¿Por qué triunfan los libros de música?
La música está presente en la naturaleza desde el origen mismo del mundo. Necesitamos también comprenderla, traspasando la frontera mágica de las sensaciones atávicas
La música nos salva
Por Xavier Güell
El ruido, la furia de un mundo destemplado, egoísta, no nos permite oír nuestra propia armonía interior. Una armonía que está conectada con esa vibración de las esferas de la que hablaba Pitágoras, y que emite un canto sereno, cálido, que proclama la reconciliación entre el pulso trágico que late inevitable en todo ser humano y las fuerzas ocultas de la naturaleza. Percibir esa música nos salva, nos proporciona el placer inmenso de sentirnos parte de algo mucho más grande que nosotros mismos, en donde todo está concordado por una cadencia general.
Sólo un mundo más solidario, más consciente de la necesidad de buscar al otro, puede hacernos salir de la crisis global en la que nos encontramos. Tenemos que saber que la historia se repite una y otra vez con insistencia. Tenemos que ser conscientes de que siempre hemos superado dificultades profundas, con imaginación, con coraje. No podemos olvidar que el ser humano ha sido siempre valiente cuando las condiciones le sitúan en una encrucijada límite en donde no tiene más remedio que decidir. Es entonces cuando, con un instinto infalible, es capaz de jugársela y tomar decisiones acertadas.
Percibirla nos permite formar parte de algo muy superior a nosotros mismos
No estamos solos. Desde la unión encontraremos respuestas. Desde la defensa apasionada de la cultura, la cultura como medio de fomentar la creatividad individual y colectiva, superaremos la actual situación de estancamiento. La cultura es imprescindible en momentos difíciles y nunca como ahora es más necesaria la unión del arte, la ciencia y el pensamiento. Pero debemos dejarnos inundar por la música. La música es la palabra revelada, dirigida directamente al corazón de los seres humanos. Saber interpretarla es el gran reto que tenemos por delante. Si lo conseguimos, intuiremos de dónde venimos y, lo que es más importante, hacia dónde vamos. La música, como bien sabía Schopenhauer, es lo único —junto con la comprensión global de la naturaleza, el arte y la religión— que puede aplacar ese sufrimiento desesperado por no conocer el sentido de nuestra vida. Nuestra existencia tiene una explicación, un fin, y el instrumento para desentrañar su secreto está en la música.
Por primera vez, a los 58 años, he sentido la necesidad de escribir un libro. Un libro que enseña a escuchar nuestro propio sonido interior a través de Beethoven, Schubert, Schumann, Brahms, Liszt, Wagner y Mahler. Sus testimonios, susurrados en primera persona al oído de los lectores, van desgranando el dolor de sus vidas, el gozo de sus sueños, la miseria de sus miedos, la insobornable lucha por crear una obra inmortal. Como músico necesito sentir el pálpito del ritmo. También en la literatura. Cada vez que concluía un capítulo lo leía una y otra vez en voz alta, corrigiéndolo hasta conseguir que las palabras se acercaran a la música. Ese ha sido mi principal objetivo. Y nada me haría más feliz que este libro mostrase que la vibración del mundo es el pálpito de la música y que podemos recorrer nuestras vidas abrazados como hermanos llevando su mensaje de amor y entrega a los demás.
Xavier Güell es director de orquesta, productor musical y autor de La música de la memoria.
Mucho más allá
Por Ángeles Caso
Mucho antes de hablar, los seres humanos se pusieron a cantar. Siempre he estado convencida de que ésa fue nuestra evolución lógica: primero, antes de nada, cantar, hacer música, y sólo más tarde, comunicarnos a través de la palabra. Parece que los estudios paleoantropológicos confirman esa creencia mía, y que la estructura ósea de la garganta de nuestros antepasados más remotos fue en efecto más apta para lanzar notas al aire que para emitir sonidos articulados en un tono monocorde.
Al fin y al cabo, la música está presente en la naturaleza desde el origen mismo del mundo. Melodía y ritmo. Aparece en el canto de los pájaros, por supuesto, pero también en el murmullo del agua sobre las piedras, en las gotas de lluvia cayendo sobre la tierra, en las hojas de los árboles movidas por la brisa o el viento fuerte penetrando en una oquedad. Y luego está lo nuestro, lo propiamente humano, nuestra necesidad —visceral, creo— de expresar las emociones más poderosas mediante esos sonidos misteriosos que nos salen de las tripas y que, sin duda, se embellecieron gracias a la imitación de los sonidos del entorno. ¿No es normal —hermosamente normal— ponerse a cantar o a generar toda clase de ritmos con las manos cuando la caza ha sido buena, el aguacero benigno, el parto tranquilo? ¿No resulta imaginable que el descubrimiento de la pérdida, el dolor ante la muerte de algún miembro del grupo, por ejemplo, hiciese que a nuestros ancestros les naciera de dentro un canto fúnebre, una larga hilazón de sones quejumbrosos?
Toda cultura se acompaña de música. Nuestro raciocinio nos pide además intelectualizarla
No existe, que yo sepa, ni una sola cultura que no acompañe sus grandes acontecimientos con expresiones musicales. Ni un único ser humano que no guarde en su memoria una canción. Y no hay ninguna música, ni siquiera la nacida en el lugar más remoto del mundo, que no pueda ser compartida por el resto de la humanidad (a condición, claro está, de escucharla sin prejuicios). Ese extraordinario regalo de los dioses es, como dijo el romántico alemán E. T. A. Hoffmann, “el más universal de los lenguajes”. Desde el ritmo desenfrenado de unos percusionistas “salvajes” hasta la composición más compleja, dotada de una férrea estructura matemática, la música nos sacude, despierta nuestras sensaciones, provoca incluso nuestros sentimientos más profundos. Quizá debería bastarnos en sí misma, con su pureza y su radicalidad y su asombroso poder sensorial. Podríamos considerarla una manifestación indescriptible del espíritu, dejar la búsqueda de la perfecta belleza abstracta a los compositores y los grandes intérpretes, y limitarnos los demás a disfrutarla, a acudir a ella para celebrar un amor o conjurar la soledad. Pero nuestras mentes racionales y analíticas nos empujan siempre más allá: no nos parece suficiente gozarla, llorar o danzar con ella. Necesitamos también comprenderla, desmenuzarla, intelectualizarla, traspasando la frontera mágica e incomprensible de las sensaciones atávicas. Como siempre, qué curioso, sentimiento y razón indisolublemente unidos. El largo, largo y azaroso camino de la humanidad.
Ángeles Caso es escritora e historiadora del arte.
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