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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La fama

'Hostal Royal Manzanares' subió como la espuma y se convirtió en un fenómeno

Rosario G. Gómez

A mediados de los años noventa, cuando los canales privados empezaron a ser una seria amenaza para el liderazgo de TVE, Valerio Lazarov —que había sido director general de Telecinco— creó su propia productora y fichó a Lina Morgan. De origen rumano y nacionalizado español, Míster Zoom vio que la cómica madrileña podía dar juego en televisión. Dejó plantadas en Telecinco a las mamachicho y se embarcó en una telecomedia cañí, protagonizada por una chica de pueblo que llegaba a Madrid con su mascota —una gallina— en brazos. Así era Hostal Royal Manzanares. Subió como la espuma y se convirtió en un fenómeno. Competía con productos a su altura: una serie con El Fary como estrella y la tertulia de cotilleos Tómbola.

Lazarov pergeñó un híbrido entre la televisión y el teatro. Los episodios se rodaban a un ritmo trepidante, con mínimas interrupciones y público en las gradas. Las risas enlatadas que sonaban en las telecomedias estadounidenses, en Hostal Royal Manzanares eran reales. Había diseñado un producto de laboratorio para gustar al público femenino, poco ilustrado, con bajo poder adquisitivo y radicado en poblaciones rurales. En este abundante caladero demográfico obtuvo la mayoría de los 8,5 millones de seguidores. Sólo el fútbol le hacía sombra.

La televisión pública le dedicó el jueves en horario estelar un atropellado programa homenaje a Lina Morgan. Un bucle de imágenes de archivo, retazos de entrevistas y testimonios de quienes compartieron los escenarios con la popular actriz: desde aquellos míticos Estudio 1 hasta las coloridas revistas de variedades o los platós de televisión en los que coincidió con Marcello Mastroianni y Alain Delon. Como a Hemingway, a Lina Morgan —seguramente la cómica más aplaudida de la escena española— le perseguía el fantasma de su propia fama.

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