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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Pobrecito mío

Todos deberíamos estar de luto. Y maldecir a un mundo en el que los niños, los más débiles, deciden matarse

Carlos Boyero

Me cuenta un amigo sin problemas de insomnio que no ha podido dormir un par de noches y en los pocos momentos que lo hacía le asaltaban pesadillas. Y no se le ha muerto ningún ser amado, no le han largado del curro, no le amenaza una enfermedad chunga, tiene una familia en la que existe amor y cuidado mutuo. También me informa que sufren idéntica aflicción, estremecimiento, terror, piedad, los periodistas que tuvieron acceso a la carta de despedida del niño suicida. Ellos tienen niños. Yo no. Pero desde que leí el adiós de esa criatura me fallan los duraderos efectos del pastilleo que me ayuda a dormir.

Cómo no entender las razones de los desesperados adultos que tienen el coraje de largarse de este mundo. Pueden ser múltiples. Al bajar definitivamente la persiana solo anhelan acabar con un sufrimiento atroz e inacabable. Su ruina puede ser física o moral. O ambas cosas. Les resulta imposible sobrevivir a la angustia, la pérdida, la intemperie anímica, el fracaso, el miedo, la soledad, los demonios reales o imaginarios que torturan su cabeza o su corazón, la desolación, el sentimiento de culpa, vaya a usted a saber.

Y en muchos casos se supone que las heridas y las cicatrices han ido acumulándose a lo largo del tiempo, que les han ocurrido cosas insoportables en el camino que supone la vida. Pero el de un niño ha sido muy corto. No hay derecho a que se haya sentido acorralado, sin esperanza, asumiendo la nada. Y sería preferible que su carta estuviera llena de ruido y de furia, rencor y venganza. Pero está llena de amor a los suyos, del deseo de ser perdonado por el dolor que les creará, de agradecimiento hacia todo lo que le dieron, les desea felicidad y suerte. Es maravilloso. Lo único que me consuela es que crea que existe el cielo y que allí compartirá felicidad eterna con sus seres amados. Todos deberíamos estar de luto. Y maldecir a un mundo en el que los niños, los más débiles, deciden matarse. O los asesinan.

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