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La santidad y el azar

Aira suscita siempre la duda: “Está el emperador desnudo”. Y como siempre, sorprende su diversidad de temas y estilo

Si se me permitiera reseñar este libro con el tono del mismo libro, debería comenzar diciendo que a veces parece una novela bizantina de estirpe clásica y a veces un ejercicio narrativo de los Monty Python. Y debería comenzar también advirtiendo de que siempre que leo a César Aira fluctúo sinceramente entre dos sentimientos: el de que no tengo altura intelectual para comprender el sentido último de sus libros y el de que el emperador está desnudo. Tal vez el error estribe en creer que una novela, por el hecho de serlo, debe poseer una lógica superior y responder a un propósito unitario. Porque en la poética de César Aira esto no siempre es así.

El santo parte de un planteamiento imaginativo y formidable: un monje, famoso y venerado por sus milagros, decide abandonar el convento catalán en el que vive para ir a morir a su tierra. Sus compañeros de congregación y los vecinos del pueblo, asustados por la pérdida de ingresos de los peregrinos que se producirá si el monje se marcha, resuelven asesinarle para conservar, ya que no al santo vivo, sus reliquias. El monje consigue escapar mágicamente de la emboscada, cae en una nave que surca los mares y se ve envuelto en una serie de aventuras que le llevan a un África exótica.

La historia, con esos mimbres, inspira una serie de continuaciones argumentales muy sugerentes que nunca llegan a desarrollarse, de modo que un lector desavisado de la literatura de Aira corre el riesgo de sentirse decepcionado por la marcha de la novela. No hay realmente un viaje de descubrimiento espiritual, no hay relato de aprendizaje, no hay camino de perfección. Aunque en algunos pasajes se insinúan esos propósitos, Aira nunca se empeña en cumplirlos y ofrece a cambio, con su estilo inconfundible, un personaje hierático y bastante inmóvil. El lector puede incluso llegar a preguntarse por qué el protagonista es santo —hecho que deja de tener significado en el planteamiento narrativo— y no simplemente hortelano o ebanista.

La literatura de César Aira —y su voluntad no puede ser censurada— se construye por acumulación de materiales, por amontonamiento inorgánico de ideas que van conduciendo al lector como si tuviera en las manos un caleidoscopio y lo girara: manda el azar, la impresión primaria, la inmediatez del episodio. En este sentido, El santo está llena de imágenes deslumbrantes, de gran escritor, y de un caudal de ideas llamativas que se esbozan someramente y se abandonan luego para ir en busca de otras, de una nueva configuración del caleidoscopio.

Una enumeración no exhaustiva de ideas ambiciosas que quedan apuntadas —pero no excavadas— en el curso de la novela: la necesidad de desaprender, de emplear los propios esquemas culturales para conocer lo extraño; el miedo que a las personas que no tienen miedo les causan los hechos nuevos o ignotos; la amistad concebida como “contacto temático de los cerebros”; la contrasantidad, encarnada en un personaje que después de haber intentado estafar a todo mundo no consigue haber hecho daño real a nadie; o la incomunicación de las civilizaciones diversas —la reina Poliana no posee la idea de Dios ni de la divinidad— que no puede ser superada mediante el lenguaje.

Muchos escritores escriben siempre la misma novela, el mismo libro. Retuercen sus obsesiones por el derecho y por el revés. César Aira es exactamente lo contrario. Posee una voz inconfundible, un estilo en el que lo metafísico, lo existencial y lo paródico se combinan en proporciones regulares, pero los mundos de sus libros son tan diferentes que siempre resulta imprevisible. Es difícil saber si esto es una virtud o una carencia, pero es sin duda la marca de autor de César Aira, que sus lectores fieles gozarán una vez más en El santo.

El santo. César Aira. Literatura Random House. Barcelona, 2015. 144 páginas. 14,90 euros.

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