Carlos Gómez Amat
Carlos Gómez Amat no aparece en Wikipedia. No consta su fecha de nacimiento (1926, Madrid), ni la reciente noticia de su fallecimiento. Que le sorprendió demasiado lúcido, consciente como era de su agonía, pero también consciente de que esa lucidez lo había recompensado en el ejercicio de la crítica y divulgación musicales, resueltas siempre desde el criterio y la honestidad, desprovistas de la ferocidad o el veneno de tantos colegas. A cambio, Gómez Amat estilaba la ironía. Y siendo un hombre sabio, culto, polifacético, nunca incurrió en la tentación del engreimiento o la soberbia. Fue un crítico constructivo. Que no tiene que ver con la condescendencia, sino con la lealtad y compromiso hacia un hábitat marginalizado y no marginal del que fue un actor constante y un heredero responsable. Heredero del compositor Julio Gómez, su padre. Al que llamaba su maestro. Y del que nos trasladaba sus enseñanzas, tantas veces aprovechando el interlineado de las críticas que escribió en la SER y en el diario El Mundo. Allí pude conocerlo y trabajar con él. Y abrir los sobres que traía el motorista con sus escritos mecanografiados. Una prosa fluida, un conocimiento vasto, un estilo que impresionaba en la naturalidad y en la amenidad.
Gómez Amat escribía para todos los públicos sin necesidad de trivializarse. Y sin abrumar con el conocimiento. Bien lo había aquilatado en la Universidad (Filosofía y Letras) y en el Conservatorio de Madrid, donde fue profesor de Historia y de Teoría de la Literatura, perseverando en esa relación académica y orgánica con el humanismo.
Haría falta el salón de trofeos del Real Madrid para colocar los premios que le concedieron -dos veces el Ondas, por ejemplo-, aunque me consta que le hizo más ilusión la adhesión a la Real Academia de San Fernando, o incluso el privilegio de escoger su propio asiento en el Auditorio Nacional. Gómez Amat ocupaba “su” butaca en el primer anfiteatro, a la izquierda, compartiendo localidades con su esposa y el matrimonio Marco -Tomás Marco-, de quien fue amigo y defensor, como lo fue de aquella generación de compositores -Luis de Pablo, Bernaola, García Abril, Halffter- que parió el lenguaje de la vanguardia, desmintiendo -así lo sostuvo Amat- que España hubiera sido un erial en tiempos de Franco. Y no lo decía por afinidad al régimen, obviamente, sino por el mérito que conllevaba desenvolverse contra corriente, participar con ahínco en la construcción de una vida musical que ahora nos parece descontada, como un derecho natural, y de la que Carlos fue siempre un silencioso y perseverante evangelista.
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