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ENTREVISTA

Herman Koch: “Hay que escribir sin frenos”

El autor holandés irrumpe con una novela sobre un joven que aguarda 40 años para vengarse del autor de una ficción que lo incrimina

Juan Cruz
Herman Koch, fotografiado en Barcelona.
Herman Koch, fotografiado en Barcelona.Vicens Gimenez

Herman Koch es el autor de La cena, un best seller en todo el mundo. Partía de un hecho real, que él disfrazó. Aunque no es exactamente una autocrítica, ahora este autor holandés de 63 años, que habla el buen español que aprendió de su mujer, extremeña de Barcelona, ha escrito Estimado señor M, que como todos sus libros publica Salamandra en nuestra lengua. Ahí un joven de los 70 aguarda cuarenta años para vengarse del autor de una ficción que lo incrimina. Es una novela de múltiples argumentos que se lee con el alma en vilo. Y es, sobre todo, una novela sobre la venganza y sobre la ficción. De ella habló Koch (en perfecto español) en Barcelona. Antes estuvo paseando por las Ramblas en la bicicleta que le prestó el fotógrafo.

PREGUNTA. Lee uno en vilo: en cualquier momento se va a producir una venganza.

RESPUESTA. Así empieza: es una carta que anuncia una venganza. Un joven ha sido descrito como asesino en una novela de ficción, y aguarda cuarenta años para vengarse del autor. Se escucha la voz del joven que ya es muchos años mayor y del escritor, que está en decadencia. El suceso ha pasado en los años 70, y la acción transcurre en los 2000. Y el chico, ya mayor, va al escritor ofreciéndole nuevos datos, ¡como si quisiera a ayudarle a volver a la lista de best sellers!

P. Porque el autor ha distorsionado la realidad a su gusto para que la ficción diera mejor…

R. Le puede ocurrir a cualquiera. M, el escritor, conoce una historia de la que no hay testigos, y decide inventar a partir de la anécdota de lo que ha ocurrido. Inventa, pues. El perjudicado le espera. Este es el meollo del libro. Este escritor, M, piensa desde el principio que lo más importante es la novela (creo que para cada escritor lo es) y que si hay que hacer daño a ciertas personas o hay que trastornar la realidad para que la novela sea mejor, lo hace. Siempre es así.

P. Y el personaje que se venga viene como la realidad. Y la realidad le da miedo al escritor.

R. Sí, claro que sí. Sin desvelar mucho como acaba, el autor tiene todo el interés en que la realidad no salga demasiado a la luz porque puede que en retrospectiva su novela no tenga el valor o el mérito que tiene ahora.

P. Este libro no se puede explicar sólo como un argumento, una línea no basta: personaje se venga de escritor.

R. ¡No, no! Casi cada parte tiene su argumento, y a veces hay argumentos sin acabar. Al contrario que a M, lo que a mí menos me gusta es atar todos los hilos al final de un libro, como el gran final a lo Hollywood. Me gusta dejar algo que no se sepa exactamente cómo acaba… He tardado más o menos dos años y medio en escribir este libro y unos dos meses antes de llegar al final todavía no sabía dónde estaba. La ventaja que tenía es que el lector tampoco lo sabía, no hay indicaciones. Al contrario que en la novela negra o en las series de televisión, aquí nadie puede decir a los cinco minutos que este o el otro son los asesinos.

P. El personaje es el autor, en este caso. Manipula la historia, la hace a su gusto. Sin escrúpulos.

R. Es una figura metafórica, simbólica, del escritor de ficción. Hay un profesor que desaparece, unos jóvenes sobre los que cae la sospecha de que lo han hecho desaparecer, o que lo asesinan. Al autor no le importa el profesor desaparecido en realidad, así que se centra en los muchachos.

P. Y el chico decide vengarse. ¿Quiere poner en cuestión en este libro la legitimidad de la ficción?

R. Cuando escribes un libro sobre hechos reales hay que andar con mucho cuidado por si generas víctimas, donde hay sospechas siempre queda algo. Herman, este tipo que se quiere vengar, piensa que la sospecha le va acompañar toda la vida por culpa del libro de este escritor y que nunca se va a librar de ella al 100%. Además, él sabe que es inocente pero el lector no lo sabe. Cuando escribes ficción con personajes reales hay que andar con cuidado. En La cena también he utilizado hechos reales y este libro también es, no una autocrítica, pero sí un guiño con respecto a lo que yo mismo hice.

P. ¿Cuál es el límite de la ficción?

R. Para mí personalmente no hay límite (risas), ¡todo está permitido! Lo que sí me ocurre cuando escribo es que algún personaje se parece a un familiar, a algún amigo, y no sé cómo se lo van a tomar. Creo que hay que escribir sin frenos, y luego, si no quieres hacer daño a determinada persona, disfrazar un poquito la realidad para que no se reconozcan en ella. No soy una persona con tan pocos escrúpulos como ésta que escribe Ajuste de cuentas, pero hasta el momento de la redacción final sí escribo sin escrúpulos. Escribo sobre personajes reales (que tampoco lo son nunca al 100% en mi caso), incluso los pongo con sus nombres reales para que a mí me lo parezcan. Ahora estoy escribiendo una novela en la que el protagonista es el alcalde de Ámsterdam, no el actual. Es una ficción pero a la vez no lo es. Pongo a todos los concejales, a todos los políticos con su nombre real y luego los cambiaré y los disfrazaré un poco. Estoy utilizando la realidad para la ficción.

P. Interviene la conciencia luego y trata de no hacer daño. ¿Proviene de un libro real o de varios libros ese aviso del daño que la ficción puede hacer manipulando la realidad?

R. Sí. A veces he leído estos típicos libros de venganza de un escritor que escribe sobre una exmujer, o de una escritora que escribe sobre un examante. Si el amante no es escritor como ella, o como él, es difícil contraatacar, y si le entrevistan aún pueden quedar peor las cosas. Lo mejor es negarlo por completo, ¡y desear que en un futuro próximo el escritor tenga algún accidente! (risas). No puedes hacer mucho más. El arma del escritor es bastante fuerte, poderosa. Si escribes sobre algún personaje que se parece mucho a un personaje real, la gente va a creer tu versión antes que la de la realidad.

P. Retrata al autor con muchos de los defectos de los escritores, la hipocresía, la vanidad, la envidia, la inseguridad... ¿Que no quisiera ser usted de todo lo que es M?

R. A menudo veo escritores que sólo por tener este oficio piensan que valen más que otra gente. Y se lo creen. También les ayuda la gente de su entorno diciéndoles que son genios y puede ser que un escritor entre en una nube, rodeado de admiradores. Incluso que luego saque un libro que no esté del todo bien y ya nadie se atreva a decírselo.

P. ¿Tiene miedo de que le pase?

R. Sí, claro que sí (risas). Al menos yo tengo a mi mujer y a algunos amigos de los que me fío; estoy seguro de que ellos me dirían sinceramente que algo está mal. Por ejemplo, mi mujer lee mis manuscritos y me dice si me estoy repitiendo, si estoy contando cosas que ya se saben. Por lo menos me está vigilando.

P. ¿Cuál es su autocrítica, cuál es su defecto?

R. Siempre he tenido un poco de prisa. Quería publicar un libro, que la crítica estuviera un poco como siempre, unas muy buenas y otras muy malas, vender luego el libro relativamente bien pero no muy bien, y publicar otro libro rápidamente. He perdido la prisa por completo, la veo como un defecto. Ahora no tengo ninguna prisa y el éxito de La cena me ha ayudado mucho. Tampoco tengo a un editor encima que me esté presionando para publicar un libro cada dos por tres. Y que el éxito lo tuve con cierta edad, si el éxito de La cena lo hubiera tenido con 23 años quizá me habría convertido en un alcohólico o en un drogadicto, no sé…

P. Esa pausa también está en la escritura, se recrea en situaciones y va de un helado a un asesinato con bastante parsimonia.

R. Me lo estoy tomando con calma. Escribo casi cada día pero muy poco y muy poco tiempo porque es lo que mejor me va. Antes intentaba sacar una página o dos cada día y ahora voy aún más lentamente. Mi impresión es que los libros mejoran con este ritmo.

P. El libro es el retrato de un escritor hecho por su víctima, que ridiculiza al autor en su vanidad. Y en un momento culminante del libro ese escritor y un colega suyo se enzarzan en una pelea en parte porque uno vende más que el otro. Es una riña simbólica de la personalidad de los escritores…

R. Sí, sí. Aquí se ve un poco no su carácter pero sí un poco los hechos biográficos de Harry Mulisch, que se parece algo a M, y también hay un poquito de Cees Nooteboom, que en esa ficción de la pelea es el que se enfrenta a M y que aquí se llama N. A los dos les pongo iniciales. Conozco a Nooteboom personalmente, no quería escribir algo que pudiera leer y se preguntara qué es lo que este Herman estaba haciendo con él, sólo quería que se pudiera reír. No sé si lo ha leído, a mí todavía me saluda amablemente (risas), o no lo ha leído o no se lo ha tomado mal. Pero sí, Mulisch, que ya falleció, y Nooteboom fueron muy buenos amigos. Aunque yo sé que cuando uno iba a una conferencia a Alemania, por ejemplo, y un entrevistador o la organización le preguntaba si había leído el último libro del otro, decían que no o que no lo leyeran porque no valía la pena.

P. ¿Eso está en el alma de los escritores? ¿Cómo pueden escribir de la bondad, la solidaridad, la paz y luego tener ese mundo que los empequeñece? ¿Qué es un escritor?

R. No lo sé. No lo he notado hasta que he tenido cierto éxito. Mis libros anteriores a La cena no han desaparecido por completo, tenía ventas moderadas, yo era uno de esos escritores de los que los críticos en general, incluso otros escritores, decían que merecía tener más lectores. Pero una vez lo consigues, todo da la vuelta en sentido contrario y empiezan a decir que ahora soy uno de esos escritores que escribe para las masas. Pero yo no he escrito otro tipo de libros, no he cambiado. Es la gente la que dice hoy que he cambiado y se preguntan cómo puedo estar en la lista de los best sellers porque en general los best sellers son una mierda, dicen que he escrito algo muy superficial para complacer a un público mediocre. Empiezo a notar la envidia, lo noté en alguien que yo creía que era un buen amigo cuando tras el éxito de La cena me dijo que la campaña de publicidad de la editorial había sido fenomenal porque la habían hecho sin decir nada del libro, sólo con insinuaciones, un marketing perfecto.

P. En la novela parece que va a haber violencia, pero sólo hay esa pelea entre escritores. Y es una novela de la venganza. Lo ha hecho adrede, supongo.

R. Sí. Pensaba que la novela no necesitaba violencia, que sólo quedara como una posibilidad, que se pensara que quizá la víctima, Herman, pudiera hacer algo violento cuando andaba con el profesor por la nieve. Pero no quería introducir una violencia gratuita, el único momento está ahí y alguna gente, incluso mi mujer, me ha dicho que esa escena con los dos escritores peleándose sobra y que quizá debiera haberla quitado. La he dejado porque a mí me gusta.

P. ¿Parte de algún hecho real el libro?

R. No. Lo único real es que yo había escrito un libro un poco como el Ajuste de cuentas de este M, La cena, partiendo de esta idea de que hacer un libro basado en hechos reales con víctimas y violencia puede ser un éxito sin tener en cuenta el futuro de los protagonistas fuera del libro o después de la publicación del libro.

P. O sea, que usted es M.

R. Un poco. También es una visión de cómo voy a ser yo cuando tenga 20 años más y dónde voy a acabar. Personalmente, y no lo digo con vanidad, me llamaría la atención quedar en el olvido cuando sea un señor de 80 años, que nadie me conozca, que yo tenga que decir que soy el escritor que escribió esto o aquello y nadie me haga caso. Es una de las desventajas que veo, en el extranjero menos, pero en Holanda mucha gente me conoce y cuando hay una fiesta literaria, o cualquier fiesta, me acerco y empiezan hablar de otra manera, mientras que yo a veces también quiero hablar del Ajax, de fútbol... Ya no puedo ser el observador que era antes de ser conocido. Por eso estoy muy a gusto en otros países donde los libros están traducidos pero no me conocen tanto. Como persona soy un ser anónimo y eso me gusta.

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