“¿Cómo no va a existir Dios si lo escucho en una misa de Bach?”
El bagaje del compositor Mario Lavista le permite mezclar citas de Borges con reflexiones de Messiaen. Alejado de la Iglesia, percibe lo divino en la estética
Cuando la voz pausada y serena de Mario Lavista (Ciudad de México, 1943) empieza a fluir, no significa que lo que esté diciendo sean dulces palabras. Las arduas reflexiones y las injusticias salen de sus labios como una letanía de erudito, como si las narrara un viejo profesor que tiene en la música su mejor manera de enseñar. Su última obra, en forma de cuarteto de cuerda, ha sido estrenada en Madrid como encargo de la Fundación BBVA.
Lavista empezó su andadura en su México natal, pero pronto se vio tentado por aquella Europa desatada de vanguardias y músicas irreverentes, por lo que se encaminó a los cursos de Darmstadt, donde se elucubraba sobre cómo debía ser aquella nueva música que buscaba olvidar lo que se hacía antes de las guerras mundiales. “Darmstadt era el centro de la vanguardia musical, de la representada por el serialismo integral y esas confesiones tan complejas de Boulez o Stockhausen. Tuve la suerte de tener como conferenciante a un Ligeti de 45 años, y esperaba que hablara de su música, pero habló de Schubert y Mahler, desde una óptica contemporánea. Eso me abrió los ojos y me mostró que todos los compositores son contemporáneos de una u otra manera, porque me siguen hablando a mí hoy día”, cuenta el compositor. En esa misma línea, pone como ejemplo un ensayo de Borges sobre Kafka en el que cita a Lewis Carroll y a Alicia en el País de las Maravillas, en el que expone que la lectura de Kafka nos hace modificar la visión del texto de Carroll. “El hoy tiene una influencia sobre el pasado”, resume Lavista.
A lo largo de su vida, más allá de las vanguardias, Lavista ha mirado hacia otros compositores, de los que están grabados con letras de oro en los pentagramas de la historia. “Al principio fue Anton Webern, pero en otros momentos fueron Debussy, Mozart u otros compositores, porque soy yo el que elige quiénes son mis abuelos. La tradición no es algo con lo que debemos cargar, sino algo que nos libera”, cuenta. En su momento, también fue el pueblo indígena de México el que eligió “a sus abuelos” musicales, en una América recién conquistada que se empapó de la polifonía renacentista y barroca como si llevaran siglos escuchándola en Occidente. “Pero también sigue latente la cultura indígena, que aún escuchamos en las bandas. Ser mexicano es pertenecer a ambas tradiciones”, aclara.
Nunca ha querido incluirse en los nacionalistas, a pesar de haber estudiado con el alumno directo de Falla Rodolfo Halffter, con el que, años después de acabar sus clases en el exilio de México, seguía acudiendo al café para compartir una leche malteada. “Dudo mucho de los nacionalismos. Somos hombres cosmopolitas, y hablar de México no es un acto de nacionalismo limitado. Cambia la forma, pero no el contenido en el arte. Al final los sentimientos se pueden enumerar: el amor, la muerte, los celos, la tristeza…, pero no hemos inventado sentimientos nuevos. La Condesa de Las bodas de Fígaro y Marie de Wozzeck, de Alban Berg, hablan de lo mismo, pero la diferencia radica en cómo lo dicen. Borges decía que después de Shakespeare todos somos plagiadores, y lo mismo sucede con Mozart. Este compositor conocía hasta algo tan difícil de conocer como el alma femenina. La diferencia es el tono, no el contenido, ese perfume que tiene cada uno de los compositores y que deja en su obra”, explica.
Soy yo quien elige quiénes son mis abuelos. La tradición no es algo con lo que debemos cargar, sino algo que nos libera
Lavista asume la dificultad de hallar cuál es el papel de un compositor en un mundo como el de hoy, en el que los esquemas del arte y la difusión del mismo se han visto totalmente modificados en función de aspectos como las nuevas tecnologías o la universalización de la información por Internet. ¿Está el compositor fuera del agua en un mundo en el que la música popular está completamente desligada de la llamada clásica? “Durante tres siglos y medio Occidente habló un lenguaje tonal, pero en el siglo XX ese lenguaje se pone en tela de juicio y surgen otros nuevos que ponen en entredicho valores largamente establecidos. Aparece una pluralidad bestial de lenguajes: para entender a Messiaen hay que aprender su forma de hablar, que no sirve para entender a Berg. Hoy hay compositores muy tonales y fáciles de escuchar, pero junto a ellos está la música de Feldman, que se escucha en pequeños círculos. La música popular sigue hablando de manera tonal mientras Messiaen no, aunque en la época de Mozart el compositor y el hombre de la calle hablaran igual”, reflexiona Lavista.
El compositor mexicano no se considera un hombre de iglesia, pero sí un oyente fiel de música religiosa. En su catálogo hay misas, un Stabat Mater y un responsorio para su maestro Halffter, hijas de su creencia en que el canto gregoriano es una de las grandes creaciones del hombre. “Estoy muy interesado en componer música religiosa, pero lo hago en una época en la que la Iglesia como institución es absolutamente impresentable. Los escándalos que hemos vivido en los últimos tiempos, como la pederastia, la Iglesia se ha encargado de encubrirlos hasta tal grado que hemos sido capaces de beatificar y santificar a uno de los grandes protectores de pederastas como Marcial Maciel, Juan Pablo II. Pero de todas maneras, dentro de esa institución ha habido grandes pensadores y artistas. Mi creencia en Dios tiene mucho más que ver con la estética que con otra cosa. Cuando escucho una misa de Bach o de Monteverdi, estoy seguro de que existe Dios. ¿Cómo no va a existir si lo estoy escuchando? Hace poco escribí un Stabat Mater que refleja el momento de dolor de la Virgen ante su hijo crucificado. Es un momento que a nivel histórico probablemente no existió, pero a mí me tiene sin cuidado. Porque cuando escucho el Stabat Mater de Pergolesi, estoy seguro de que aquello sucedió, porque Pergolesi me lo hace escuchar”, sentencia.
Por ello quizá se deja llevar y critica que las iglesias estén llenas de “estudiantinas y mariachis” hoy día, lo que considera el horror musical y consagran el error de que se llega a Dios por la letra “cuando la religiosidad en realidad está en la música”. Y apunta: “Estoy convencido de que cada vez que se escucha esta música, Dios y su séquito se salen del templo”.
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