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PURO TEATRO

La chica de ayer

Brillante texto y puesta, y memorable personaje central a cargo de Mima Riera. 'La undécima plaga' cierra la trilogía 'Todo por el dinero'

Marcos Ordóñez
Una escena de la obra en el Teatre Lliure.
Una escena de la obra en el Teatre Lliure. Felipe Mena

Una casa en la zona alta de Barcelona, una cena lujosa, cuatro amigos, un gran proyecto. Todo parece perfecto, pero es pura representación. Bárbara (Mima Riera) y Pau (David Verdaguer), los presuntos dueños de la casa, hace seis meses que no pagan el alquiler y se han gastado lo que no tienen para agasajar a Marc (David Selvas) y, sobre todo, a Roc (Pol López), su joven amante, hijo de un riquísimo joyero al que Pau quiere camelarse para que le saque del pozo. De repente, Roc palidece, lanza un grito, sufre un ataque de pánico: una rata, una rataza, acaba de asomar el hocico en el jardín. Así comienza L’onzena plaga, escrita con talento y brío por Victoria Szpunberg y muy bien dirigida por David Selvas, que cierra la trilogía Tot pels diners, en el Lliure. Barcelona está siendo invadida por las ratas, pero eso ocurre en la superficie. Escuchemos a Dylan Bravo, el personaje recurrente del ciclo: “En Egipto hubo 10 plagas. La undécima era la peor porque era invisible. La sumisión, la podredumbre interior, la codicia…, de todo eso deberíais protegeros, y no de las ratas”. Y de la mediocridad, la mentira, los deseos incumplidos, todo lo que trabaja a favor de la desolación.

Echémosle un vistazo a las dos parejas. Ambas están viniéndose abajo, aunque pinta peor la de Bárbara y Pau. Llevan años juntos y ya no se soportan. Él tiene dos carreras, pero no consigue ni un trabajo basura, y culpa a Bárbara de sus desgracias por haberle metido en la cabeza “esa idea absurda de la pasión personal”. Bárbara viene de muy buena familia. Tenía mucho talento, decían. Gran promesa, grandes esperanzas. Podía haber sido la mejor escritora de su generación. De repente algo se rompió, el mundo se vino encima y ella se salió del camino. Un ángel caído, alas quemadas, mucho alcohol. Segunda pareja. El perfil de Marc se dibuja rápido: solo vive para el trabajo y el triunfo. Lo que él entiende por triunfo: una colección de trofeos. Roc no parece su compañero ideal. Dice que no quiere triunfar, que solo quiere vivir y ser feliz. Ardua tarea.

Equipo visitante: Melany, Rai, Amparo. Melany (Laura Aubert, vivísima composición) es una muchacha argentina sin papeles. Vive con Bárbara y Pau, trabaja mil horas en mil trabajos para llegar a fin de mes (o a final de semana) y aún tiene fuerzas para presentar un show nocturno, “un unipersonal”, en una discoteca. Rai (Javier Beltrán) es un niño rico que se gana la vida echando de las casas de su papá a quienes no pueden pagar el alquiler, con dos socios (Miqui y el Persiana, que no vemos). Su lema es “palante, que son dos días”. Le queda algo de corazón. No mucho, pero algo. A quien no parece quedarle ni un átomo es a Amparo (Paula Blanco), temible agente comercial de la empresa Combate Roedores, SL. Y Dylan Bravo, claro, a quien conocimos en Las Vegas en el primer episodio (Mammon), seguimos en su retorno a Barcelona (Cleopatra) y reencontramos aquí malganándose la vida como “técnico municipal” (vulgo cazador de ratas), aunque para él la plaga es “un vehículo de Dios”, y no cuesta creerle porque siempre ha tenido algo de gurú, de profeta, de hombre que ha visto muy de cerca el rostro del horror.

De entre todos estos personajes y tramas emerge y se destaca la silueta de Bárbara, verdadero centro de la historia, porque es quien más sufre. Sus compañeros ofrecen interpretaciones impecables, pero Mima Riera dibuja una inolvidable criatura perdida, fragilísima, con una tristeza abisal en los ojos y una antena casi extraterrestre para captar la desesperación. Victoria Szpunberg le añade un egoísmo de malcriada, una cenagosa tendencia a la mitificación. Melany, que tiene la mirada feroz de la superviviente y no cree en milongas del espíritu, la ve como una cría “con complejo de Juana de Arco”, y bien visto está eso. Sea como fuere, te parte el corazón que vaya quedándose, palo tras palo, sin nada a lo que agarrarse, hasta que la nada crece y se desborda. Dylan Bravo podría ser su alma gemela, un hermano mayor, pero está de vuelta y cuesta abajo: perdió a la mujer que amaba y ya no quiere tener el menor vínculo con nadie. La autora contempla la realidad como un laberinto de callejones sin salida y tiene la inteligencia de no echarle todas las culpas al “sistema”: la ambición, la ceguera, la hijoputez y el autoengaño acostumbran a pasar factura. Luego está la mala suerte, claro. Y los movimientos sin éxito.

Solo hay un par de cosas del espectáculo que no me acaban de convencer. Creo que el atisbo del show de Melany debería ser un poco menos paródico y ofrecer un momento de verdad: regalarle eso al personaje, porque se lo merece. Y no me cuela la forma de revelar el origen de la plaga. Una cosa así no se cuenta tan de repente. Entendería más que eso llegara empujado por algún exceso, de madrugada, abriendo las puertas de la confidencia. Bueno, se acabó la trilogía y tengo una curiosa sensación: echo de menos a Dylan Bravo, al que no volveré a ver. No suelo encariñarme tanto con un personaje teatral. Si esto fuera una serie, se merecería un spin off. Y Bárbara también me vuelve, una y otra vez. Descalza, el cabello alborotado, la mirada perdida, un eterno cigarrillo temblando en su mano. Bueno, digo que se acabó la trilogía y no es cierto. Se despide por todo lo alto, porque hoy y mañana pasan la integral en el Espai Lliure. Vale la pena el maratón. Tots els diners debería verse en el resto de España. Teatro vivo, imaginativo, con historias de ahora mismo. ¡A por ellas!

L’onzena plaga. De Victoria Szpunberg. Dirección: David Selvas. Intérpretes: Laura Aubert, Javier Beltrán, Paula Blanco, Pol López, Mima Riera, Manel Sans, David Selvas, David Verdaguer y Samuel Viyuela. Teatre Lliure. Barcelona. Hasta el 21 de junio.

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