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Borges, él y yo

Retrato de Grete Stern a Jorge Luis Borges, de 1951.
Retrato de Grete Stern a Jorge Luis Borges, de 1951.

Él es callado, introvertido y a menudo busca el silencio. Yo, soy así, me excita exhibirme en público y ponerle en aprietos. A él le encanta refugiarse en la tenue luz de una lámpara encendida, adora escribir sentado y dudar del secreto de las palabras. Yo, le persuado de sus falsas incertidumbres, mientras las leo tumbado. Yo me emborracho y él sufre mis resacas. Soy extrovertido y a veces se lo hago saber. Mi ironía le desquicia y se ensimisma cada vez que cuento un chisto malo, soy un experto en gracias absurdas. Y él, día y noche, pretende darles una dimensión metafísica. Me odia cada vez que se levanta a mear por mí en una noche etílica. A él le gustan Bolaño, Borges y Vila-Matas, y yo me pregunto ¿cómo los soporta? Prefiero mil y una veces a Los Simpson, The Big Bang Theory y Dos hombres y Medio. Mientras yo veo Los Simpson presiento que se enamora de Lisa, entonces me apiado de él y le dejo leer algún poema de Borges. Borges y yo le enternece y a menudo lo recita en voz alta y yo hago como que le escucho. Tengo más de mil amigos en Facebook, y él sólo me tiene a mí. Muchas noches sueña conmigo y entonces voy y cruzo en perspectiva su sueño y me despierto haciéndome real. Él detesta los insomnios, yo los aprovecho para fumar. Él es el fumador pasivo que absorbe el ochenta y tres por ciento del humo de mi vida. Él tuvo una ulcera duodenal y yo le lleve lectura al hospital y no desaproveché la oportunidad para ligar con su enfermera de turno. Le encanta salir a la calle con una libreta en el bolsillo de la chaqueta y a mí me estimula contrariarle ignorándola. Siempre olvido el bolígrafo. En la cafetería, él toma la incitativa y pide un café largo mojado de una gota de leche y yo lo aguanto lo necesario hasta que pido un pacharán con un cubito hielo. A veces tose él y otras tantas lo hago yo, y entre tos y tos la discusión suele estar más que servida. Deja de fumar, me dice. Déjalo tú, le contesto. Su pertinaz sentido del deber enfurece a mis deseos. Mis placeres frenan sus solitarias obsesiones. Él hace el amor y yo follo. A ratos, reconozco que le necesito cuando el sexo me aburre. Yo, alegremente, persigo las riendas de la noche y él procura hacer deporte cada vez que se lo permito. De hecho, ahora mismo, él sólo quiere escribir y yo me empecino en hablar de mí mismo. «No sé cuál de los dos escribe esta página.», se pregunta Borges en Borges y yo. Aquí está, otra vez, él, citando como le encanta hacer, adornando de cultismo sus líneas. Y yo me muerdo la lengua porque no me queda más remedio que leer este imitado texto en público. ¿Y si hay aplausos? ¿quién creen, ustedes, que se los va a llevar? Él, ingenuo, dice que Borges. Yo digo que él para que se lo crea, mientras enciendo un cigarro y me pongo una copa, que sé que les molesta, tanto a su querido Borges como a él. ¡Qué pesados los dos! Entonces, él, me oye, refunfuña y deja de escribir.

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