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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Desánimo

El alejamiento de la complejidad, que afecta como un mal mayor a la cultura española en los medios masivos, ha entrado en la cabeza de los programadores y ha afectado también a las mentes de los que organizan los informativos

Juan Cruz

Toni Puntí debe tener el entusiasmo de un niño, pero ya tiene la edad del desencanto, que más o menos empieza a los cuarenta. Es un periodista catalán que durante estos últimos seis años, desde marzo de 2009, ha dirigido un programa cultural que ha alcanzado prestigio en su zona y en la red, Ànima. Ahora acaban Ànima; lo acaban, no lo acaba él. La televisión pública catalana, en cuyo canal 33 se emitirá este programa cultural hasta el 27 de abril, ha seguido el camino de la progresiva destrucción de la cultura practicada en las televisiones estatales y ha decidido que Puntí tiene que poner punto final.

Lo contó él ayer en el primer Congreso de Periodismo Cultural que organiza en Santander la Fundación Santillana. Puntí no fue lastimero, pero sí fue claro: las televisiones públicas buscan, como las otras, rapidez, eficacia, minutados muy simples, “cápsulas más breves, cápsulas prescriptivas”; ese alejamiento de la complejidad, que afecta como un mal mayor a la cultura española en los medios masivos, ha entrado en la cabeza de los programadores y ha afectado también, con las excepciones que sean de rigor, a las mentes de los que organizan los informativos.

En el mismo congreso, Borja Casani, creador de la mítica La luna, que reflejó en los ochenta el espíritu creativo de entonces, y que ahora edita El estado mental, explicó a su modo qué es lo que pasa en estos informativos públicos: “Ignoro si TVE tiene royalties de Rihanna, pero ¿por qué en cada telediario tiende a enseñarnos los desnudos de esta artista?”, una artista, según dijo, francamente poco memorable.

El síntoma subrayado por Puntí es tan solo un epifenómeno de lo que no pasa, no solo en la relación de los medios con la cultura, sino del Estado con la cultura. Este debate que hay sobre el IVA cultural no es únicamente sobre el tratamiento económico de los autores y de los consumidores: es un agravio a la creatividad española.

La consecuencia de este desdén en los medios televisivos (públicos y también privados) alcanza su grado de metáfora en la destrucción de Ànima. Puntí no se quejaba, pero aquí queda este lamento como el eco de una información que debería avergonzar al ente que la provoca.

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