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MÚSICA

El rockero que ama a Whitman

Egon Soda, la banda presidida por los versos de Ferran Pontón, ratifica con su tercer álbum, 'Dadnos precipicios', su condición de maravillosa anomalía en el indie peninsular

Los seis miembros de Egon Soda.
Los seis miembros de Egon Soda.Las Coleccionistas

La culpa de todo la tuvo Walt Whitman. Tal circunstancia puede parecer atípica para un grupo de rock independiente, pero casi todo es inusual en la figura de Ferran Pontón (Barcelona, 1976), guitarrista, letrista, editor, librero, radical culo inquieto y culpable máximo del sexteto Egon Soda, inevitablemente una de las formaciones más sui generis en el panorama peninsular. Pontón se tropezó hace unos meses con la nueva edición en catalán de Hojas de hierba (1855), aquel poemario que ya le había conmovido cuando lo descubrió, de quinceañero, en la versión bilingüe de Borges. Y releer aquella poética arrebatada y encendida (“Yo canto al cuerpo eléctrico”, “¡Oh, capitán, mi capitán”!) sirvió para abrir la espita creativa de la que se nutre Dadnos precipicios, tercer álbum para la muy iconoclasta banda, prolongación del extraordinario El hambre, el enfado y la respuesta (2013) y candidato, a partir de octubre, a comidilla primordial en los mejores cenáculos del indie.

Nos encontramos en Casa Murada (Llorenç del Penedès, Tarragona), una remota masía del siglo X reconvertida en cuartel general y estudio de grabación entre un distinguido grupo de connoisseurs de nuestra escena musical, desde Zahara hasta Quique González. Ferran se aplica a fondo con los dry martini y gran mimosa (añadan la coctelería a su extensa lista de ocupaciones) mientras el cantante Ricky Falkner se deja el pellejo en una nueva toma de ‘La recuperación’. “Todo el mundo habla de la recuperación / y no saben lo que se les viene encima”, rezonga Falkner (vivan los guiños literarios) con su inconfundible voz de lija, mientras por el ojo de buey le descubrimos en su atuendo de faena, una túnica hasta los tobillos que combinada con sus indómitas barbas y rizos entrecanos le convierten en un simpático cruce entre Demis Roussos y Cat Stevens. “En un par de años me atreveré a lucirla en el escenario”, anuncia con tono de autoparodia.

Hay algo de gran familia y de espíritu comunal (sin intercambio de parejas, aparentemente) en la cálida y perezosa tarde payesa. Gonçal Planas, hombre de confianza de Love of Lesbian y cantante de la nueva superbanda catalana Mi Capitán, ejerce de pinchadiscos ocasional para los muchachos. Y no se anda con chiquitas: ‘She’s Leaving Home’, de los Beatles; ‘Dirty Work’, de Steely Dan; la Creedence y su ‘Born On The Bayou’… “Cada año Egon Soda son más emotivos y menos laberínticos. Otras veces ha habido más estética, pero ahora prima en ellos el discurso”, diagnostica Gonçal con entusiasmo de groupie genuino. Y el teclista Charlie Bautista, curtido en infinitas batallas previas (Russian Red, Xoel López, Christina Ro­senvinge) y ahora ya miembro oficial del sexteto, lo corrobora: “Nos ha salido un disco más extremo. Ahora, si lloramos, lloramos a tope”.

Falkner, que ha salido de la pecera con la melena aún más descontrolada, se incorpora a la tertulia. Habla de un trabajo más minucioso que en las dos entregas anteriores, “como si de repente nos hubiéramos vuelto responsables”, y admite que el abrumador torrente poético de Ferran constituye un reto como no ha conocido en sus ya muchos trienios como productor (Love of Lesbian, Sidonie) o artista (Standstill, The New Raemon). “Al final he optado por llevar atril en los bolos”, confiesa. “Luego no necesito mirar las letras, pero me sirve como red. Prefiero parecer un panoli que un rockero desmemoriado. Michael Stipe también lo hace, y en algo teníamos que parecernos…”.

El causante de sus desvelos emerge de alguna estancia en la que apura su (faltaría más) otra ocupación paralela, un libro de poemas y reflexiones al calor de Dadnos precipicios que la editorial 66 RPM difundirá también en otoño. Pontón es tan incorregible en su hiperactividad como en la pasión que imprime a cada frase; en la ilimitada capacidad lectora que desarrolla para purgar los originales que le llegaban a Crítica y ahora a Pasado y Presente, la editorial que comparte con su padre, o las chácharas bibliófilas que enhebra con la clientela de El Feller de Llibres, la librería que regenta en Sant Cugat del Vallès.

—¿Por qué Whitman?

—Fue reencontrarme con Hojas de hierba y volver a cagarme encima. No logro adivinar cómo alguien puede abarcar tanto, ser tan norteamericano y tan universal a la vez.

—Para ‘Calibán & Co.’ se inspira en un personaje de La tempestad. ¿Cuántos oyentes cree que procesarán esa referencia?

—Con que solo uno se entere y empiece a leer a Shakespeare, me daré por satisfecho, porque va a flipar. Y más con esa obra, que es una especie de Greatest Hits del autor. Lo he vivido como librero y lo sé como lector: los clásicos, en el mejor sentido de la expresión, te joden la vida…

La conversación y los dry Martini sobrepasan con creces la caída de la noche en Casa Murada. La muy whitmaniana ‘Roble inverso’ suena de fondo mientras Ferran admite, algo azorado, que algunos seguidores de Egon Soda se tatúan versos como “No es lencería, es mi alma de los domingos puesta a secar las lágrimas” o “En un mundo de tuertos nadie se atreve a parpadear”. En Dadnos precipicios hay algún endecasílabo con filo de puñal (“Tu miedo es el valor de los demás”) o una maldad divertida para ‘El cielo es una costra’: “Amaya Montero me llama desde algún lugar. La vida no puede ser esto…”. “Supongo que las frases más o menos ocurrentes podrían servirnos para un puesto de merchandising”, concluye Pontón, divertido, “pero un verso en una camiseta acaba convertido en un eslogan. Y no, no me parece especialmente interesante…”.

Dadnos precipicios, de Egon Soda, se publica el 23 de octubre por discos Naïve. Conciertos en Madrid (5 de noviembre, teatro Lara) y Barcelona (26 de noviembre, L’Auditori).

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