El orden
Las categorías del mal han adquirido rasgos asombrosos y uno puede esperar el daño más absoluto desde el desdén más insultante
El día en que se aprobó la nueva ley de seguridades, porque llamarla en singular es reducirla demasiado, el ministro de Justicia compareció ante los medios apoyado por los familiares de víctimas de crímenes espantosos. Este gesto mediático, todos lo son en nuestros días, pretendía hacer incontestable la nueva norma. El ministro se convertía en ese momento en portavoz del dolor ajeno y ese dolor le dotaba de autoridad para, por ejemplo, devolver inmigrantes en caliente, multiplicar sanciones y amordazar protestas. Y como en esos días además un avión había sido derribado, empujaba fuera de cuadro cualquier tentación de crítica. Pío Baroja decía que la gente ama a la humanidad, así en abstracto, porque la suele odiar en concreto.
La nueva ley tiene mucho de ese amor por el orden y la seguridad en abstracto, pero de ser coercitiva y limitar los derechos humanos en los casos concretos. Vivimos un tiempo en el que se hace difícil mostrarse compasivo. Las categorías del mal han adquirido rasgos asombrosos y uno puede esperar el daño más absoluto desde el desdén más insultante. Pese a ello, también conviene pensar en lo distinta que habría sido la nueva ley si el ministro hubiera decidido presentarla rodeado de gente que se ha reformado tras pasar por la cárcel. La idea moderna de las prisiones era esa, tan ambiciosa, como abandonada. El sueño de la inmigración contenía un espíritu de renovación y progreso que ha fabricado imperios, hoy solo despierta rechazo egoísta.
Si antes se contaba que uno entraba en la cárcel por robar un reloj y tras un par de años en presidio salía listo para formar una banda y atracar joyerías, al día de hoy sabemos que el mayor porcentaje de terroristas se han formado en las prisiones, bajo las directrices de líderes fundamentalistas. La reforma nace de la renuncia de las Administraciones a su responsabilidad de reinserción. La masificación carcelaria no emite latido de que se están haciendo bien las cosas, sino un signo de lo mal que lo estamos haciendo. Nuestro futuro cercano se apoya únicamente en la represión. Es tan corta nuestra mirada que vamos a perpetuar aquello que Lautreamont dejó dicho en sus versos, que siempre preferiremos el orden a la razón y la virtud.
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