El abejorro del Holocausto
Conocíamos el vuelo del moscardón gracias a Rimsky, pero mucho menos el del abejorro. Que se dice brundibár en checo. O Brundibár cuando se trata de aludir a la ópera infantil de Hans Krása. Tan infantil que la concibió como una fábula musical para un orfanato judío de Praga en 1938 y que se convirtió en la “escapatoria” de los niños deportados al gueto de Terezín unos años después.
Allí se representaba la obra de manera cotidiana. Primero, en la clandestinidad. Y después como una anestesia colectiva al espanto que el régimen nazi convirtió en argumento de su propaganda exterior. Cada vez que se rumoreaba el hacinamiento, ejecución y tortura de los deportados, el gobierno alemán divulgaba un documental sobre las inmejorables condiciones de vida de los judíos.
Se lo obligaron a realizar a Kurt Gerron, un notabilísimo actor de entreguerras -aparece en El ángel azul- que fue deportado a Terezín, como deportado había sido el propio Krása. Ya han visto las imágenes. O lo que quedan de ellas. De acuerdo con el documental, se les había construido a los judíos una ciudad para ellos. Y ese privilegio les permitía sustraerse a los avatares trágicos de la guerra. Empezando porque proliferaban las funciones de Brundibár.
Llega la ópera al Teatro Real de Madrid a partir del 9 de abril, pero sobre todo lo hace Dragmar Lieblovà, una anciana que participó en los espectáculos de Terezín y que sobrevivió al Holocausto, no como les sucedió a Krása, a Gerron y a 50.000 personas que terminaron exterminadas en Auschwitz.
Impresiona su testimonio, como estremece el pudor con que alude a la tragedia personal: “Tanto en los ensayos como en las representaciones no podíamos pensar en si teníamos hambre, o si nos amenazaban todo tipo de enfermedades, o si cualquier día nos podían enviar a otro campo de concentración. Cantábamos con alegría y con entusiasmo”. “Brundibár -añade- era para nosotros como un cuento sobre la vida normal. Sobre el mundo en el que se vendían bollos y helados, donde los niños iban a la escuela y no tenían que llevar una estrella amarilla. Canté en el estreno del día 23 de septiembre y después ya solo en unas pocas representaciones más, ya que en diciembre de 1943 nuestra familia fue enviada a Auschwitz-Birkenau. A pesar de eso, para mí Brundibár en Terezín supuso una experiencia inolvidable para toda la vida”.
Krása acabó sepultado entre los ficheros de la “entartete musik”, la música degenerada, aunque el lenguaje vanguardista que experimentaba no fue el único motivo de su humillación. Pesó aún más la condición de judío, de forma que el estreno de Brundibár no debe valorarse como un mero acto de justicia artística, sino como una obligación para hacer pedagogía del Holocausto entre los niños que vayan a asistir a las funciones. Por deber con la memoria. Y por empatía hacia la tragedia que vivieron los críos de Terezín.
Dragmar fue una de ellos. Y ha querido traerse los dibujos que ella y otros niños pintaron en el campo de concentración. Caminos de evasión como el vuelo del abejorro, contrapeso supersticioso a los trenes que terminaron en la vía muerta de Birkenau. Ahí viajaban Krása y Gerron.
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