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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

María Botto

La vida está en el más alto nivel posible de cinismo; son las gramíneas del espíritu, la contaminación falaz que nos tiene sordos y ciegos y mudos

Juan Cruz
La actriz María Botto.
La actriz María Botto.

La vida está en el más alto nivel posible de cinismo; son las gramíneas del espíritu, la contaminación falaz que nos tiene sordos y ciegos y mudos, marcados por la maldad que los telediarios nos sirven mientras nosotros contemplamos lo que queda del chorizo.

En ese clima oscuro es reconfortante dar noticia de una lágrima. Se produjo anteayer en el viejo caserón que los amigos de la Unesco tienen en la calle de Atocha de Madrid, mientras se presentaba un libro, La derrota de nunca acabar, de Miguel Naveros (Batleby). Un libro sobre los exilios de los españoles que perdieron la guerra.

Le tocaba leer a María Botto, actriz. Su padre fue una de las víctimas de la guerra argentina; su madre, la actriz y maestra Cristina Rota, vino con sus hijos, Juan Diego y María, al exilio español, y aquí ellos construyeron su carrera y ella siguió la suya como si bordara la huella de ese retrato de Hemingway: “Conoció la angustia y el dolor, pero no estuvo triste una mañana”.

Los chicos vivieron la historia de aquel desgarro quizá como los exiliados españoles vivieron en Argentina o México el destierro al que los condujo la derrota de nunca acabar de la que Miguel Naveros escribe en su libro. A María Botto le fue confiada la lectura pública del primer episodio, Los dos exilios, en el que una hija explica cómo poco a poco se fue degradando la esperanza de volver en un hombre que se había llevado consigo la poesía e incluso el sabor de España al México que los acogió como una mesa llena.

En un momento determinado del relato, María suspendió su voz, se enjugó las lágrimas y pidió perdón. Fue un minuto nada más, una especie de interrupción del suspiro que las personas que solemos asistir a los actos literarios vivimos como una rareza. Como si los telediarios pararan para pedir perdón en el aire por lo que están diciendo.

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