y tumultuoso monólogo y aquí vuelve a brillar con su soberbio y difícil discurso, porque juega a dos bandas, sincero e impostado al tiempo, con lágrimas, con culpa, con retórica, precedido de una hermosa versión a capella de Jumpin’Jack Flash, donde queda claro que Bàrbara, fotógrafa e ilustradora, hubiera sido una actriz muy, muy convincente.

Oriol Calsas, que recuerda a un joven Ben Affleck, ha de pechar con David, el personaje menos agradecido: banal, torpe, demasiado presto a los deslumbres, falto de voluntad. Pero cuando comenzamos a pensar que quizás haya una cierta sobredosis de debilidad (textual) en David, llega la escena del relato y caemos en la cuenta que el mozo tiene rayos X en los ojos, inmejorable cualidad para ser escritor. Míriam es la encarnación del amor puro: por amor ha soportado y soporta las caídas, recaídas y embestidas alcohólicas de Narcís.

Dàlia y Míriam son mis personajes favoritos. Marta Aran, a quien también descubrí en La pols, deja intuir con gran sutileza el dolor que hay en Míriam: no es poco envite. He conocido muchas mujeres con su valentía y su capacidad de entrega. Y Dàlia crece a lo largo de la obra: también cree en Narcís y es contagiosa su pasión juvenil a la hora de intentar recuperarle y crear juntos un teatro nuevo, imperfecto pero vital por encima de todo. Es un personaje muy bien dibujado, con una rectitud maravillosa, en ocasiones desbaratada por los celos o por la excesiva imperatividad de su empuje. Muguet Franc es para mí una revelación: me encanta su forma de lanzarse hacia lo que anhela, así como la intensidad de su silencio y su mirada cuando se percata de lo que está sucediendo a su alrededor.

Sota la ciutat está construida con fuerza y firmeza. Quizás le sobre algún pasaje explicativo. El giro de Narcís, imprevisible pero muy verosímil, no requiere, creo, el diálogo que viene a continuación entre Dàlia y Míriam: bastaría, como digo, la mirada y el silencio de la primera. De igual manera, el rótulo que nos informa de la reacción al discurso de Bàrbara me parece igualmente innecesario: no es difícil llegar por nuestra cuenta a esa conclusión. Y preferiría que ese final quedase un poco más abierto. Sota la ciutat ha estado, a mi juicio, pocos días en el Espai Lliure, imagino que por necesidades de programación. Debería girar y verse en toda España.

Sota la ciutat, de Llàtzer García. Director:Llàtzer García. Intérpretes: Oriol Casals, Muguet Franc, Albert Pérez, Laura López. Espai Lliure. Barcelona. Marta Arán. Hasta el 1 de mayo.

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